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La profunda transformación que propone el Nuevo Trato Verde de los progresistas demócratas de EEUU

El futuro del planeta y de la humanidad está indisolublemente ligado al cambio climático que ya se registra y podría agudizarse a niveles que alteren sustancialmente a la civilización. El consenso científico y la convicción mayoritaria de la sociedad coinciden en que la actividad humana ha catalizado esa alteración y por ende es necesaria una modificación para frenar las emisiones contaminantes y de efecto de invernadero y prevenir, o al menos mitigar, los posibles desastres ambientales del cambio climático en las próximas décadas. La vida de las generaciones futuras, y también de las presentes, está en juego.

Es en ese contexto que se ha presentado en el Congreso de Estados Unidos una propuesta de acción legislativa, bautizada como ‘Green New Deal’ (‘Nuevo Trato Verde’, nombre que hace alusión a la política progresista con importante participación estatal emprendida en la década de 1930 por el presidente Franklin Roosevelt para enfrentar la Gran Depresión) y que implica una transformación económica y energética mayúscula basada en la protección del medioambiente.

La congresista Alexandria Ocasio-Cortez, joven figura política progresista al alza, y el senador Ed Markey (der.) al presentar el plan de legislación y transformación económica y ambientalista bautizado como 'Green New Deal'. (Getty Images)
La congresista Alexandria Ocasio-Cortez, joven figura política progresista al alza, y el senador Ed Markey (der.) al presentar el plan de legislación y transformación económica y ambientalista bautizado como ‘Green New Deal’. (Getty Images)

El plan fue presentado formalmente por la joven congresista demócrata Alexandria Ocasio-Cortez, una figura al alza en la política de tendencia firmemente progresista, y por el senador demócrata Edward Markey, aunque en él se articula el pensamiento y las propuestas de un importante sector de la izquierda bastante más allá del Partido Demócrata y, en realidad, de personas y organizaciones de un amplio espectro sociopolítico. Y responde también a la inquietud de millones de ciudadanos ante el espectro de un desastre ecológico próximo y a la necesidad de actuar para contenerlo.

El objetivo del Green New Deal es eliminar las emisiones adicionales de carbono de Estados Unidos en 2030 y producir para entonces el 100% de la energía mediante fuentes limpias y renovables, como la eólica o la solar. Eso implica ciertamente inversiones inmensas y un giro radical de la estrategia nacional, atada a los hidrocarburos.

El plan implica construir una infraestructura de generación de energías limpias a vasta escala y también modernizar gran parte de los edificios en el país para volverlos energéticamente más eficientes. Una transformación similar deberá darse en el transporte, para dar paso a vehículos eléctricos y una gran red de centros de recarga para substituir a los autos de gasolina y a nuevas líneas de tren de alta velocidad para sustituir al transporte aéreo. Y también en la agricultura, donde se buscará reducir las emisiones de carbono al máximo posible y promover el acceso de comida sana para todos.

En paralelo, se propone un sistema de salud universal y de alta calidad y que toda persona tenga un empleo con un salario digno para mantener a su familia y con seguridad para el retiro.

Todo ello propiciaría la generación de muchos empleos –con un énfasis en la protección de las comunidades pobres y las minorías– y potenciaría la economía. Así, el Green New Deal se presenta no solo como la vía para evitar un desastre ecológico sino como un camino de crecimiento con justicia social. En ese sentido, propone una transformación de gran calado y con ramas que tienen, cada una, sus aciertos, posibilidades, retos, obstáculos y claroscuros.

Los recursos para lograrlo, en principio, saldrían del gobierno federal, aunque es de suyo claro que un giro de tal calado implica recursos ingentes que necesitarán fuentes de financiamiento público y privado y, desde luego, enormes consensos políticos, económicos y sociales para hacerlo posible.

El Green New Deal es una suerte de manifiesto, una gran apuesta que busca plantear un frente firme tanto al espectro del desastre climático posible como a los que, en los estamentos políticos y corporativos, se han resistido a impulsar cambios en la materia. Basta recordar que el presidente Donald Trump, que rechaza que exista el cambio climático, sacó a Estados Unidos del Acuerdo de París, y ha revertido muchas regulaciones y protecciones orientadas a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y proteger espacios naturales. En ese sentido es una plataforma de oposición y resistencia a Trump y un fundamento para una eventual campaña presidencial progresista con miras a las elecciones de 2020.

Además, reúne ideas, diagnósticos y planteamientos que no son nuevos y que han sido formulados por un sector espectro de personas y organizaciones aunque ha sido ciertamente en su forma presente, formalizada ante el Congreso estadounidense con el auspicio de Ocasio-Cortez y Markey, que ha recibido enorme atención. Importantes legisladores demócratas han apoyado ese plan, entre ellas las senadoras Elizabeth Warren, Kamala Harris y Kristen Gillibrand (que se han declarado ya precandidatas presidenciales) y el senador Bernie Sanders (exprecandidato y que podría postularse de nuevo), por citar a algunos.

Con todo, el Green New Deal enfrenta importante oposición y no solo del lado republicano –desde donde se le ha rechazado, calificado de “socialista” e incluso tildado de absurda– sino entre la propia bancada demócrata.

Aunque muchos demócratas han expresado su apoyo a ese plan, eso no le garantiza ser avalado en la Cámara de Representantes. Algunos analistas han señalado que Nancy Pelosi, la presidenta de la Cámara de Representantes, presumiblemente no vería actualmente el impulso del Green New Deal como una prioridad legislativa –al margen de su posición conceptual o ideológica– y demócratas moderados no necesariamente están en sintonía, al menos por el momento. E incluso en el supuesto de que el esquema lograra su aprobación en la Cámara Baja, se toparía con la mayoría republicana en el Senado y, a la postre, con el veto presidencial de Trump.

Y hay quien critica el plan no por su misión u orientación, sino porque plantea plazos que no serían técnicamente viables, como por ejemplo el lograr un balance de emisiones cero en 2030, fecha que algunos consideran demasiado temprana y prefieren situarla en 2050.

Por ello, el Green New Deal es actualmente la expresión de un ideal pertinente pero también una advertencia: articula muchas de las aspiraciones progresistas y las pone en el contexto de la urgencia de cambios para evitar o al menos mitigar una catástrofe ecológica. Es en ese sentido un posicionamiento fuerte de cara al futuro inmediato, con miras a la cada vez más próxima elección presidencial de 2020, para mostrar a los ciudadanos una opción clara y contrastante. Ciertamente tiene mucho de sueño, pero la debacle climática futura lo tiene de pesadilla.

Por eso, sea cual sea el esquema a seguir o la línea política o ideológica que la impulse, una acción decidida y efectiva al respecto es imperativa y urgente.

Sigue a Jesús Del Toro en Twitter: @JesusDelToro