“Aislados del mundo”: cómo viven la guerra los norteamericanos que podrían cruzar a pie a Rusia

La Pequeña Diómedes y, enfrente, el territorio de Rusia, en el estrecho de Bering
La Pequeña Diómedes y, enfrente, el territorio de Rusia, en el estrecho de Bering

En la conversación telefónica con LA NACION, Frances Ozenna, Coordinadora Tribal de la isla Pequeña Diómedes, sobre el estrecho de Bering, transmitió desesperanza sobre la posibilidad de conocer a su familia del otro lado de la línea fronteriza, en Rusia. “Mi hija, Rebecca, de 26 años, tiene todos los rasgos de su bisabuelo ruso. Pero nunca pudimos cruzar a conocer a nuestra familia allá. Primero fue la Guerra Fría, y ahora esto. Ya no nos permiten ni siquiera acercarnos a la Gran Diómedes. Estamos aislados del mundo”.

Frances Ozenna, en Pequeña Diomedes
Frances Ozenna, en Pequeña Diomedes


Frances Ozenna, en Pequeña Diomedes

La Pequeña Diómedes -norteamericana, que tiene una superficie de unos 7 km2- y la Gran Diómedes -rusa, con unos 30 km2- están apenas a 3,7 kilómetros de distancia, y en otro tiempo en invierno cuando el mar se congelaba era posible cruzar a pie de un lado al otro. “La línea limítrofe es arbitraria. Pero ahora, por el cambio climático, la capa de hielo es muy delgada como para arriesgarse a pisarla. Además Rusia instaló allí una base militar y en 1948 trasladó a toda la población civil a Siberia. Incluso, cada tanto se oyen disparos de advertencia cuando algún bote se acerca demasiado al territorio ruso, ya que no se puede cruzar la frontera porque no hay aduanas en ninguna de las dos islas”, comentó Ozenna.

Las Diómedes incluyen varios datos curiosos. Pese a la pequeña distancia que las separa, hay 21 horas de diferencia entre un lado y el otro, porque por el medio de ellas pasa la línea de cambio de fecha. Así es como la mayor parte de la jornada viven en días diferentes. Esto es: cuando en la Pequeña Diómedes es el mediodía del sábado, en la isla vecina son las 9 de la mañana del domingo. Por eso los rusos suelen llamar a su vecina “la isla del ayer”.

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Los dos archipiélagos comparten un paisaje árido, de acantilados rocosos, sin árboles. Pero en un día claro, los 90 habitantes que viven del lado norteamericano pueden ver desde las ventanas de sus casas el territorio ruso, donde accidentalmente un avión soviético Lisunov Li-2 se estrelló en 1972.

Ozenna es consciente de que si hay un lugar remoto en el territorio norteamericano, ninguno lo es tanto como su isla. “No le importamos a nadie, ni siquiera tenemos buena red de comunicación, ni recibimos demasiadas noticias de lo que sucede en el mundo”, se queja. Pero el desconocimiento del resto de los norteamericanos respecto de la isla ha cambiado un poco en las últimas semanas.

En el floreciente subgénero de los videos de TikTok con el tema de Google Maps, por ejemplo, una publicación de map_nerd sobre las islas ya tiene más de 3,5 millones de “me gusta” en la aplicación de redes sociales.

Aunque la isla está apenas a 25 kilómetros del sector continental, la única manera de llegar hoy día es en helicóptero en un viaje de 200 kilómetros desde Nome, en la costa occidental de Alaska. Pathfinder Aviation ofrece vuelos que incluyen traslados de emergencia, que según la compañía están disponibles las 24 horas del día. La empresa de aviación Bering Air suspendió los vuelos a Diomedes después de que una tormenta rompiera la pista de aterrizaje congelada en 2018. “¡Esperamos reanudar el servicio en el futuro!”, dice la empresa en su sitio web,

La prehistoria del estrecho de Bering

La historia de la población de la región se remonta a varios miles de años. Muchos historiadores sostienen incluso que los primeros amerindios proceden de Asia y entraron a través del estrecho de Bering, entre 30.000 y 10.000 años antes de la era cristiana. Estas conclusiones se basan en similitudes culturales, morfológicas y genéticas entre las poblaciones de América y Asia.

El mar congelado entre las dos Diomedes
El mar congelado entre las dos Diomedes


El mar congelado entre las dos Diomedes

Las islas Diómedes fueron descubiertas en 1728 por el navegante danés Vitus Bering -con cuyo nombre se denominó luego el estrecho- mientras prestaba servicio a la Armada rusa. El descubrimiento se hizo el 16 de agosto, día en que la Iglesia Ortodoxa Rusa recuerda a San Diómedes. De ahí el nombre de las islas.

Cuando Estados Unidos compró Alaska a Rusia en 1867 por el precio irrisorio de lo que sería hoy el equivalente a 140 millones de dólares, se estableció que la frontera pasaría por el medio de las dos islas, una línea que en tiempos de la guerra fría pasó a llamarse la “cortina de hielo”.

Pero la población de la Pequeña Diomedes, perteneciente a la tribu inupiaq, sueña con reencontrarse con sus familiares del otro lado. Robert Soolook, otro líder tribal, participó hace cuatro años de una expedición que viajó a través de la provincia de Chukotka, en la costa este de Siberia, en busca de parientes perdidos.

“Con esquís y trineos tirados por perros, recorrimos unos 30 kilómetros por día y fuimos a 16 pueblos”, recordó Soolook en una entrevista periodística reciente. “Encontré parientes por parte de mi madre en tres pueblos, y su prima favorita, Luda, estaba en Uelen. Fue muy especial. Estaba con la familia otra vez”.

Las casas donde viven los 90 habitantes de la Pequeña Diomedes
Las casas donde viven los 90 habitantes de la Pequeña Diomedes - Créditos: @Richard Brahm


Las casas donde viven los 90 habitantes de la Pequeña Diomedes (Richard Brahm/)

La pequeña casa de Soolook está encaramada en la ladera del acantilado, justo debajo de la de Ozenna. En la isla no hay caminos ni vehículos. Todas las casas se conectan con pasarelas y escalones. En la escuela local están inscriptos 17 chicos, hay un comercio de abastecimiento general y una oficina de correos. Es todo lo que se puede ver en Diomedes. La vida allí es dura: nueve meses de invierno, con temperaturas bajo cero y fuertes vientos.

Ozenna atesora su cultura tradicional Inupiaq y le encanta recolectar verduras, papas esquimales, repollo de playa y salmonberries, una especie de frambuesas que crecen en los acantilados de la isla. Como coordinadora tribal se ocupa también de transmitir las enseñanzas que recibió de sus antepasados, como la fermentación, costura de canoas de cuero como lo hacía su madre, y ayudar a los cazadores a identificar si los animales capturados son seguros para comer o no.

¿La guerra en Ucrania?... No sé qué decirle”, confesó Ozenna a LA NACION. “Lo que puedo contarle es que si pudiéramos poner en marcha la reunificación con nuestros familiares en Rusia, nos traería mucha tranquilidad. Rusia está para nosotros al alcance de la vista. Pero no parece que eso vaya a suceder muy pronto. Por ahora, nuestra isla no le preocupa demasiado al mundo, más que por alguno que otro disparo de advertencia que realizan desde la base rusa. Así que a nosotros tampoco nos interesa mucho lo que ocurre allá afuera”, concluyó.