El acoso contra las mujeres y las minorías que plaga Internet

Como una metástasis de odio, los comentarios misóginos, racistas y homofóbicos se han extendido por Internet. Los llamados “trolls” vomitan sus ideas extremistas con particular furor contra mujeres y minorías. La avalancha golpea a sitios web de prensa, redes sociales y salta a la vida real, donde las amenazas en ocasiones se concretan.

image

Internet es el escenario de la lucha de los movimientos feministas, de defensa de los derechos sexuales y las minorías contra los grupos ultraconservadores blancos. (VarietyLatino)

El diario británico The Guardian ha publicado las conclusiones de una exhaustiva investigación sobre los comentarios recibidos desde 2006 en su edición online. El periódico analizó más de 70 millones de intervenciones de cibernautas. El resultado confirmó viejas sospechas sobre el ensañamiento de quienes utilizan el anonimato virtual para vociferar su ideología reaccionaria: del grupo de 10 periodistas víctimas de más ataques verbales, ocho eran mujeres. Los dos hombres eran negros.

Gritos para silenciar al otro

The Guardian ha apostado por la moderación de comentarios. Quienes deseen participar deben ajustarse a un decálogo de reglas que se resumen en “actuar con madurez y consideración hacia los demás usuarios”, “no ser desagradable, sino demostrar inteligencia, sabiduría y sentido del humor” y “asumir la responsabilidad por la calidad de las discusiones en las cuales se participa”. ¿Sencillo, eh?

A pesar de estas recomendaciones tan claras, al menos el dos por ciento de los comentarios son bloqueados y un número similar desaparece como spam o por responder a intervenciones borradas. The Guardian no acepta los ataques contra los periodistas o los participantes en el diálogo, ni las expresiones de burla o desdén también personales. Tampoco permite las manifestaciones de xenofobia, racismo, sexismo u homofobia, que intentan infiltrarse regularmente en los debates.

image

El acoso virtual contra las mujeres refleja el lado sombrío de una sociedad donde la misoginia prolifera. (La Nación)

Pero el poder del periódico británico se limita a las fronteras de su presencia en Internet. Los linchamientos virtuales toman como escenario otros sitios web y sobre todo las redes sociales. El anonimato envalentona a los abusadores. Entonces la reputación de aquellos profesionales de la prensa dedicados a temas polémicos como la violencia de género o los conflictos raciales, sufre un embate cuyas consecuencias permean la vida fuera de los ordenadores.

Esos ataques también perjudican al público en general, corroen uno de los pilares de la democracia: la libertad de expresión. Cuando periodistas mujeres o pertenecientes a una minoría –negros, homosexuales, musulmanes en países occidentales, judíos fuera de Israel, inmigrantes—empiezan a considerar las amenazas que desatará determinado artículo, se desencadena el mecanismo de autocensura. Y si el miedo termina por silenciar estas voces, ¿qué visiones de la realidad leeremos en la prensa? ¿Solo las elaboradas por hombres heterosexuales blancos?

Acoso contra las mujeres, también online

La moderación de comentarios resuelve una parte pequeña del problema. Otros sitios de prensa han decidido cerrar la puerta a las contribuciones de sus lectores por esta vía. Pero ninguna de estas medidas de contención erradicará el acoso de las hordas de ultraconservadores blancos contra las mujeres y las minorías.

Una encuesta realizada en Australia por la compañía de seguridad digital Norton reveló en febrero pasado que el 76 por ciento de las mujeres menores de 30 años habían sufrido alguna forma de abuso o acoso online. El 66 por ciento de los casos se había producido en las redes sociales. Una investigación similar sobre mujeres empleadas en los medios de prensa reportó que más del 40 por ciento había sido víctima de acoso en los medios sociales.

image

Los acosadores en Internet prefieren como víctimas a mujeres jóvenes y minorías. (La Nación)

¿Cómo detener esa ofensiva machista? La respuesta incluye un reforzamiento de las leyes sobre la criminalidad en Internet, casi siempre inadecuadas para estos casos. Los cuerpos policiales no suelen contar con el personal técnico capaz de comprender cómo funcionan las comunidades virtuales y proteger a las víctimas de los ‘trolls’.

Por otra parte, las grandes compañías de Internet tardan aún en intervenir directamente para detener la proliferación de mensajes de odio y campañas contra determinadas personas. Los motores de búsqueda mantienen en sus registros sitios donde se alimenta la misoginia, el racismo y la homofobia. Temen a ser acusados de censura si borran estas páginas de sus resultados. En las redes sociales el acoso puede pasar desapercibido para los administradores, mientras la vista de un pezón provoca escándalo.

Cierto, el problema supera el ámbito de las interacciones online, pero enfrentarlo en ese espacio ayudaría a erradicar esas expresiones de violencia en la sociedad en general.