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Por qué se abusa de la palabra libertad en política

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La pregunta sobre qué es la libertad ha centrado las reflexiones del pensamiento político moderno. Las respuestas a la misma han sido muy variadas y contradictorias y la meditación en torno a la libertad sigue abierta. El pensamiento político contemporáneo ha debatido intensamente esta compleja idea.

El diccionario de la Real Academia Española aporta una docena de definiciones sobre la libertad y, a la vez, muestra más de una veintena de ejemplos. Entre estos cabe destacar: “libertad de circulación”, “libertad de cultos”, “libertad de expresión”, “libertad de información”, entre otras.

Un significado de libertad ligado al pensamiento contemporáneo es este: “En los sistemas democráticos, derecho de valor superior que asegura la libre determinación de las personas”.

Por ello, las democracias destacan en sus constituciones el “valor superior” de la libertad. En la vigente Constitución Española, dicho valor se refiere primeramente, entre otros valores (“libertad, justicia, igualdad y pluralismo político”), en el artículo 1.1. Así, la preeminencia del “valor libertad” en el ordenamiento jurídico español es clara. Otro asunto es si el referido valor es atendido y cumplido por los agentes e instituciones políticas.

Un concepto que puede ser mitificado

Es prácticamente imposible una definición unánime de libertad. Cada cultura y cada generación pueden redefinir de modo genuino la libertad. La relación con el pasado y las vivencias socioculturales condicionan el modo de expresar y de experimentar las ideas políticas. Además, todo ideal humano, como la libertad, puede ser mitificado.

Concretamente, la libertad fue idealizada con el devenir de los movimientos políticos modernos, desde finales del siglo XVIII. En tal sentido, la experiencia de la Revolución francesa fue un momento crucial para repensar la libertad.

Por ejemplo, la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano decía: “Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos”. Ello aludía a dos valores superiores aprobados por la Asamblea Nacional Constituyente (1789).

Pero en la Francia de 1789 y en la de tiempos recientes, las realidades sociales y políticas no concordaban fielmente con dicha afirmación. Así, la citada Declaración excluía a las mujeres, pues solo hablaba de “hombres” y las primeras conquistaron ciertos derechos muy avanzado el siglo XX en algunos países. Efectivamente, las relaciones entre ideas y acciones políticas son tempestuosas y cumplir con los ideales es una tarea compleja y procelosa.

Olympe de Gouges (1748-1793) redactó la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana (1791) y se atrevió a proclamar iguales derechos y libertades para mujeres y hombres. No obstante, las mujeres en muchos estados del mundo todavía no poseen plenos derechos civiles y políticos. El sufragio femenino llegó tarde, incluso en países como Suiza (1971) o Francia (1945). Las desigualdades socioeconómicas siguen limitando la libertad, así como otros ideales políticos (justicia, igualdad…).

Un recorrido histórico: entre idealizaciones y complejidades

El afán por conciliar el anhelo de libertad humana con la necesidad de autoridad ha sido recurrente en las diversas tradiciones de pensamiento político. Este empeño ocupó la obra de John Stuart Mill (1806-1873), quien se propuso desvelar los límites del poder que, legítimamente, la sociedad podía ejercer sobre el “individuo”.

¿Hasta qué punto la sociedad puede limitar la acción individual? Esta era la pregunta central del célebre ensayo Sobre la libertad (1859).

En 1819, Benjamin Constant publicó un lúcido texto sobre la evolución histórica de la libertad (De la libertad de los antiguos comparada con la libertad de los modernos). En este último escrito se decía:

“El anhelo de los antiguos era dividir el poder social entre todos los ciudadanos de una misma patria: a esto lo llamaban libertad. El anhelo de los modernos es la seguridad en los goces privados, y llaman libertad a las salvaguardas que otorgan las instituciones para dicho disfrute”.

Los antiguos, representados en la Grecia clásica, tenían una concepción socializada de la libertad, en la que predominaban los bienes públicos sobre los intereses de la persona. Esta solo podía alcanzar una vida buena (eudaimonía) si participaba en la vida de la polis. El ciudadano estaba obligado a participar en las instituciones sociopolíticas. En este contexto, carecía de sentido el término “individuo”.

Sin embargo, la libertad practicada en la modernidad se distanció del ideal antiguo mediante tres procesos. Primero, en la sociedad capitalista-industrial prevaleció una cultura política centrada en el “individuo” y en el cultivo de la privacidad. Segundo, y a raíz de lo anterior, se produjo el repliegue de la ciudadanía en la esfera privada y, por ende, se vio posible y legítimo el gobierno representativo. Tercero, esta nueva idea de gobierno se adaptó a las condiciones socioeconómicas de la vida moderna desde finales del siglo XIX.

Por su parte, emergieron nuevos conceptos de política como disputa de valores y lucha por el poder que redefinieron las ideas de acción individual y libertad.

¿Cómo es posible la libertad en nuestro mundo?

Desde que se pensara la idea de gobierno representativo, el mundo sociopolítico ha cambiado profunda y aceleradamente. De hecho, las sociedades del presente se caracterizan por cambios globales que difícilmente podían concebirse hace dos siglos. Complejidad, exclusión, fragmentación, reflexividad y riesgo son algunos de los rasgos de las estructuras sociales recientes.

La privacidad del “individuo”, proclamada en los tiempos modernos, se ha tornado en una quimera ante la constante vigilancia facilitada por las tecnologías de la información durante las pasadas décadas.

El individuo mismo se torna en un mito, pues la interdependencia social es más intensa que nunca. La ciudadanía de las poliarquías es dependiente de múltiples lazos familiares, comunitarios y nacionales, así como de vínculos globales (multinacionales, organizaciones internacionales, etc.) que desbordan el control individual.

Alexis de Tocqueville (1805-1859), profundo pensador de la libertad, decía que los ciudadanos contemporáneos están atados a dos pasiones enemigas: “la necesidad de ser conducidos y el ansia de permanecer libres”.

La libertad es una sensación y un sentimiento personales y una acción común que ha de generarse diariamente. La libertad enlaza con las costumbres (mores), requiere acción concertada y responsabilizarse de la acción propia. Así, quien busca en la libertad otra cosa que no sea ella misma está hecho para servir.

En consecuencia, la libertad es una acción personal y política lo bastante importante como para tomarla en serio. El sentido de la política es promover y proteger las condiciones sociales e institucionales que posibilitan las libertades ciudadanas. Poner en práctica ese sentido de la política es complicado y puede encontrar muchos obstáculos. Profundizar en ello exige una reflexión detallada y contextualizada del mundo presente.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

José-Francisco Jiménez-Díaz no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.