¿Por qué el abuelo está llenando estantes en Publix? Cómo ha cambiado el costo de la vida en la Florida

Larry Gesick no oyó el despertador, así que cuando sonó a las 5 a.m., su esposa lo despertó dándole un empujoncito. Media hora más tarde, ya estaba en la puerta, con el pulóver verde puesto y el almuerzo en la mano.

Mientras los vecinos dormían, Gesick se dirigía a su auto guiado por las farolas y la luz de la luna.

Tiene 77 años, es veterano de Vietnam y tiene dos bisnietos. También forma parte del grupo de edad de más rápido crecimiento en la fuerza laboral: los mayores de 75 años.

Aquella madrugada de marzo, iba a Publix a trabajar.

Los estadounidenses viven cada vez más y para algunos, seguir trabajando en la vejez es una opción práctica para su bienestar mental y social. Pero para muchos, como Gesick, es también un asunto de necesidad.

Los adultos mayores trabajan porque tienen que pagar facturas médicas, hipotecas, comida y alguno que otro capricho. Porque sus ingresos fijos y sus cuentas de ahorro agotadas ya no bastan para mantenerlos a flote cuando se disparan los precios de los alimentos, las cuotas de la comunidad de propietarios y los seguros. Porque están a una crisis del desastre financiero y temen no poder permitirse una vida asistida si su salud empeora de repente.

Así que, alrededor de las 5:30 a.m., Gesick abandonó la urbanización cerrada donde él y su esposa, Joyce, compraron un apartamento en 2021. Se suponía que iba a ser su última parada, un lugar seguro para envejecer juntos, donde pasarían los días paseando en bicicleta junto al agua y almorzando con amigos.

En lugar de eso, Gesick se preparó para otro turno de ocho horas llenando estanterías de verduras y jugos ecológicos, levantando cajas de plátanos, papas y peras.

Porqué llegaron a la Florida

Durante un tiempo estuvieron jubilados, pero no duró mucho.

Los Gesick se mudaron a la Florida desde Arizona porque pensaron que sería agradable estar cerca del agua y porque Joyce tenía una hija cerca.

Larry había trabajado décadas de electricista y Joyce de asistente legal. Aunque habían tenido altibajos económicos, la pareja había llegado a la conclusión de que, entre la pensión militar de Larry y la Seguridad Social de Joyce, tenían suficiente para salir adelante.

Para Joyce, de 67 años, la jubilación significaba la oportunidad de aliviar el dolor de espalda y el letargo general que le habían producido miles de horas de trabajo de oficina. Para Larry, que había crecido en una granja de Colorado, significaba un descanso para su cuerpo, el primero desde la adolescencia.

En la jubilación, Larry disfrutaba jugando al golf con sus vecinos, jubilados originarios de Canadá. A Joyce le gustaba la jardinería y recoger a sus nietos de la escuela.

Pero lo que más les gustaba de la jubilación era el tiempo que pasaban juntos. Daban largos paseos y hablaban de una forma distinta a cuando trabajaban y estaban cansados. Tenían energía para concentrarse el uno en el otro.

Pero a los siete meses, su presupuesto empezó a resquebrajarse. De repente, al parecer, todo estaba más caro.

Primero fueron los comestibles. Luego el seguro del auto. Después, las cuotas de la comunidad de propietarios se dispararon a $949 al mes, casi el doble que cuando se mudaron. La sustitución de los viejos electrodomésticos y la instalación de ventanas anticiclónicas para proteger su casa les llevó al límite.

Cuando Joyce revisó la lista de gastos mensuales, se dio cuenta de la realidad.

No podían hacerlo durar.

Una escena de adultos mayores en el trabajo

Entre en cualquier tienda y los verá: adultos mayores trabajando en la caja registradora de Walmart, barriendo el suelo en Target, atendiendo el mostrador de pinturas en Lowe’s. El número de personas mayores en Estados Unidos es cada vez mayor. El número de adultos mayores en la fuerza laboral estadounidense está creciendo a un ritmo superior al de todos los demás grupos de edad juntos. Para 2030, un informe de la Oficina de Estadísticas Laborales de Estados Unidos prevé que casi 12% de las personas de 75 años o más trabajarán, más del doble que en 2000.

La Florida no es la excepción.

Una de las razones de este cambio es sencilla: en el pasado, el intervalo entre la jubilación y la muerte era más corto, de unos 15 años. Hoy en día, las personas que se jubilan a los 60 años pueden vivir hasta bien entrados los 80 o los 90, por lo que muchos necesitan trabajar más tiempo.

La insuficiencia de ahorros es otro factor que impulsa a los adultos mayores de a seguir trabajando, dijo Laura Quinby, investigadora del Centro de Investigación sobre la Jubilación del Boston College.

Casi 80% de los estadounidenses cree que existe una “crisis de la jubilación”, según un informe publicado este año por el National Institute on Retirement Security. Más de la mitad teme no tener seguridad económica cuando se jubile, si es que llega ese día.

Según Quinby, la escasez de pensiones en las empresas y el menor número de planes de ahorro patrocinados por los empleadores hacen que la gente reciba menos ayuda de su lugar de trabajo que en el pasado. Al mismo tiempo, la gente no ahorra por su cuenta. Más de un tercio de los estadounidenses afirman que no podrían hacer frente a una emergencia de $1,000 sin pedir prestado o endeudarse, según una encuesta reciente de Bankrate.

Desafío económico en la Florida

Larry Gesick prepara su almuerzo antes de salir para su trabajo en la sección de frutas y verduras de Publix. Larry y su esposa, Joyce, forman parte de una oleada de adultos mayores que trabajan más allá de la edad de jubilación para poder hacer frente al aumento de los precios. Dirk Shadd/Tampa Bay Times
Larry Gesick prepara su almuerzo antes de salir para su trabajo en la sección de frutas y verduras de Publix. Larry y su esposa, Joyce, forman parte de una oleada de adultos mayores que trabajan más allá de la edad de jubilación para poder hacer frente al aumento de los precios. Dirk Shadd/Tampa Bay Times

En la Florida, durante mucho tiempo un paraíso para los estadounidenses mayores que sueñan con una vida en la playa sin salirse del presupuesto, hay factores medioambientales que se suman a las presiones financieras. El empeoramiento de las tormentas ha hecho subir las tarifas de los seguros para los propietarios de viviendas, y la legislación estatal que obliga a los condominios a mantener fondos de reserva para las reparaciones de los edificios tras el derrumbe de Surfside han contribuido a agravar la carga. Mientras tanto, la afluencia de habitantes de fuera del estado ha disparado los precios de la vivienda.

Para John DeCotret, de 76 años, en Palm Harbor, reincorporarse a la vida laboral tras un año de ausencia fue una decisión tomada para mantener su nivel de vida. No corría el riesgo de perder su casa o quedarse sin comida, pero su Seguridad Social ya no le alcanzaba. Estaba agotando sus ahorros y cada día estaba más nervioso.

DeCotret, que vive en un parque de casas móviles para adultos mayores, dice que a muchos de sus vecinos les ha pasado lo mismo.

“Han tenido que recortar gastos”, dice DeCotret. “Han renunciado a sus automóviles. Han dejado de comprar carne”.

Ahora, DeCotret trabaja a tiempo parcial como investigador en ciencias sociales, el campo del que se jubiló. Aunque no era su plan, dice que el regreso es beneficioso.

“Me siento muy satisfecho de volver a trabajar este año, por mi salud mental, francamente”, dijo DeCotret. “Me siento reincorporado y vigorizado”.

En Dunedin, Denise Eberius, de 65 años, también ha vuelto al trabajo.

Veterana representante de servicio al cliente de Toys R Us durante mucho tiempo, Eberius perdió su empleo cuando la tienda cerró en 2018. Estaba buscando otro cuando su esposo contrajo cáncer, y ella pausó su búsqueda para cuidarlo. Cuando él murió en 2019, Eberius perdió a su pareja desde hacía 35 años y los ingresos de la pensión que aportaba a casa como policía jubilado. Ella tuvo que luchar para mantenerse al día con la inflación.

“No tuve más remedio que volver a trabajar”, dijo Eberius, quien tomó un empleo como secretaria en 2021. “Nunca pensé que me encontraría en esta situación, porque se suponía que íbamos a envejecer juntos. Nunca pensé que estaría sola”.

Dice que piensa en el costo de la vida casi a diario.

“Está en la mente de todos”, dijo.

En St. Petersburg, Cindy Burns, de 71 años, afirma que la jubilación siempre le ha parecido algo inalcanzable.

“Es probable que siga trabajando el resto de mi vida”, dijo Burns, que se prepara para convertirse en agente de Medicare tras décadas de carrera en el sector de las ventas.

Burns es soltera y nunca se ha casado. Aunque no ha tenido que soportar los costos de criar hijos, afirma que vivir de forma independiente tiene un precio muy alto. Y no hay nadie con quien compartir las facturas.

Burns no creció en un entorno acomodado y no tiene ahorros a los cuales recurrir.

“Tengo amigas cuyos padres se aseguraron de que tuvieran inversiones, acciones y bonos. Es como si a ellas les hubieran dado un paracaídas dorado, y a mí no”, dijo Burns. “Pero soy muy optimista. Intento sacar lo mejor de ello”.

Así que, de momento, levanta la cabeza y sigue trabajando.

Sin embargo, la pregunta se cierne sobre ella: ¿qué pasará cuando ya no pueda?

Un empleo a distancia en el condominio

Mientras Larry trabajaba en Publix, Joyce Gesick se sentaba frente a dos monitores gigantes y escaneaba expedientes judiciales para su empleo a distancia en una agencia jurídica. Un cartel decorativo con las palabras “SOL Y DIVERSIÓN” y “SIN PREOCUPACIÓN” colgaba a la entrada de la habitación.

Para Joyce, la vuelta al trabajo vino acompañada de una pizca de vergüenza.

Ni ella ni Larry habían crecido con dinero. Como a Burns, nadie les había dicho qué ahorrar o cómo invertir. A lo largo de los años, no habían derrochado en autos lujosos o vacaciones elaboradas, pero tampoco habían guardado mucho .

Larry no empezó a ahorrar para la jubilación hasta los 50 años. Cuando regresó de Vietnam, perdió años por el trauma. Planificar el futuro no era lo más importante.

Aunque Joyce siempre había sido consciente de su presupuesto, un matrimonio anterior y el divorcio también representaron complicaciones para ella.

Ahora, cada mañana, cuando camina los 10 pies que la separan de su dormitorio hasta el escritorio de su habitación de invitados para sentarse a trabajar durante ocho horas a $14.50 la hora, pasa apuros para librarse del sentimiento de vergüenza.

“Siempre intentamos hacer lo correcto, pero supongo que no fue suficiente. Te preguntas dónde ha ido a parar el dinero por el que has trabajado toda tu vida”, dijo Joyce. “Es como si hubiéramos fracasado de alguna manera”.

Sabía que no eran los únicos en esa situación, que comparados con otros, les iba bastante bien. Aun así, hablar de finanzas siempre había sido tabú, y una punzada de culpabilidad la invadía cada vez que decía que no a un plan porque estaba trabajando o porque simplemente no había dinero.

Lo más difícil, coincidieron Joyce y Larry, era saber que iban contrarreloj.

Muchas cosas de la vida parecían dejadas al azar, dijo Joyce. Cuándo comprabas tu casa, cuándo la vendías. Cuándo entrabas en la bolsa de valores, cuándo te retirabas. Cuándo ahorrabas, cuándo derrochabas, y si una u otra decisión es acertada.

Los antepasados de Joyce eran irlandeses y la pareja quería hacer un viaje. Cuando su abuela se estaba muriendo, le dijo a Joyce que lo que más lamentaba era no haber ido de visita nunca.

Joyce no quería arrepentimientos, no cuando se trataba de su tiempo. Pero tampoco quería sentirse irresponsable.

Así que por el momento, hizo clic-clac en su teclado. En los momentos en que se sentía especialmente deprimida o frustrada, miraba las notas naranja pegadas a un marco de fotos en la cómoda cercana: garabatos de Larry, que le recordaban que la amaba.

Encontrar tiempo fuera del trabajo

Cuando Larry llegó a casa alrededor de las 3:30 p.m., se quedó en la cocina mientras Joyce terminaba en el otro piso.

Cuando ella se desconectó, alrededor de las 4:30, calentaron la cena —pasta con camarones del congelador— y comieron juntos en bandejas colocadas frente al televisor. Mientras permanecían sentados en silencio, se emitía una serie de misterio galesa.

Hoy en día, Joyce y Larry echan de menos pasar tiempo juntos. Anhelan salir al mundo, comer pizza en la arena de Gulfport y ver películas en la matiné de $5. Pero los días laborables son agotadores. Cuando llegan al final de la jornada laboral, a menudo optan por sentarse a descansar en casa.

A Joyce le deprime pensar en el tiempo que se les escapa, pero recientemente se le ha presentado un rayo de esperanza. Si todo va según lo previsto, el año que viene por estas fechas pudieran tener pagados los electrodomésticos y las contraventanas.

Cree que eso podría bastarles para jubilarse de nuevo.