8M: la enorme deuda que la sociedad aún mantiene con las mujeres

Hoy se conmemora el Día Internacional de la Mujer; habrá dos marchas en la ciudad
Hoy se conmemora el Día Internacional de la Mujer; habrá dos marchas en la ciudad - Créditos: @Fabián Marelli

Estudiar, trabajar, disponer de los propios bienes, votar, decidir cuándo y cómo ser madre: nada de esto era considerado “natural”, apropiado, obvio, justo o legal en buena parte del Occidente de hace apenas dos siglos. En términos históricos, un suspiro. En términos políticos, ningún regalo. Por eso la escritora Margaret Atwood no se cansa de recordar que la democracia, en tanto sistema capaz de amparar los derechos de las mujeres, “siempre es provisional y depende de la capacidad de la gente y de su voluntad de defenderla”.

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Hoy es 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, y, como suele ocurrir con las fechas significativas, cada quien –individuo, sector político, organización social– busca imprimirle su sentido. En mi caso, quisiera honrar la enorme deuda que nosotras, las mujeres contemporáneas, tenemos con quienes nos precedieron, anónimas o conocidas, sufragistas, intelectuales, obreras, feministas: mujeres que tuvieron el valor de exigir lo que para el sentido común de su época era impensable.

Pero está también la deuda a futuro. Qué, de todos los reclamos que vienen haciendo las múltiples variantes del feminismo, sigue permaneciendo allí, en el listado de lo pendiente. Y me anticipo a la pregunta que cada tanto se escucha: “¿qué más quieren?”, versión menos exasperada de aquello de “¿no aparecen ya en todos lados? ¿nunca están satisfechas?” La respuesta es que no pasa por “querer más”, sino por recordar que la mayoría de los avances son abrumadoramente recientes, sus alcances no llegan a ser universales, y la concreción de algunos logros todavía está por verse (las estremecedoras cifras de los femicidios así lo indican).

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Entre los grandes temas pendientes, están los cuidados. Numerosas entidades, entre ellas el Equipo Latinoamericano de Justicia y Género, vienen impulsando hace años la creación de un posible “sistema nacional integral de cuidados”. ¿De qué se habla cuando se habla de cuidados? De la base para otras dos cuestiones también irresueltas: igualdad económica y representatividad.

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En nuestras sociedades, las mujeres siguen siendo las que se ocupan, si no totalmente, en su mayor parte, de los cuidados ligados a la salud física y emocional de los seres cercanos –hijos, parejas– y de todo lo que implica la vida doméstica (un compendio de tareas tan despreciado, repetitivo y costoso como exigente y absolutamente imprescindible). La prolongación de la expectativa de vida inauguró una nueva dimensión; mujeres en pleno desarrollo laboral y plena crianza de sus hijos, que también deben ocuparse del cuidado de los padres ancianos. La agenda del feminismo actual está poniendo el ojo, justamente, en esto: ¿cómo lograr que estructuras forjadas a mediados del siglo XX, en el reinado del ama de casa y el varón “proveedor”, se adapten a nuestras vidas? ¿Cómo salir de la rueda conocida: mujeres de clase media que dejan a sus hijos al cuidado de otras mujeres que, a su vez, dejan a sus hijos solos o al cuidado de un hermano… en una cadena frágil, plena de tensiones, que las empuja a vivir al borde del burn out crónico?

Guarderías cercanas y accesibles, horarios escolares ampliados y articulados con otras instancias de educación y cuidado infantil, reparto equitativo de las tareas de la casa, esquemas de cuidado para los adultos mayores, concientización. Entre el siglo XIX y el siglo XX se logró que, de ser inexistentes, los derechos cívicos y legales de la mujer pasaran a formar parte de la vida democrática. En este tramo del siglo XXI probablemente les toque a los cuidados salir de la trastienda y ser discutidos como lo que son: la trama sobre la cual nos sostenemos todos.

Trama de la que también depende buena parte de otros pendientes: por caso, la igualdad económica. Nadie que arrastra el yunque de lo doméstico va a estar en igualdad de condiciones con quien no lo hace. A esto se suma la necesidad de aumentar la representación de género en los más diversos ámbitos. Como aquellos ingenieros que decidieron sumar una colega mujer tras descubrir que el airbag que habían diseñado, magnífico para la corpulencia media masculina, resultaba letal para los cuerpos femeninos: en cualquier espacio, la incorporación de otras miradas arroja luz sobre lo que ni siquiera se había considerado.