Después 44 años de periodismo, dejo mi pluma del Herald. Es hora de solo ser ciudadana Fabi | Opinión

No es fácil despedirse de toda una vida, queridos lectores y críticos.

Es hora de jubilarme de un periódico que, más que un empleador, ha sido mi lugar de residencia más duradero, 44 años, y mi relación más larga, un matrimonio más perdurable que el que mi novio de la universidad y yo registramos en el Edificio de Tribunales de Miami-Dade durante los embriagadores días de verano del histórico 1980.

Esto de la jubilación es un momento de “pellízcame”.

Llevo trabajando sin parar desde los 15 años, cuando mis padres exiliados y yo mentimos a los dueños de la tienda House of Notions de Hialeah y les dijimos que tenía 16. Necesitaba ahorrar dinero para la universidad, un auto y unos codiciados tacones de seis pulgadas.

Soy egoísta, lo sé, por dejar el periodismo en un año electoral.

Pero ya he dicho todo lo que quería decir en el Miami Herald y el Nuevo Herald sobre los personajes involucrados, y esta elección presidencial se siente como una repetición de 2020 y 2016. Solo que esta vez los electores ya tomaron una decisión, o eso me parece por muchas conversaciones que he tenido en ciudades que visito a menudo. La gente sabe quién es Donald Trump. Lo mismo ocurre con su mini-yo en la Florida.

Solo seré una voz estatal menos recordándoselo a los electores.

He tenido una larga y privilegiada carrera en el periodismo, llena de momentos trascendentales en Miami.

Entré en la redacción del Miami Herald el 31 de marzo de 1980 siendo una becaria de 21 años con un portafolio de artículos pésimos pero una actitud positiva, reclutada en la Universidad de la Florida por el equipo del policía bueno y el policía malo que formaban los editores Dave Nelson y Mike Baxter.

“¿Por qué deberíamos contratarte a ti?”, preguntó Baxter, después de criticar un artículo de mi escaso currículo, un perfil del cocinero de una fraternidad apodado “Funky George”, que hizo fortuna apostando en Nueva York y cocinaba por diversión y camaradería.

En ese momento de la entrevista ya no había nada que perder. Me lancé a la yugular:

“Porque conozco Miami mejor que usted. Conozco la comunidad y, a diferencia de usted, hablo sus dos idiomas”.

Tres semanas más tarde, cuando empezaron a llegar los barcos de la flotilla del Mariel, me dediqué a hacer lo que dije y escribí mi primer artículo de portada sobre un grupo de adolescentes que habían abandonado una fiesta en La Habana para asaltar la embajada de Perú. Y cuando estallaron los disturbios mortales de Liberty City después de que los policías que mataron a Arthur McDuffie y lo encubrieron fueran declarados inocentes por un jurado de Tampa compuesto exclusivamente por blancos, informé desde el Hospital de Hialeah, a medida que los heridos llegaban durante la noche.

Mi periodo de prácticas se prolongó y en junio, mientras seguía cubriendo el éxodo y su impacto en la convulsa ciudad de Hialeah, tomé dos importantes decisiones que cambiaron mi vida. Me hice ciudadana estadounidense y me tomé libre un fin de semana largo para casarme y pasar la luna de miel en el Newport Resort en Sunny Isles Beach.

Mi relato “Viaje a la Ciudadanía” —en el que confesé que “técnicamente me llevó 10 años” pero “emocionalmente, quizá me lleve toda la vida” porque sentía que estaba perdiendo Cuba de nuevo— me trajo mi primer gran lote de cartas de odio.

La correspondencia de un hombre duró años.

Dirigía sus cartas con letra temblorosa a “Fabiola Santiago, ministra de Propaganda para los Cubanos de Miami, Miami Herald”. No tenía domicilio, pero siempre llegaba a mi mesa. Cuando un día dejó de escribir, me preocupé por él. Quizá se fue de este mundo; o se dio cuenta, como tantos detractores de mis columnas, de que las muestras de odio solo alimentan el compromiso y la pasión por el trabajo.

Escribir opinión y perseguir noticias

Sé que es difícil de creer, pero nunca aspiré a escribir una columna de opinión como lo he hecho en los últimos 13 años, primero para las páginas de noticias y, en los últimos años, para las de editoriales.

Yo era una rata de redacción de corazón, adicta a la adrenalina de perseguir, descubrir y mantener mi asiento delantero en el desarrollo de la historia. En dos ocasiones volé en pequeños aviones hasta la Base Naval Estadounidense de Guantánamo para cubrir la noticia de los refugiados cubanos alojados en tiendas de campaña después de que se lanzaran al mar en masa en 1994 en desvencijadas balsas caseras.

Por décadas, mis artículos periodísticos se enfocaron en hechos y personas que formaron a Miami, no en la política partidista.

Aunque cubrí el primer Caucus hispano totalmente cubano en la Legislatura de la Florida, pasando tres semanas en Tallahassee, mi artículo favorito de aquel período fue un reportaje: “Legisladores Enamorados”, sobre el romance y el matrimonio de la republicana cubanoamericana Ileana Ros y el demócrata Dexter Lehtinen.

No estábamos tan rabiosamente divididos cuando Bob Graham era gobernador y los demócratas ocupaban, desde los Ayuntamientos hasta el Congreso, los puestos políticos más importantes de la Florida.

LEA MÁS: Quién era Bob Graham: ‘Trabajamos para todos los contribuyentes, no solo para quienes votan por mí’. | Opinión

Pero la llegada de la política de compromiso con Cuba del presidente Obama —la apoyé en principio, pero fui crítica de las fallas en la ejecución, me trasladó de lleno a la arena política. La aplastante división provocada por la candidatura de Trump —y el giro hacia la derecha dura de los cubanoamericanos en Miami— sellaron mi compromiso con combatir la desinformación.

LEA MÁS: Crucero de Carnival a Cuba discrimina a una clase de estadounidenses | Opinión

A lo largo de mi carrera, rara vez permanecí durante años en un solo puesto.

De hecho, el secreto de mi permanencia fue que me reinventé a medida que Miami —y mis tres hijas— crecían conmigo.

Cuando la incipiente escena gastronómica hizo furor, escribí una popular columna de cultura culinaria llamada Gusto y un inolvidable artículo de portada sobre la relación de Miami con el café.

Empezaba así:

Cada mañana, me paro ante mi cafetera y enfrento mi vida.

¿Hoy será café americano o cubano?

Sí, hemos llegado a esto: mi cafetera me define.

Como yo, está a caballo entre dos culturas. Por un lado, preparo mi potente y dulce dosis de cafecito. Por el otro, una infusión más ligera de café americano.

En cada colada, en cada taza, preparo toda una vida de amor y pérdida; con cada sorbo, brindo por la tradición y los nuevos comienzos.

Después, cuando el mundo del arte explotó impulsado por el talento local y los artistas exiliados de Cuba, atrayendo al público internacional de Art Basel Miami Beach, me convertí en redactora de artes visuales del periódico, una sección que alimentó mi propio espíritu creativo.

Lo he hecho todo, incluso aceptar un puesto de editora en la sección de Neighbors cuando estaba embarazada de mi tercera hija. Eso me llevó a ser la editora (city editor) fundadora de El Nuevo Herald en medio de mi licencia de maternidad. Trabajé tres meses sin un día libre preparando el lanzamiento. Traía a las niñas a la oficina los fines de semana, instalando a la pequeña Erica en su corral en medio de la redacción.

Mi primera hija, Tanya, nació durante mi último semestre en la UF, y solo falté a clases un viernes y un lunes.

Mi segunda hija, Marissa, creció en mi vientre tres años después, mientras yo intentaba demostrar que era tan capacitada como cualquier reportero masculino. Hacía lo mismo pero embarazada y en tacones. Y así acabé cubriendo una manifestación multitudinaria en Miami Beach en la que un tipo fornido que estaba justo detrás de mí sacó una pistola. Por suerte, un agente de policía, que sin duda miraba a la reportera embarazada, lo vio y lo desarmó hábilmente.

Corrí a la cabina para informar por teléfono.

Otro día acabé sudando profusamente en la puerta de la casa del acusado líder No. 2 de la organización terrorista cubana Omega 7, un trabajador del condado que no pudo negar un vaso de agua a una mujer embarazada, convirtiendo su “sin comentarios” en algo de lo cual informar.

Finalmente, al cierre de la hora de entrega, tuve que preguntarle a mi editora: “¿Crees que pudieras terminar de editar mi artículo rápidamente? Porque mi médico me ha dicho esta mañana que ya estaba dilatando”. Ahora una amiga de toda la vida, le encanta recordarme esta historia.

Di a luz al día siguiente.

Maternidad y periodismo

Echaré de menos escribir para los dos Heralds más de lo que las palabras pueden expresar.

Pero estoy entusiasmada con las nuevas aventuras que me esperan. Recorrer el Camino de Santiago me puso en esta senda de exploración, de refugiarme de la belleza en la naturaleza. La muerte de mi editora, Nancy Ancrum, tres semanas después de que se jubilara, fue una llamada a tomar acción en mi propia vida.

LEA MÁS: En un mundo falto de perspectiva y lleno de quejas, un antiguo Camino muestra el sendero | Opinión

Jubilarme cuando aún me siento joven y sana a los 65 años significa adquirir una libertad preciosa para viajar y pasar tiempo con la familia.

Mi jubilación es un regalo para mis hijas y mis cuatro nietos. Llevan mucho tiempo animándome a hacerlo, pero yo no estaba preparada. Ahora lo estoy. He dicho en las páginas del Miami Herald y el Nuevo Herald todo lo que tenía que decir. Es hora de dar el revelo a la siguiente generación.

Mis hijas no tienen ni idea de lo que es tener una madre que no sea sinónimo de los Heralds, que no esté pendiente de los plazos de entrega, que no reciba llamadas de los editores mientras está de vacaciones.

“Oye, Gabriel García Márquez murió, ¿quieres opinar? ¿No lo conociste?”

“Oye, Fabi, hay un rumor creíble de que Fidel se está muriendo, ¿puedes encargarte?”

Fue un alivio cuando esto último fue cierto y yo estaba en la ciudad.

Escribí:

El tirano ha muerto.

Tengo que decirlo para creerlo.

Al fin.

El líder guerrillero que llegó al poder con promesas de justicia social, pero se dedicó a separar familias, a perseguir y ejecutar opositores, y desató una misera sin precedentes sobre el pueblo cubano, ya no existe.

LEA MÁS: El tirano ha muerto | Opinión

Atraje la furia de la extrema izquierda enamorada de la dictadura comunista al estilo castrista del mismo modo que ahora enfurezco a la extrema derecha fascista de la Florida.

Pero no me arrepiento de ninguno de mis escritos. Aunque, no, no me llamen cuando muera Raúl Castro.

Es hora de vivir otra vida.

Yo, una chica cubana de los años 70 que rockeaba y rugía al ritmo de “you can bend but never break me ‘cause it only serves to make me more determined to achieve my final goal” (puedes doblarme pero nunca romperme porque solo sirve para que esté más decidida a lograr mi objetivo final) de Helen Ready, se convirtió en madre cuando otras periodistas retrasaban el matrimonio y los bebés por sus carreras.

Como la maestra del malabarismo que siempre he sido, me creí la idea de los años 80 de que podíamos tenerlo todo. Y escribí sobre la lucha de las supermamás en las páginas de fondo del Miami Herald mientras cubría la inmigración, todos los aspectos del exilio cubano, el creciente poder político hispano y los huracanes.

La periodista Fabiola Santiago informa sobre la trayectoria del huracán Elena en 1985 en los estados costeros del sur.
La periodista Fabiola Santiago informa sobre la trayectoria del huracán Elena en 1985 en los estados costeros del sur.

La mayoría de las madres llenan sus libros del bebé con dulces reflexiones sobre sus primeros pasos.

Pero ¿cuántas incluyen, junto con la primera palabra pronunciada y el primer diente caído, un recorte de la portada del Herald con este titular sobre la Guerra del Golfo? “Buques de EEUU navegan por zona de guerra?”. Seguido de una nota en tinta roja: “Primer titular de periódico que Tanya leyó sola”.

No es de extrañar que mi primogénita se convirtiera en periodista y becaria del Herald a los 16 años.

El libro del Bebé No. 2 incluye una columna que escribió el editor del periódico sobre cómo viajé a Panamá para reportar la historia de unos cubanos varados y una red de visados fraudulentos, apenas siete semanas después de dar a luz a Marissa, con mi episiotomía aún sin cicatrizar del todo.

Y, de los cientos de fotos que le he tomado a la bebé No. 3, mi favorita sigue siendo la que le tomé a Erica “leyendo” en la mesa del desayuno una edición de la sección Neighbors cuando apenas tenía dos años.

Claro que tenerlo todo me pasó factura.

Pero mi madre era mi arma secreta y mi fan No. 1 uno. Si mami no hubiera dejado su empleo para cuidar de mis hijas todo el tiempo que lo necesitaba y las recogiera de la escuela, yo habría fracasado.

A ella le debo mi carrera.

Es hora de que yo sea para mis hijas lo que ellas necesiten que sea, para ellas y para mis nietos.

Y es hora de que retome la carrera editorial que inicié cuando Simon & Schuster publicó mi novela “Siempre París”. O simplemente viajar sin importarme el ciclo de noticias 24-7 y sin preocuparme por publicar una palabra más. Me encanta la forma en que la artista cubana Antonia Eiriz protestó en Cuba la censura: No pintó durante 20 años.

El silencio también es expresión.

Sea lo que sea lo que me depare el futuro, me alegro de ser, por primera vez en cuatro décadas, la simple ciudadana Fabi: una mujer, un voto.