A sus 100 años, los Guantes de Oro de Chicago siguen moldeando boxeadores e inspirando vidas

¿Alguna vez has visto a dos hombres o dos mujeres pelear entre sí en un ring de boxeo?

Quiero decir en persona y de cerca, donde puedes oler el sudor y escuchar los gruñidos y los vítores y quizás incluso sentir el orgullo y el dolor. El boxeo puede ser brutal y sangriento. También puede ser hermoso.

Pero es probable que haya estado fuera de su radar durante mucho tiempo. ¿Puedes nombrar al actual campeón de peso pesado? ¿Conoces los nombres de alguno de los otros grandes profesionales de este deporte?

Lo real ha sido durante mucho tiempo un elemento fijo en esta ciudad. El boxeo sigue siendo una parte importante del panorama, incluso si su reputación se ha visto manchada en las últimas décadas y su popularidad ha sido cuestionada más recientemente por las ofertas más llamativas de las artes marciales mixtas y la lucha libre profesional.

Ahora mismo, la ciudad se encuentra en medio de la edición del torneo Guantes de Oro de Chicago. Comenzó a principios de esta semana y continuará a través de combates preliminares hasta que los campeonatos se lleven a cabo a mediados de abril. Incluirá a unos 470 boxeadores masculinos y femeninos en peleas de tres rondas que se llevarán a cabo en el Cicero Stadium, Cicero, IL.

Nuestra ciudad es uno de los 30 puntos nacionales de los Guantes de Oro, la mayoría de ellos con torneos similares. Los ganadores de estos se presentarán en el campeonato nacional que tendrá lugar durante tres días en mayo en Harrah’s Casino en Chester, Pensilvania.

Este es el año número 100 de este venerable evento en Chicago y este artículo no solo pretende señalar ese aniversario, sino también celebrar el evento de boxeo amateur no nacional más grande y de mayor duración en Estados Unidos.

A pesar de que este periódico jugó un papel decisivo en la formación de la organización y fue durante mucho tiempo patrocinador de sus torneos anuales, no fue uno de los primeros defensores del deporte.

En un artículo de primera página de octubre de 1867, el Tribune cubrió un combate a 44 asaltos entre un par de tipos llamados Davis y Gallagher y lo describió así: “Un bruto golpea a otro en beneficio de una banda de otros brutos”. Además, pedía una ley estatal que tipificara como delito las peleas de gallos y escribía: “Cualquier cosa es preferible a que la barbarie crezca entre nosotros”.

Pero creció, incluso a pesar de las leyes promulgadas para restringirlo y eliminarlo. Los combates (y las apuestas), que durante mucho tiempo formaron parte de la subcultura de Chicago, solían celebrarse en los sótanos y trastiendas de las tabernas. Pero con el tiempo, la ciudad se llenó de gimnasios privados donde se podía aprender el deporte y ver la acción. La Iglesia católica, a través de su Organización Católica de la Juventud, se convirtió en uno de los principales mentores y patrocinadores de este deporte, junto con los Caballeros de Colón, la Liga Católica de Secundaria y otras escuelas, y el Distrito de Parques de Chicago. Todos ellos fomentarían y promoverían el boxeo.

En 1923, el Tribune, que hacía tiempo que había dejado atrás su aversión por este deporte, organizó un torneo de boxeo amateur que sería la base de lo que pronto se llamaría formalmente los Guantes de Oro. Este acontecimiento fue lo que el Tribune denominó “un gran carnaval del boxeo... el mayor torneo de boxeo amateur jamás celebrado en Chicago”, en el que participaron unos 424 jóvenes que pelearon durante tres días de marzo en el auditorio de Ashland Boulevard. Fue una idea del editor de deportes del periódico, Arch Ward, el visionario que también creó el Partido de las Estrellas de las Grandes Ligas de Béisbol en 1933.

La etiqueta Guantes de Oro se colocó por primera vez en combates que tuvieron lugar el 24 de marzo de 1928. En el Coliseum, ocho boxeadores de Chicago se enfrentaron a ocho boxeadores de Nueva York y empataron a 8. El crecimiento fue rápido, ya que se formaron organizaciones de Guantes de Oro en ciudades de todo el país y del mundo.

El boxeo ha representado durante mucho tiempo, especialmente para los jóvenes inmigrantes, un peldaño en la escalera hacia el sueño americano. Muchos grupos de inmigrantes, sobre todo judíos, irlandeses, italianos, negros y latinos, estaban marginados en la vida y en el trabajo, a menudo ignorados por los mismos hombres que se convertían en clientes de los combates de boxeo. Cada barrio de inmigrantes tenía su “campeón”, y el boxeo se convirtió en una bandera de orgullo racial o étnico.

Pero el objetivo de los Guantes de Oro siempre ha ido más allá de la fama y la riqueza potenciales. Se fundaron para “ofrecer oportunidades que forjen el carácter, el respeto por uno mismo y unas aptitudes de liderazgo duraderas”, y en esa tarea siguen.

Una vez hablé de boxeo con un hombre duro y encantador, el difunto Martin McGarry, natural del condado irlandés de Mayo. Llegó aquí a mediados de los 60 y se convirtió en campeón de los Guantes de Oro, instalador de tuberías y fundó el McGarry’s Boxing Club en su casa del barrio de Beverly.

McGarry enseñó a cientos de personas. Uno de los adolescentes a los que entrenó se convertiría también en campeón de los Guantes de Oro, y más tarde se dio a sí mismo el título de Señor del Baile. Se llama Michael Flatley, y es conocido por crear espectáculos de danza irlandesa como “Riverdance” y “Lord of the Dance”. Ha dicho que volverá a Chicago a mediados de abril para una ceremonia especial de los Guantes de Oro en honor a antiguos participantes que triunfaron fuera del ring.

McGarry murió en 2018, pero una vez me dijo: “Llevo el boxeo en la sangre. Da confianza a la gente y mejora su visión de la vida. Y les ayuda también a trabajar muchísimo, a rendir en el trabajo. Y les enseña a respetar a los demás, que es muy importante. Es la base de un buen carácter”.

Boxeé durante un tiempo, en el viejo gimnasio cerca de Navy Pier. Se llamaba el Gimnasio de los Bomberos porque los bomberos lo dirigían y el entonces Comisionado de Bomberos Robert Quinn lo utilizaba para mantener a sus hombres en forma. Pero en realidad era para todo el mundo, para jugar al baloncesto, al voleibol, hacer ejercicio y boxear, cosa que disfruté durante un tiempo a los 20 años, hasta que un adolescente flacucho me noqueó y puso fin a mi “carrera” en los cuadriláteros.

Pero me convertí en un gran admirador de este deporte y de aquellos que lo enseñaban y peleaban. Además de presenciar en Nueva Orleans la decisión en 15 asaltos de Muhammad Ali en su revancha con Leon Spinks en 1978, he visto docenas de combates de los Guantes de Oro, la mayoría de ellos celebrados en el gimnasio St. Andrews de West Addison Street, donde he visto a boxeadores y, desde 1994, a boxeadoras de habilidades diversas pero deseos similares, bailar y agitarse, balancearse, fallar y golpear.

Los competidores eran de lo más variopinto, desde adolescentes duros que expresaban su virilidad hasta corredores de bolsa que llevaban su rutina de ejercicios a un extremo ilógico; la edad oficial de los Guantes de Oro oscila entre los 18 y los 40 años. Muchos de los púgiles más jóvenes albergaban el sueño de alcanzar la gloria olímpica o de ganar millones de dólares, tal vez siguiendo los pasos de ex alumnos de los Guantes de Oro como Joe Louis, Sugar Ray Leonard o Ali (cuando era conocido como Cassius Clay).

Esas fantasías son frágiles y acaban rápidamente con la furiosa ráfaga de un adversario. Pero en St. Andrews vi, como escribí en 2000, “fuego en los ojos de los púgiles, sangre en algunas barbillas; sueños a la vez aplastados y alimentados en el relámpago de un gancho de izquierda que envía a un boxeador a la lona y a otro por los aires, como levantado por el rugido de un público agradecido”.

“Los Guantes de Oro son una gran cosa”, dice Larry Roeske, director de los Guantes de Oro de Chicago. Es pintor de la ciudad de Chicago. Tiene 62 años y nunca ha boxeado, ni tampoco sus siete hijos. Conoció los Guantes de Oro hace casi 20 años gracias a un amigo que era voluntario de la organización y ahora funciona, como él dice, como “El manitas de los Guantes de Oro”.

Asiste a cada combate, organiza los combates en una docena de divisiones de peso, busca patrocinadores, redacta programas, se ocupa de las relaciones públicas, cuelga pancartas, gestiona las solicitudes de entradas y la venta de camisetas... y así sucesivamente. “Es mucho trabajo, pero merece la pena”, afirma. “He visto a muchos niños con problemas convertirse en seres humanos decentes”.

Él y otros organizadores, voluntarios, boxeadores y aficionados le dirán que los Guantes de Oro, que ofrecen instrucción y tutoría durante todo el año, ayudan a mantener a los niños alejados de las calles y de las bandas, y que enseñan disciplina y autoestima.

Entre la multitud se ven amigos y familias, madres preocupadas y padres llenos de orgullo. Algunas familias llevan generaciones asistiendo (y participando) en los Guantes de Oro. Las multitudes no son las reuniones enjoyadas y repletas de estrellas que se ven a menudo en los grandes combates profesionales. Son gente de barrio y los Guantes de Oro son el boxeo en su nivel más inocente, donde la deportividad asoma su hermosa cabeza.

Quizá el éxito de la franquicia cinematográfica “Creed” diga algo alentador sobre el boxeo. También podría serlo una encuesta reciente de Harris Poll, que encuestó a más de 2,000 adultos en 2021. Según esta encuesta, el boxeo es el cuarto deporte más popular del país, con un 33% de aficionados, por detrás del fútbol americano (62%) y el béisbol y el baloncesto (ambos con un 49%). También situaba al boxeo por encima de las MMA (30%). Una década antes, el boxeo no figuraba entre los 10 primeros en una encuesta Harris.

¿Las razones? Es difícil explicar por qué en 1971 unos 300 millones de personas vieron por circuito cerrado de televisión un combate entre Ali y Joe Frazier. O por qué el Cicero Stadium estará abarrotado de aficionados, familias y púgiles tantas noches en las próximas semanas. Sí, el boxeo consiste en golpear a tu oponente o tirarlo a la lona. Pero quizá se trate de algo más enrarecido, como escribió en su libro “On Boxing” la novelista Joyce Carol Oates, que acudía a menudo a los combates de los Guantes de Oro con su padre: “En el cuadrilátero brillantemente iluminado, el hombre está in extremis, representando un rito atávico o agonía para el consuelo misterioso de quienes sólo pueden participar indirectamente en ese drama: el drama de la vida en carne y hueso”.

-Traducción por José Luis Sánchez Pando/TCA