“Ódiame por piedad yo te lo pido”: la intensa vida y carrera de Julio Jaramillo, el “Frank Sinatra latinoamericano"
Para muchos, es imposible quedar indiferente después de escuchar a Julio Jaramillo. Para tantísimos otros resultaría impensable lanzarlo al olvido.
Y es que ni la indiferencia, ni el olvido iban con su personalidad artística.
Ódiame sin medida ni clemencia
Odio quiero más que indiferencia
Porque el rencor hiere menos que el olvido
Ese tema, del compositor peruano Rafael Otero, fue uno de sus grandes éxitos.
Sin preparación musical formal, el cantante ecuatoriano, nacido el 1 de octubre de 1935, alcanzó la gloria no solo en su país, sino en gran parte de América Latina.
El niño que fue zapatero y que, años después, consiguió que notaran su increíble voz en un programa de radio, se convirtió en “El Ruiseñor de América”.
Su legado sigue vigente y así lo reconocen diferentes generaciones de latinoamericanos.
“Julio Jaramillo es un fenómeno sociológico extraordinario. Él le supo cantar a la estética de la sociedad que le tocó vivir”, señala el reconocido músico venezolano Miguel Delgado Estévez.
“Para mí, Latinoamérica tuvo su Frank Sinatra con JJ”, me dice el escritor ecuatoriano Eduardo Varas.
El compositor y arreglista colombiano Juancho Valencia, ganador de dos Grammys Latinos, reconoce en Jaramillo al “creador de la elegancia andina, es el cantante exquisito y totalmente sofisticado de melodramas”.
Mucho se ha dicho y se ha escrito sobre Julio Jaramillo y en lo que hay consenso es en su tremendo talento.
Lo escucharon y todo cambió
Christian Jaramillo tiene 36 años. Su padre fue Julio Francisco Jaramillo Sánchez, el primer hijo de Julio.
Habla con un inmenso orgullo de su abuelo, quien perdió a su padre, Pantaleón, siendo muy niño.
“Sin temor a equivocarme, pienso que la línea musical viene heredada de la familia de su madre, Apolonia Laurido”, le cuenta a BBC Mundo, desde Ecuador.
Fue ella quien sacó adelante a sus hijos. “Siempre estuvo muy presente en toda la enfermiza vida de mi abuelito”.
Julio desarrolló su talento musical junto a su hermano mayor, José, “Pepe” Jaramillo, quien también llegaría a convertirse en un célebre cantante de pasillos, un género musical que Ecuador comparte con otros países de la región.
Fue en un concurso de radio donde encontró la oportunidad de brillar.
Allí lo vieron, lo escucharon y así se dio a conocer el joven Julio Alfredo Jaramillo Laurido.
“El negrito que canta bonito”
Cuando la fabricante de discos J. D. Feraud Guzmán quiso regrabar, en Ecuador, una canción llamada “Fatalidad”, que ya había sido un éxito con Olimpo Cárdenas, se topó con un asunto de altos costos.
Así es que los empresarios decidieron buscar a un cantante cuya voz se asemejara a la de Cárdenas.
Christian cuenta que el destacado maestro de la guitarra Rosalino Quintero les hizo una propuesta: “Yo tengo un negrito que canta bonito y se los voy a traer”.
Y es que “sus compañeros de bohemia lo llamaban cariñosamente ‘negrito’”.
Cuenta que le pidieron que cantara como Cárdenas, a lo que su abuelo respondió: “No lo voy a hacer como Olimpo, lo haré mejor”.
A esa interpretación, se le atribuye su gran salto a la fama en 1956.
“Nunca hubo una querella” entre ambas estrellas, enfatiza su nieto. “Entre ellos nunca hubo celos, más bien hubo una gran amistad”.
Y también una producción discográfica extraordinaria.
“Un héroe”
En su país, legiones de individuos empezaron a percibir a Julio Jaramillo como uno de ellos.
“Sintieron lo que muchas personas de clase popular sienten en Ecuador cuando ven a los futbolistas: alguien que los representa, que salió de ellos y que triunfó”, indica el periodista ecuatoriano Varas.
“Caminó las mismas calles, comió en esas esquinas, jugó fútbol, vivió la misma vida de los guayaquileños de la época. Es un héroe para muchos”.
La misma palabra la usa el arreglista venezolano Delgado Estévez:
“Fue un héroe de las clases populares, ellas valoraron y consumieron su música, sintieron que alguien les estaba haciendo caso”.
Así, las canciones de Julio traspasaron las fronteras.
“A cualquier barrio popular al que fueras en Caracas, la música que se oía era la de Jaramillo”.
“Ese segmento de la población se identificaba con sus canciones de amor y de desamor”.
“Le cantó a la madre, le cantó a lo más universal del sentimiento humano y yo creo que eso es lo que lo hizo penetrar de manera tan importante en la escena artística de la época”.
Confiesa no haber sido “un consumidor de su música”, pero aún así recuerda que en su juventud, cuando estaba con sus amigos, en fiestas y serenatas, tocó algunas de sus piezas.
“Copiábamos los punteos de guitarra, las introducciones guitarrísticas que eran muy creativas y que fueron de mucho atractivo para la estética de la época”.
En el campo
En Colombia, el primer recuerdo que Juancho Valencia, de 43 años, tiene sobre Julio Jaramillo nos abre otro rico abanico de sus seguidores:
“Habría tenido entre 6 u 8 años y creo que la mayoría de las personas tiene un recuerdo similar”.
“En el eje cafetero, mi abuela tenía una finca y recuerdo que cuando iba a visitarla, escuchaba su música en un emisora de radio mientras los campesinos limpiaban, todos en un mesa, el café después de haberlo recogido”, le cuenta a BBC Mundo.
“El campesino del plátano, el de la yuca, el de las frutas, son las personas que han hecho que la música de Julio Jaramillo siga existiendo”.
Para Valencia, la universalidad de esa música radica en la capacidad de Julio para cantar melodramas. “Eso le fascina a los latinos”.
Además, “canta con las entrañas y con una voz que se entiende de una manera maravillosa”.
Así, Valencia toca dos elementos clave para entender parte del fenómeno de Julio Jaramillo: la radio y las historias que nos cuenta.
Ambos los exploramos con la ayuda de Ricardo Pérez Montfort, investigador del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social de México, profesor en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México, UNAM, y autor de varios libros.
Y para eso nos adentramos en el paso del cantante por México.
Dentro de un gigante
“Julio Jaramillo es uno de esos casos extraordinarios de un ecuatoriano que llega a México a finales de los años 50, principios de los 60, atraídos en gran medida por la industria radiofónica”, dice el profesor.
El México de esa época estaba ávido de la música romántica, del bolero, de la música tropical, de la cubana.
Desde 1930, se había desarrollado un emporio radiofónico en ese país, encabezado por la XEW, cuyo lema era: “La voz de la América Latina desde México”, y que se fortaleció durante la Segunda Guerra Mundial.
“Jaramillo se inserta muy rápidamente en los círculos de la música comercial, una música que se produce principalmente para ser explotada tanto en mercados populares como de clase media, fomentados por la radio y por un afán de consumo cultural muy vigente en México en los años 50”.
Julio, como lo harían otras leyendas (Agustín Lara, Toña la Negra), logró un éxito muy intenso en México.
Grabó cientos de canciones e hizo giras muy exitosas y, como sucedió con Daniel Santos, se le reconocía como un bohemio.
“Era un enamoradizo y en esos momentos, eso tenía una popularidad muy particular, no hay que olvidar que ese es uno de los valores que promueven los medios de comunicación en México de la época, este espíritu no solo bohemio, sino juguetón”.
Julio encajó muy bien en ese contexto y su estilo musical se volvió inconfundible.
“Él hace algo, que después resulta un tanto recurrente, que es que boleriza los tangos. Hay piezas que originalmente eran tangos, con su espíritu melancólico y tristón, y él los convierte en boleros y en ese sentido recoge una vertiente del propio sentimentalismo latinoamericano”.
La gran educadora sentimental
El profesor me recuerda que Carlos Monsiváis decía que realmente la educación sentimental en México se había producido, principalmente, en la radio, más que en la familia o en la escuela.
Y es que la radio se convirtió en el primer electrodoméstico que entró en las vidas de los sectores populares, mucho antes que los refrigeradores o las licuadoras.
Esa “educadora sentimental”, como plantea Monsiváis, va más allá de los personajes estereotipados de los hombres y las mujeres que retratan las radionovelas.
“El foco de información sobre los sentimientos, de cómo se enamora uno, aparece en la radio y muchas de esas canciones que canta Julio Jaramillo recogen ese sentir: el bien y el mal muy claramente identificados, el drama del enamorado, la entrega de su vida al amor y esos son instantes que impactan con una gran fuerza”, explica Pérez Montfort.
“No son libros, pero son como los recuadros destacados en los libros de texto: las canciones son momentitos que marcan la vida”.
“La radio va imponiendo figuras, estilos. Antes de esta gran invasión de lo que es el American Way of Life, había un énfasis en lo mexicano, lo argentino, lo cubano, lo latinoamericano, pero no desde una perspectiva de crítica política, sino de promoción sentimental y comercial”.
Para el investigador, no fue tanto el origen pobre de Julio, sino el mundo de la bohemia, su forma de vivir, el que permitió su identificación más estrecha con el ámbito popular.
El hombre
El artista tuvo diferentes relaciones sentimentales en Ecuador y en varios de los países que visitó y en los que se radicó.
“Sí, mi abuelo tuvo muchísimas mujeres, muchísimos hijos, pero él nunca negó uno. Los que aparecieron en ese momento, los reconoció a todos”, me dice su nieto Christian.
“Mi papá me contó que mi abuelito era muy cercano a sus hijos, que cuando llegaba de gira a Ecuador se reunía con ellos”.
“Mi abuelito fue una muy buena persona, muy aparte de sus errores, no puedo llamarlos defectos porque no es un defecto amar a una mujer, no es un defecto amar la música y compartirla con tragos”.
“Mi mamá me contaba que mi abuelito era muy mano suelta: cobraba un cheque, se le acercaba alguien que necesitaba y se lo daba, tenía un billete, le pedían y él era: ‘toma’. Andaba sin dinero y le pedía prestado a mi abuela (Odalia Sánchez Moreno) y ella le daba”.
“Por cierto” -señala- “mi abuela le preparaba a mi abuelito uno de sus platos favoritos: el tallarín con carne”.
El adiós
Su salud empezó a verse afectada y en febrero de 1978, tuve que ser hospitalizado en Ecuador.
En el programa de la cadena de televisión Caracol “Expediente Final: Así fueron los últimos días de vida de Julio Jaramillo”, uno de sus médicos, el doctor Bolívar Cevallos, señaló que le habían encontrado un cálculo dentro de la vesícula, órgano que hallaron en una condición sumamente delicada.
Fue sometido a una cirugía, pero tras la intervención, Julio accidentalmente se quitó una sonda que le habían colocado, relató Nancy Arroyo Henao, su viuda, que lo acompañó en esos momentos.
Eso provocó que la bilis se regara internamente y que lo tuvieran que operar de emergencia.
Días después, su cuadro se complicó y el 9 de febrero murió. Tenía 42 años.
“Sufrió un paro cardiorrespiratorio como consecuencia de una sepsis”, indicó Cevallos.
La noticia se regó como pólvora por Guayaquil.
Dos días con sus noches lo velamos en el estadio.
De todas partes se venían con mujeres, con hijos,
(…)
Ríos de gente salían de los manglares bajaban de los cerros rodando por el lodo ensuciándose la ropa,
perdiendo los zapatos, perdiéndolo todo,
menos la firmeza de estar junto a él en su última conquista
(…)
Gentes del pueblo arracimados en colas largas
como el destino para tocar el cuerpo persignarse y llorar a grito herido la huella de su ausencia
Esos son fragmentos del poema “Pueblo, fantasma y clave de Julio Jaramillo”, de Fernando Artieda.
Medios de comunicación y varias fuentes de la época apuntan a que a su sepelio asistieron casi 200.000 personas.
Más de mil canciones
El luto se propagó por la región. Julio ya era un ícono latinoamericano, “Mister Juramento”.
“Muchos países se llegaron a atribuir su nacionalidad, lo cual es completamente descabellado en este momento”, cuenta Varas.
De hecho, Christian, quien tiene 16 años de carrera como cantante, me cuenta una anécdota en México.
“Un taxista me dice que Julio Jaramillo había nacido en Texcoco, ‘ahí, saliendo al Estado de México’, y le digo: 'no, amigo, él era ecuatoriano'”.
“Frena a raya, se me queda mirando y me dice: ‘No (*****), guey’. Se puso feliz cuando supo que era su nieto. Nos hicimos amigos, me llevó a todos los sitios en los que canté”.
El legado discográfico de Julio es inmenso. Una investigación que Christian y un equipo ha realizado calcula que grabó entre 1.100 a 1.200 canciones.
Algunos de sus grandes éxitos han tomado nuevos estilos, como “Nuestro juramento”, del puertorriqueño Benito de Jesús, en las voces de Juanes o Café Tacvba.
No puedo verte triste porque me mata
Tu carita de pena, mi dulce amor
Me duele tanto el llanto que tu derramas
Que se llena de angustia mi corazón
Juancho Valencia y su agrupación antioqueña Puerto Candelaria no dudaron en hacer sus versiones de “Que nadie sepa mi sufrir” y “Senderito de amor”.
Estos artistas han puesto a abuelos, padres, hijos y nietos a cantar las mismísimas melodías.
Y es que, como destaca Valencia, Julio fue un maestro en hacer “esas mezclas y esos juegos” entre el tango, la ranchera, el vals, el pasillo, el bolero, y eso “es una síntesis del sonido romántico latino”.
“Por eso siguen, generaciones y generaciones, contagiándose y conectándose con su música”.
¿El Sinatra?
Varas tiene 43 años y creció oyendo la música de Julio. Para él es clave recordar que “como todos nosotros, tenía cosas buenas y cosas malas y que trascendió porque su voz fue realmente maravillosa”.
Cuando le pregunto por qué compara a Julio con Sinatra, me dice que sus vidas tienen mucha relación: “El chico pobre que comienza a ser notado por su voz”.
Para él, cuando cantaba la leyenda estadounidense era como si de una caja con una forma específica saliera algo totalmente inesperado.
“Estoy hablando de un Sinatra flaquísimo, joven, en cuya voz había profundidad, algo de gravedad, pero al mismo tiempo dulzura”.
“Cuando el joven JJ empieza a cantar, sale esta especie de dulzura casi como un lamento, y es una sorpresa”.
“Era como una especie de dolor que salía de este cuerpo, que no era tan alto”.
“Yo los comparo porque se produce esa disociación entre lo que se ve y se escucha y me encanta esa sorpresa. Para mí, tuvimos nuestro Sinatra. Para mí, Latinoamérica tuvo su Sinatra con JJ, lo digo así. Desde muy temprano hice esa asociación y la sostengo”.
*Con la colaboración de Beatriz De La Pava y Natalia Guerrero.
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