Cómo el éxito tenístico de una familia acabó en dolor

Jade y Carolina Lewis en 2015, durante sus años de tenistas juveniles. (Foto de familia vía The New York Times)
Jade y Carolina Lewis en 2015, durante sus años de tenistas juveniles. (Foto de familia vía The New York Times)

AUCKLAND, Nueva Zelanda — Hace cuatro años, David Lewis recibió una llamada de la oficina del forense de Washington D. C. Habían encontrado muerta en la habitación de un hotel a su hija mayor, Carolina, una extenista universitaria. Tenía 23 años.

Más tarde, Lewis escucharía una historia enrevesada sobre una noche donde hubo visitas a varios clubes, un hombre disfrazado, unas llamadas de una Carolina aterrorizada y una cita con un desconocido que precedió a su muerte. Sin embargo, en aquel momento, lo único que sabía era que había perdido a su hija.

Los Lewis son miembros de la realeza del tenis en su natal Nueva Zelanda. David, de 59 años, había sido jugador profesional, al igual que su hermano Mark. Otro de sus hermanos, Chris, jugó la final varonil individual de Wimbledon en 1983, en la que perdió contra John McEnroe.

Durante un tiempo, Carolina y su hermana, Jade, continuaron con la tradición familiar. Cuando eran adolescentes y su desempeño en la cancha auguraba un futuro exitoso, sus padres mudaron a la familia a Estados Unidos para que las niñas pudieran alcanzar el estrellato en el tenis.

Carolina destacó y compitió en la División I de tenis en la Universidad de Virginia Occidental y en la Universidad Estatal de Kansas. Durante un tiempo, Jade fue incluso mejor, al convertirse en una futura promesa profesional que destacó en su única temporada en la Universidad Estatal de Luisiana (LSU, por su sigla en inglés).

No obstante, pronto todo salió mal. Jade inició una relación con un jugador de fútbol americano de la LSU que abusó de ella; todavía lucha contra las secuelas psicológicas. Carolina pasó sus años en el tenis universitario ocultando el trauma de una agresión sexual que les confesó a sus amigos, pero que nunca contó a nadie más.

Fotografías y pertenencias de Carolina Lewis, en su casa familiar de Auckland, Nueva Zelanda, el 23 de octubre de 2023. (Ruth McDowall/The New York Times)
Fotografías y pertenencias de Carolina Lewis, en su casa familiar de Auckland, Nueva Zelanda, el 23 de octubre de 2023. (Ruth McDowall/The New York Times)

En septiembre de 2019, yacía en una morgue envuelta en una sábana mientras su madre, Rosaria, se inclinaba para besarla por última vez.

Los Lewis ahora dedican sus días a luchar contra su indignación por lo que consideran investigaciones mal hechas y apáticas sobre la muerte de Carolina y el abuso hacia Jade. Aún más, lamentan la decisión de venir a Estados Unidos. El tenis le dio una identidad y un propósito a David Lewis y le destroza que la búsqueda de éxito de sus hijas en este deporte acabara de tan horrible manera.

Criadas en las canchas de tenis

Durante seis décadas, el tenis ha sido la identidad de la familia Lewis, su sustento, una fuente de todo lo bueno.

Después de que terminó su carrera de jugador, David trabajaba como organizador de torneos cuando conoció a Rosaria La Pietra. Se casaron a los pocos meses y tres años después, en 1996, nació Carolina. Jade llegó dos años después.

Las niñas comenzaron a practicar deporte, en especial tenis, cuando eran pequeñas. Era una tradición de los Lewis.

A medida que se volvían mejores en el tenis, más sentido tenía mudarse a Estados Unidos, debido al pequeño tamaño de Nueva Zelanda y la falta de competencia cercana.

En 2011, la familia aterrizó en Hilton Head Island, Carolina del Sur, donde David consiguió trabajo en una academia de tenis. Carolina tenía 15 años y Jade, 12.

Carolina y Jade ganaron una vez un evento profesional de categorías menores como compañeras de dobles, pero Carolina nunca tuvo la intención de convertirse en jugadora del circuito.

Lo único que quería del tenis era una beca universitaria para la Universidad de Virginia Occidental… y la consiguió. Obtuvo un récord de 24-6 en individuales como estudiante de primer año y siguió siendo competitiva como estudiante de segundo año contra rivales más duras.

También tenía una vida social muy activa, en la que daba la impresión de hacer nuevos amigos cada vez que salía de su habitación.

“Podía hablar con cualquiera”, afirmó Molly Trujillo, una compañera de la Universidad de Virginia Occidental que se volvió la mejor amiga de Carolina.

Sin embargo, pronto, Carolina perdió parte de su espíritu, comentó Trujillo. A veces, simplemente parecía triste.

Carolina le confesó a Trujillo y a otros amigos que dos luchadores la habían agredido sexualmente durante una noche de fiesta. Nunca denunció el incidente a las autoridades escolares ni se lo contó a sus padres. David y Rosaria tan solo se enteraron de lo ocurrido hasta después de su muerte, cuando sus amigos se lo contaron.

En busca de un nuevo comienzo, Carolina se transfirió a la Estatal de Kansas. Se unió al equipo de tenis y jugó allí su temporada final en 2018.

No obstante, el recuerdo de lo ocurrido en Virginia Occidental persistía. Un día, los Lewis recibieron una llamada en la que les dijeron que Carolina había sufrido una sobredosis de somníferos y estaba en el hospital.

Carolina le confió a Trujillo que había empezado a consumir drogas más duras, incluida la cocaína. Le mencionó a Trujillo que, aunque tenía muchos amigos, a veces se sentía muy sola.

Una hermanaen crisis

Jade había entrado a la LSU en enero de 2017, atraída por la oferta de una beca completa y vitalicia si jugaba una temporada en Baton Rouge para los Tigres.

Jade ganó el honor, junto a otra compañera, de ser la mejor novata del año de la Conferencia del Sureste y ayudó a la LSU a clasificarse para el torneo de la NCAA.

Sin embargo, fuera de la cancha, estaba en crisis. El entonces novio de Jade, un recluta estrella de fútbol americano llamado Drake Davis, la golpeó varias veces a partir de 2017. Como tuvieron el presentimiento de que la vida de Jade podía estar en peligro, David y Rosaria Lewis se mudaron a Baton Rouge para intentar protegerla. Jade, quien temía por su seguridad, pero era incapaz de separarse de Davis, se negó a escucharlos y se distanció de ellos, aunque las amenazas y los ataques se acumulaban.

Con el tiempo, Jade alzó la voz. Un reportaje de USA Today sobre las acusaciones de Jade contra Davis provocó que la LSU le ordenara una investigación y un informe al despacho jurídico Husch Blackwell. En 2019, Davis se declaró culpable de agresión a una pareja con la que salía y de violar una orden de protección.

Según Jade, sigue luchando con un sentimiento de vergüenza por lo que le ocurrió en la LSU. Ha contribuido a sentimientos de vacío que produjeron dos sobredosis de Adderall.

Una salida nocturna trágica

Carolina se graduó en la Estatal de Kansas en la primavera de 2019. Al final del verano, trabajó en el Abierto de Estados Unidos, donde se encargó de la logística de los jugadores. Dos días después de que el torneo terminó, tomó un autobús a Washington D. C. para visitar a Trujillo y a otros amigos de Virginia Occidental.

Una noche, Carolina, Trujillo y su grupo fueron a un bar llamado The Gryphon, en el noroeste de Washington. En The Gryphon, Carolina conoció a Glenn Gibson, entonces de 37 años, un expolicía que había tenido varios trabajos desde que dejó el departamento de policía de Norfolk, Virginia, en 2009.

Poco después de medianoche, Carolina y sus amigos, a los que se sumó Gibson, se dirigieron a un club nocturno cercano llamado Abigail.

Carolina y Trujillo se separaron dentro del club y, poco después de la una y media de la madrugada, Trujillo se fue.

En una entrevista, Trujillo admitió que, si hubiera algo que pudiera cambiar en su vida, volvería atrás en el tiempo y sacaría a rastras a su amiga del club.

Gibson más tarde dijo que vio cuando Carolina dejó a Abigail con un par de hombres que, según él, no conocía. Una cinta de seguridad lo confirmó. Un hombre tenía rastas y llevaba una máscara de Halloween.

Gibson declaró que iba de camino a casa alrededor de las dos y media de la madrugada cuando Carolina lo llamó asustada y le preguntó si podía ir a buscarla. Estaba en un apartamento del noreste de Washington.

La policía nunca ha determinado de quién era el apartamento donde estaba Carolina, pero, según sus mensajes de texto, los hombres que estaban allí empezaron a pelearse y ella empezó a tener cada vez más miedo. También le dijo a Gibson: “Tomé oxicodona”.

Más o menos a las tres de la madrugada, Carolina escapó del apartamento y se encontró con Gibson en la calle, donde se subió a su Mercedes S600 negro.

Más tarde, los detectives del Departamento de Policía Metropolitana recuperaron un video de casi nueve minutos en el que se ve a Gibson y Carolina registrándose en el hotel Liaison, cerca del Capitolio, alrededor de las tres y media de la madrugada. Debido a que el proceso de registro se prolongó, él la ayudó a sentarse en un sofá cercano. Unos minutos después, se dirigieron a la habitación 916.

Según la declaración de Gibson a la policía, se ducharon, tuvieron relaciones sexuales consensuadas —un análisis forense lo confirmó— y se quedaron dormidos cerca de las cinco de la madrugada. Gibson se despertó un par de horas más tarde y salió durante poco tiempo de la habitación para mover su auto. Cuando volvió a la habitación, ella estaba muerta.

Una autopsia posterior reveló que el nivel de alcohol en la sangre al momento de su muerte era de 0,24, el triple del límite legal para conducir en Washington. Además, según un informe toxicológico, Carolina no parecía haber tomado oxicodona. Tomó fentanilo.

Un forense llamó a los Lewis más tarde esa misma mañana. Las autoridades dictaminaron que la muerte de Carolina fue una trágica sobredosis accidental.

Durante los meses siguientes, David Lewis presionó a los detectives para que averiguaran cómo su hija había muerto por una sobredosis de fentanilo en una habitación de hotel con un hombre al que solo había conocido durante unas horas. Quería que la policía averiguara quién le había dado el fentanilo a Carolina y acusara de asesinato al responsable.

Justo antes de que Gibson recogiera a Carolina, ella recibió una llamada de un número de teléfono relacionado con un traficante sexual convicto llamado Larry Holt. La policía le comentó a David Lewis que no pudo establecer la conexión entre Carolina y Holt, quien se negó a cooperar con los investigadores.

David Lewis también tenía sospechas de Gibson. Creía que el informe toxicológico por sí solo era prueba de que su hija había sido agredida sexualmente porque el nivel letal de alcohol y fentanilo en su organismo le habría impedido dar su consentimiento.

Sin embargo, la ley —y los jurados— suelen distinguir entre estar incapacitado y ser capaz de dar consentimiento, en especial si las víctimas se intoxicaron de manera voluntaria.

David, Rosaria y Jade Lewis ya están de regreso en Nueva Zelanda. Todos en la comunidad del tenis neozelandés saben quién es David y lo que le ha pasado a su familia. Él puede percibir la inquietud que causa el dolor que ha sufrido. Así que intenta evitar esa escena. Da lugar a demasiados recuerdos dolorosos.

Jade no sufrió abusos en una cancha de tenis y Carolina no murió en una. Sin embargo, cuando David intenta comprender lo ocurrido, cuando hace ingeniería inversa de los últimos años para ver qué podría haber hecho para proteger a sus hijas, su mente se desvía hacia la mudanza de la familia a Estados Unidos y la búsqueda de la excelencia tenística que la inspiró.

Los Lewis tienen la sensación de que sus traumas no han dejado de ocurrir y les ocurrirán para siempre. No es un asunto de superarlo. Dudan que exista la posibilidad de hacerlo. Durante un tiempo, el tenis lo fue todo para la familia.

Ahora es otra cosa: un camino que desearían no haber tomado nunca.

c.2023 The New York Times Company