'El ébola podría habernos matado a todos': el confinamiento laxo ha asolado a Uganda

Personal de seguridad en un puesto de control donde las autoridades impusieron un cierre y un toque de queda para detener la propagación del virus del ébola en Kassanda, Uganda, noviembre de 2022. (Esther Ruth Mbabazi/The New York Times)
Personal de seguridad en un puesto de control donde las autoridades impusieron un cierre y un toque de queda para detener la propagación del virus del ébola en Kassanda, Uganda, noviembre de 2022. (Esther Ruth Mbabazi/The New York Times)

Cuando un brote de ébola se extendió por el centro de Uganda a finales de septiembre, los funcionarios del gobierno estaban dispuestos a hacer cualquier cosa para contener el virus excepto tomar una medida fundamental: imponer un confinamiento.

Esta acción fue radicalmente distinta a la que tomaron durante el inicio de la pandemia de coronavirus, cuando Uganda implementó algunos de los confinamientos más restrictivos de África, pues cerró sus fronteras, prohibió el uso del transporte público y cerró escuelas durante dos años, uno de los cierres más largos del mundo.

Las autoridades de Uganda, un país sin salida al mar situado en África oriental, ahora reconocen que dudaron en imponer restricciones similares en el brote de ébola reciente debido a la ira, el resentimiento y el trauma persistentes por las estrictas medidas impuestas a causa del COVID-19. Les preocupaba que otra respuesta severa a una epidemia pudiera desencadenar protestas, afectar una economía que ya estaba sometida a tensiones y aislar a una población cansada y llena de desinformación sobre los peligros (e incluso la existencia) del virus del Ébola.

La decisión inicial de no blindar el epicentro del brote de ébola se ha convertido en una pesadilla para Uganda. La enfermedad se propagó a nueve distritos, incluida la capital, Kampala. La Organización Mundial de la Salud informó de 142 casos confirmados y 55 muertes confirmadas, además de otros 22 fallecimientos que podrían estar relacionados con el brote.

“Debimos haberlo hecho de manera mucho más agresiva”, afirmó Henry Kyobe Bosa, investigador de salud pública que gestiona la respuesta al ébola en el Ministerio de Sanidad, pero añadió: “Recuerden que venimos del COVID-19 y uno quiere no afectar la vida de la gente en la medida de lo posible”.

El brote, el más mortífero del país en más de dos décadas, ha remitido en gran medida y en fechas recientes no se han registrado contagios nuevos de ébola, pero los afectados se preguntan si se podrían haber ahorrado todo este dolor.

Entre los fallecidos se encontraba Ssebiranda Isaiah Victor, de 12 años, cuyos familiares se reunieron una tarde nublada para el funeral en Nakaziba, su aldea ubicada en las exuberantes colinas del centro de Uganda.

Una unidad en construcción para el tratamiento del ébola en Kassanda, Uganda, noviembre de 2022. (Esther Ruth Mbabazi/The New York Times)
Una unidad en construcción para el tratamiento del ébola en Kassanda, Uganda, noviembre de 2022. (Esther Ruth Mbabazi/The New York Times)

La familia vivía en Kampala y el padre del niño, Ssekiranda Fred, dijo que su hijo había contraído el virus del hijo de un vecino que llegó de Kassanda, uno de los distritos en el centro del brote.

Fred dijo que si el gobierno hubiera tomado medidas estrictas para detener el avance del virus, “quizá las cosas no habrían terminado así”.

“Te extraño, hijo mío”, dijo. “Era tan brillante, un soñador”.

El ébola, una enfermedad muy contagiosa que se da sobre todo en África, causa fiebre, fatiga y hemorragias oculares y nasales. El virus mata a alrededor de la mitad de las personas que infecta. El mayor número de muertes, 11.325 personas, se registró durante un brote en África occidental entre 2014 y 2016. Una epidemia en el Congo entre 2018 y 2020 provocó la muerte de 2280 personas.

En los últimos años, Uganda ha sufrido brotes múltiples de enfermedades, como el sarampión, la enfermedad por el virus de Marburgo y la poliomielitis, que han sobrecargado su sistema sanitario.

Por eso, cuando surgió el COVID-19, las autoridades pusieron en marcha amplias restricciones que tuvieron efectos devastadores para los 47 millones de habitantes del país. Grupos de derechos humanos y miembros de la oposición argumentaron que las medidas formaban parte de un esfuerzo por reprimir a la disidencia antes de las reñidas elecciones del año pasado y los sangrientos meses posteriores.

Las autoridades sanitarias ugandesas se mostraron reacias a decretar otro cierre general cuando se detectó el virus del ébola, a pesar de las recomendaciones de expertos médicos y grupos de ayuda que las instaban a impedir de inmediato los desplazamientos hacia y desde las zonas donde surgían casos.

“Se trata de una emergencia de salud pública de alcance internacional y el gobierno se quedó rezagado”, afirmó un alto funcionario de ayuda humanitaria que participa en la respuesta de emergencia al ébola y que, como otros, habló bajo condición de anonimato para tratar asuntos delicados. “Querían dar la impresión general de que el brote estaba bajo control”.

Por último, el 15 de octubre, casi un mes después de que se notificó el primer caso de ébola, el presidente Yoweri Museveni anunció un toque de queda de sol a sol y la restricción de la circulación dentro y fuera de Mubende y Kassanda, los distritos donde se concentró el brote.

Para entonces, el virus se había propagado a la capital. Las personas que habían estado en contacto con enfermos de ébola de Mubende estaban eludiendo la cuarentena. Museveni aseveró en un discurso que un contacto ocultó su identidad y dirección para tratarse con un curandero tradicional de un distrito vecino. Más tarde murió en Kampala.

“Estaban decididos a que no hubiera más cierres porque sabían que no tenían la confianza de las personas”, comentó otro alto funcionario sanitario occidental con conocimiento en respuestas de emergencia, pero con el virus en Kampala, dijo el funcionario, “se sintieron obligados a hacerlo”.

Hay vacunas para prevenir el ébola, pero no hay ninguna vacuna aprobada ni tratamiento farmacológico para la cepa sudanesa del virus, que es la causante del brote reciente en Uganda. Se está preparando un ensayo clínico de tres vacunas, fabricadas por el Instituto de Vacunas Sabin, con sede en Washington, la Universidad de Oxford y la empresa farmacéutica estadounidense Merck. Los investigadores también iniciaron un ensayo clínico de dos anticuerpos monoclonales donados por Estados Unidos que pueden ayudar a aumentar las posibilidades de supervivencia de los pacientes.

No obstante, algunos expertos afirman que, al no haberse registrado casos nuevos de ébola en Uganda, podría haberse perdido una oportunidad crucial para avanzar en el conocimiento de la cepa sudanesa del ébola.

Por el momento, las familias de Uganda lloran a sus seres queridos.

Días después de perder a su hijo por el ébola a mediados de octubre, la esposa de Fred, Nakku Martha, con quien llevaba 22 años de matrimonio, sucumbió ante el virus. Fred estaba aislado cuando murieron ambos y no pudo asistir a ninguno de los entierros. Aunque estaba de luto, dijo, seguía agradecido de que el virus no se hubiera llevado a los tres hijos que le quedaban.

“El ébola podría habernos matado a todos”, dijo con los ojos llorosos una tarde reciente, mientras caminaba alrededor de la tumba de azulejos de su hijo, rodeada de plataneros. “Pero sobrevivimos y mantenemos la esperanza”.

© 2022 The New York Times Company