Falta alguien en mi dibujo pero no sé quién es

Carolina pide una consulta frente al pedido de la escuela de que su hijo de 5 años, Teo, comience un tratamiento.

Teo dibujaba y borraba no dando por terminado el dibujo.
Teo dibujaba y borraba no dando por terminado el dibujo.

El motivo de ello son los episodios de agresión que protagoniza Teo en el jardín. Pega y muerde a sus compañeros y desde el jardín no saben ya cómo abordar esta situación, requiriendo entonces unas entrevistas de evaluación psicológica.

Cito a Carolina y a su esposo, Mariano. Luego de algunas entrevistas con ellos en las que resaltan la sensibilidad de Teo y su gusto especial por jugar a la mamá y al bebé, recibo a Teo en el consultorio.

Teo es un niño muy divertido con muchos recursos comunicacionales y lúdicos. Las entrevistas suceden en un clima de mucho trabajo y el vínculo terapéutico se construye con juegos simbólicos de repetición. Efectivamente se trata del juego de la mamá y el bebé. Cambiarlo, darle de comer, pasearlo y calmarlo cuando llora. Esas son las acciones que Teo propone repetir una y otra vez.

En el proceso, el jardín solicita el informe a ser presentado con la evaluación psicotécnica. Entre la batería de tests con los que trabajo habitualmente, se encuentra el Test de la Familia y por tal motivo en la segunda o tercera entrevista solicito a Teo que dibuje una familia.

No era el primer test de dibujo que solicitaba y observé que frente a éste Teo dibujaba y borraba no dando por terminado el dibujo. Pregunto qué es lo que sucede con el dibujo y refiere con angustia que: “falta alguien en el dibujo pero no sé quién es”. Prolijamente dibuja primero a su hermana Lucía de 8 años, luego a su mamá y a su papá y finalmente se dibuja todos tomados de las manos.

Cito a los padres a una próxima entrevista juntos. En ella les muestro el dibujo que produjo Teo y les cuento su frase, su inquietud, su duda. ¿Quién falta? Pregunto.

A partir de allí se desarrolla otra historia familiar antes no mencionada por ninguno de ellos. Es la historia de un embarazo primero, antes de Sofía en el que un bebé nació y a los pocos días falleció.

Ni Lucía ni Teo sabían de su existencia aunque sus padres acudían frecuentemente al cementerio y tenían fotos del bebé recién nacido en sus mesitas de luz.

Efectivamente alguien faltaba en la historia familiar que Teo había escuchado varias veces cuando se acercaba a su mamá y le preguntaba insistentemente: cuéntame la historia de Romero, su apellido.

Ante la evidencia de la ausencia, los padres se mostraban muy sorprendidos. Según ellos con Lucía “resultó”, “nunca le contamos nada y no pasó nada”. Intentaron repetir entonces la fórmula de mantener en secreto este dolor que aún hoy sentían por la muerte de su primer bebé. Creían que la pregunta de Teo acerca de la historia de la familia no era más que un capricho como tantos otros, en los que también les pedía que repitan un cuento o una canción. Algo de la ausencia intentaba denunciar, bordear, elaborar.

Indico entonces que inicien una conversación familiar en la que les contarían a sus hijos la verdadera historia familiar en la que Francisco, el nombre del bebé fallecido, aparezca y tenga lugar tanto en su presencia al nacer, como en su pérdida y mencionando la cicatriz actual.

Sigo trabajando con Teo, quien al cabo de un tiempo incluye otros juegos simbólicos. Desde el jardín refieren que los episodios agresivos cedieron y dieron lugar a una paridad amorosa.

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Marisa Russomando es licenciada en psicología por la Universidad de Buenos Aires y es experta en maternidad, crianza y familia