El comodín que revela el abandono y la desidia en el lenguaje

En el lenguaje oral es común acudir a las llamadas muletillas cuando nos faltan las palabras en la expresión o necesitamos una pausa para ordenar los pensamientos. Entonces nos salen los involuntarios “bueno”, “eh”, “esteee”, “hmmm”. Es inevitable y propio de la espontaneidad verbal.

En cambio, hay vocablos que plantamos en medio del discurso por un descuido o por torpeza injustificada. Allí surgen las palabras comodines, los términos que adquieren cualquier significado, cuyo modelo es "cosa" o “cosa”.

Esta palabra puede representar a una persona: Esta tarde me encontré con coso. Puede significar un objeto cualquiera: ¿Dónde dejaste la cosa? En ocasiones combina ambos contenidos: “Fui a lo de coso a ver si él podía prestarnos la cosa que perdimos”.

También permite que se desarrollen diálogos sin provocar confusiones:

-Ahí está otra vez ese coso en la puerta; ¿qué vende esta vez? El otro día ya le compramos una cosa y no le vamos a comprar otra.

-No, ya no vende más eso; ahora tiene unos cosos muy útiles y baratos. ¿Se habrá acordado de la cosa especial que le encargué?

Una de las palabras de contenido más amplio y general es "cosa", pero "coso", que formalmente parece su masculino, es de mucho mayor alcance. Está en condiciones de funcionar con una cantidad infinita de significados. Suple con éxito un vocablo erudito, culto o vulgar. Surge en boca del experto, del estudioso y del necio. Se adapta a los distintos niveles de lengua y se acomoda sin dificultad en todo idiolecto.

"Coso" es la muestra del abandono y la desidia en el lenguaje. Es la palabra comodín que nos libera de la responsabilidad léxica. Está siempre a mano, o a boca, para ocupar el lugar de cualquier palabra que nos falte. Un lenguaje cosificado es un lenguaje enfermo que debe ser atendido para recuperar la salud.
¡Qué cosa! ¿No?

Editor: Jorge Ignacio Covarrubias, secretario de la ANLE.