Del Lejano Oriente hasta América, el extraordinario viaje de la piñata

La palabra “piñata” proviene del latín, y al pasar al italiano dio pignatta: el prefijo se traduce por “piña” que significa olla, cacerola, vasija, el recipiente que contiene caramelos y baratijas.

En el Oriente, las piñatas tenían formas de animales cubiertos con papeles de colores brillantes, estaban llenas de semillas y los chinos las utilizaban para celebrar la llegada del año nuevo: los mandarines las golpeaban con palos; al romperse el recipiente las semillas se dispersaban y enseguida eran quemadas; entonces la gente se aglomeraba en el suelo para recoger las cenizas que les traerían buena suerte para todo el año.

Además de los espaguetis y la pólvora, fue Marco Polo quien llevó la piñata de la China a Italia. De Italia, las piñatas pasaron a toda Europa y en especial fueron acogidas por España. Allí utilizaron ollas de barro que llenaban de golosinas, chucherías y hasta joyas durante la Cuaresma.

Arraigada en España, la piñata se convirtió en tradición religiosa y cada una de sus partes era interpretada alegóricamente: el cuerpo de la piñata (la vasija) representaba al demonio, al cual trataban de matar golpeándolo con el palo que simbolizaba el bien en lucha contra las fuerzas demoníacas; a quienes la golpeaban se les vendaban los ojos para personificar la fe ciega, y las golosinas significaban el premio a los buenos y justos. Esto ocurría durante el “baile de la piñata”, que se celebraba en las vísperas de la Cuaresma.

De España, los conquistadores llevaron las piñatas a México. Los aztecas las adoptaron porque se asemejaban a una costumbre religiosa que practicaban: cubrían ollas de barro con papeles de colores que llenaban de ofrendas en honor del dios de la guerra, Huitzilopochtli. Cuando se rompía el recipiente de barro, su contenido caía a los pies del ídolo venerado. Los mayas también tenían esa costumbre, pero más como un juego.

Editor: Jorge Ignacio Covarrubias, secretario de la ANLE.