Francisco Vázquez de Coronado y las siete ciudades de Cíbola

Retrato idealizado de Coronado en el Museo Histórico del Condado de Deaf Smith, Texas.
Retrato idealizado de Coronado en el Museo Histórico del Condado de Deaf Smith, Texas.

La desbocada imaginación de Fray Marcos de Niza —único sobreviviente de una misión exploratoria, en 1539, al territorio que hoy integran los estados norteamericanos de Arizona y Nuevo México— puso en marcha una de las mayores empresas de los primeros tiempos coloniales: la expedición de Francisco Vázquez de Coronado.

A su regreso a Nueva España (México), de Niza contó de la existencia de una ciudad deslumbrante —que él sólo pudo ver de lejos— tan grande y magnífica como lo fuera en su momento la capital azteca y de cuya riqueza daban fe muchos indios con los cuales él se había puesto en contacto y que la llamaban Cíbola.

La posibilidad de adicionar nuevas tierras a los ya extensos dominios de España en América, así como de acrecentar sus caudales, motivó al virrey Antonio de Mendoza y a Vázquez de Coronado —entonces gobernador del llamado Reino de Nueva Galicia que abarcaba los actuales estados mexicanos de Jalisco, Sinaloa y Nayarit— a invertir grandes sumas de su peculio en una expedición encabezada por el propio Coronado. Sin embargo, al igual que Ponce de León, Narváez y de Soto, el éxito y la riqueza no habrían de premiar los esfuerzos de Vázquez de Coronado. Las fortunas de Cortez y Pizarro no habrían de encontrar más réplicas en la aventura americana.

Coronado salió de Compostela (su capital) el 23 de febrero de 1540 al frente de unos 400 soldados españoles y de entre 1.300 a 2.000 indios, además de algunos frailes franciscanos, entre los que se destacaba Juan de Padilla y el ya mencionado Marcos de Niza, para entonces nombrado superior de su orden en el Nuevo Mundo. Desde el principio, la expedición estaba dividida en dos grupos: el que Coronado lideraba por tierra y el que, capitaneado por Hernando de Alarcón, ascendería por todo el golfo de California, llamado entonces Mar de Cortés, hasta la desembocadura del río Colorado, el cual remontaría. Poco después, sabedor de que tendrían que enfrentarse a un terreno desértico y con escasas provisiones, Coronado segmentó el cuerpo expedicionario en contingentes más pequeños y empezó a establecer campamentos a lo largo de la ruta con fines de almacenar provisiones para expedicionarios y animales.

Coronado en camino al norte, cuadro de Frederic Remington. (Wikimedia Commons)
Coronado en camino al norte, cuadro de Frederic Remington. (Wikimedia Commons)

Luego de ascender por los valles que irrigan los ríos Sinaloa y Sonora, a punto de adentrarse en el desierto del sur de Arizona, llegaron a Chichilticalli, un valle de manantiales sulfurosos, de donde los expedicionarios se enfrentaron a montañas que habían de cruzar para luego internarse en la planicie de lo que hoy es Nuevo México.

En este punto sufrieron una gran decepción: en lugar de la espléndida ciudad descrita por el Padre de Niza, Coronado y sus hombres se encontraron los poblados más bien modestos de los zuñís, uno de los grupos de los llamados indios “pueblo”. La frustración de los soldados hizo caer en desgracia a Fray de Niza, a quien Coronado hizo volver a México con el estigma de fabulador.

Se especula que el franciscano puede haber inventado la historia de Cíbola para que sus compatriotas, acicateados por la codicia, se decidieran a emprender la conquista de la región y, con ella, la labor evangelizadora. El resultado, en cambio fue un fiasco. Los expedicionarios terminarían por volver sin dejar detrás asentamientos permanentes.

Mapa de la expedición de Vázquez Coronado.
Mapa de la expedición de Vázquez Coronado.

Coronado habría de persistir por un buen tiempo aún. Las aldeas indias que no se le sometieron ni le ofrecieron provisiones fueron asaltadas y saqueadas, de ahí que algunos cronistas hablaran de la conquista de “las siete ciudades de Cíbola”. De estos enfrentamientos, los expedicionarios obtuvieron poca o ninguna recompensa y Coronado sólo consiguió una herida de guerra. Más tarde, se adentró en el llamado “Llano Estacado” (que en la actualidad comparten Nuevo México y Texas) en busca esta vez de una civilización no menos opulenta y fabulosa que la descrita por Marcos de Niza, a la que llamaban Quivira y que le mantuvo en movimiento por meses hasta llegar, en su búsqueda, hasta el nordeste del actual estado de Arkansas.

Al final los moradores de Quivira resultaron ser un pueblo de indios muy primitivos que andaban casi desnudos y habitaban en chozas.

Sin embargo, algunas de las misiones exploradoras que, al encuentro de Hernando de Alarcón, habría de enviar Coronado por el río Colorado, descubrieron para los europeos el extraordinario cañón de ese río tenido con razón como una de las primeras maravillas del mundo natural. Tal vez ese fue el gran hallazgo de su malograda expedición.