¿Una rebelión indígena en Canadá?

El movimiento "Idle No More" conmovió Canadá el pasado invierno (R. A. Paterson - Wikimedia Commons)
El movimiento "Idle No More" conmovió Canadá el pasado invierno (R. A. Paterson - Wikimedia Commons)

La población autóctona canadiense podría sublevarse contra el gobierno federal en un futuro no tan lejano, a juzgar por un informe dado a conocer recientemente. Esa posibilidad, impensable para la mayoría de quienes admiran la estabilidad política y el poder económico del país norteamericano, sería la consecuencia de más de un siglo de postergación de los pueblos indígenas.

Canadá conoció a finales de 2012 un adelanto de lo que sería esta revuelta de las llamadas Primeras Naciones. El movimiento “Idle No More” obligó al primer ministro Stephen Harper a reunirse con los líderes aborígenes y prometer una revisión de los tratados con las autoridades federales. No obstante, el presupuesto presentado por el gobierno conservador posteriormente decepcionó a quienes esperaban un cambio y avivó las amenazas de un nuevo estallido social en la primavera.

Un conflicto en el horizonte

Según el reporte “Canadá y las Primeras Naciones. ¿Cooperación o conflicto?”, elaborado por el ex militar Douglas Bland para el Instituto MacDonald-Laurier, hasta hace solo un año la posibilidad de una confrontación frontal entre la población no autóctona y los indígenas parecía remota. Pero a partir de los sucesos recientes y un examen de la realidad de las comunidades aborígenes, el conflicto se avizora en un horizonte cercano.

Bland asegura que cuatro factores fundamentales sustentan su hipótesis: la fractura social, la emergencia de una numerosa generación de jóvenes aborígenes, la dependencia de la economía canadiense de los recursos naturales y las políticas federales sobre seguridad nacional.

“La vida social en muchas reservas se define por la pobreza y sus consecuencias”, afirma Bland. “Para muchas personas aborígenes en Canadá, pero especialmente para las mujeres y los niños de las Primeras Naciones, la vida en las reservas es oscura y peligrosa”, advierte el oficial retirado de las Fuerzas Armadas Canadienses en 1990. El hacinamiento en las viviendas, el uso extendido de drogas ilícitas y la inseguridad han deteriorado la vida cotidiana en las zonas habitadas por los indígenas.

Esta situación coexiste con el bienestar económico prevaleciente entre la población no autóctona, integrada por canadienses de origen francés y británico, además de emigrantes de otras regiones y sus descendientes. En los últimos años la estabilidad de la economía canadiense, que ha eludido lo peor de una crisis mundial tan costosa en Europa y Estados Unidos, se ha sustentado en la explotación de sus recursos naturales, buena parte de los cuales yacen en tierras de los aborígenes.

Pero esta explotación de recursos como los minerales, la madera y el petróleo exhibe debilidades fáciles de aprovechar durante una virtual rebelión de las Primeras Naciones. A juicio de Bland, bastaría con atacar el sistema de transporte, en particular las líneas férreas, para provocar enormes daños a la economía de Canadá. El ejemplo de una huelga del sindicato del Ferrocarril Canadian Pacific, que dejó pérdidas multimillonarias en la primavera de 2012, demostraría las consecuencias catastróficas de una interrupción prolongada de esa vía.

Por otra parte, el peso demográfico de la población joven indígena engrosaría las filas de los grupos rebeldes, si finalmente estallase la insurrección. Según el citado informe, las políticas gubernamentales, los modelos negativos de los líderes de las comunidades y los padres, y la mala gestión de las reservas confluyen en la emergencia de una generación pobremente educada y poco preparada para integrarse al mercado de trabajo. El discurso separatista de algunos viejos jefes indígenas atizaría el deseo de los “jóvenes guerreros” de tomar revancha de manera violenta.

Bland considera que el gobierno de Ottawa y los líderes de las Primeras Naciones deberían sentarse a dialogar para establecer un nuevo marco constitucional a sus relaciones. Ese acuerdo debería incluir medidas concretas para incrementar los beneficios para los aborígenes de la explotación de recursos naturales en sus territorios, incorporar a la juventud indígena a programas económicos y sociales y reducir las diferencias entre los canadienses y los habitantes originarios del país.

Protesta de Idle No More en Ottawa, la capital canadiense (Moxy - Wikimedia Commons)
Protesta de Idle No More en Ottawa, la capital canadiense (Moxy - Wikimedia Commons)

“Idle No More”, ¿prólogo de la revuelta?

La diminuta protesta de cuatro mujeres indígenas en la ciudad de Saskatoon en noviembre de 2012 contra la ley ómnibus C-45 del gobierno federal desató una cadena de manifestaciones y el surgimiento de “Idle No More”.

En su sitio web oficial, el movimiento cuestiona el respeto de Canadá a los Tratados vigentes con los aborígenes. “Las Primeras Naciones han experimentado una historia de colonización que ha resultado en reclamaciones de tierras, falta de recursos y desigual financiamiento de servicios como la educación y la vivienda”, afirman sus organizadores.

A lo largo del pasado invierno las protestas indígenas se sucedieron en Ottawa y otras ciudades canadienses. Los manifestantes reclamaban también una participación en los beneficios que reportan los recursos naturales explotados por Canadá y el reconocimiento de las Primeras Naciones como interlocutores al mismo nivel que las autoridades federales.

El 11 de enero el primer ministro conservador Stephen Harper se encontró con representantes de la Asamblea de las Primeras Naciones y prometió entablar discusiones de alto nivel sobre los Tratados en vigor. Sin embargo, los grupos conectados a “Idle No More” expresaron su escepticismo sobre la voluntad de Harper de cambiar el actual status quo en sus relaciones con los pueblos originarios.

La conmoción nacional generada por “Idle No More” recordó a los canadienses episodios violentos del pasado reciente. La llamada “crisis de Oka” en 1990 obligó a Ottawa a movilizar a las Fuerzas Armadas para contener una incipiente sublevación de los mohawk en esa zona de la provincia de Quebec. Los reclamos de tierra en Caledonia, Ontario, se han mantenido con esporádica intensidad desde 2006, con enfrentamientos entre los nativos, la policía y los residentes en esa localidad.

La realidad de las Primeras Naciones en cifras

En Canadá viven 615 grupos considerados Primeras Naciones. Esta población descendiente de los habitantes originarios de Norteamérica reside fundamentalmente en unas 2.720 reservas.

De acuerdo con el último censo de Estadísticas Canadá, en 2006 el desempleo alcanzaba a alrededor de un tercio de los adultos en las reservas. El 11 por ciento de las familias afincadas en esas regiones vivía en condiciones de hacinamiento, muchas de ellas en viviendas necesitadas de reparaciones mayores.

La tasa de homicidios entre los autóctonos es de 8,8 por cada 100.000 personas, casi sietes veces superior a la del resto de los canadienses. La proporción de jóvenes indígenas en las prisiones supera ampliamente su por ciento con respecto a la población de Canadá.