Restauraciones con sorpresa

En no pocas ocasiones, las restauraciones a las que son sometidas algunas obras de arte sacan a la luz detalles que los expertos no esperaban encontrar. En algunos casos, estas sorpresas pueden servir para ayudar a identificar al autor de la obra, para ofrecer valiosa información sobre una pintura o, simplemente, para poner de manifiesto algunas curiosidades ocultas por el paso de los años. En fechas recientes, dos creaciones de sendos genios de la historia del arte —Giotto y Francisco de Goya— han protagonizado "sorpresas" de este tipo.

La primera de ellas apareció en uno de los frescos que decoran la basílica de San Francisco en Asís (Italia), pintados por Giotto en el siglo XIII, y cuyas escenas reproducen la vida y milagros de dicho santo. Los restauradores que trabajan en la conservación de las pinturas anunciaron en noviembre del 2011 el descubrimiento, en el fresco número 20 (que representa la muerte y ascensión de San Francisco), de un rostro demoníaco oculto entre las nubes, cuyos rasgos habían ido difuminándose con el deterioro de la obra.

Según Sergio Fusetti, jefe de los restauradores de la basílica, seguramente Giotto no tuvo nunca la intención de dar importancia a la figura del diablo —de ahí que aprovechara las nubes para camuflar su rostro—, y lo habría representado como mero divertimento, quizá utilizando como "modelo" el rostro de alguien a quien conocía (una "broma" realizada a menudo por otros artistas).

En el caso de la pintura de Goya el hallazgo parece más trascendente, pues ofrece datos sobre otra obra del pintor aragonés que hasta ahora no se conocía. El hallazgo se produjo también en el año 2011, cuando expertos del Rijksmuseum de Amsterdam anunciaron el descubrimiento de una pintura oculta bajo el Retrato de Don Ramón Satué (1823). El curioso hallazgo se produjo gracias a la utilización de una nueva técnica diseñada por científicos de las universidades de Amberes y Delft, que sacó a la luz la existencia de un retrato previo en el lienzo, en el que aparece representado un militar francés de identidad desconocida.

Los expertos del museo holandés contactaron con sus colegas de El Prado, y juntos llegaron a la conclusión de que la obra hasta ahora desconocida fue realizada entre 1809 y 1813, durante la ocupación francesa de la Península Ibérica. En un principio los investigadores pensaron que el retrato podía ser del mismísimo José Bonaparte, pues el militar representado aparece con insignias de la orden de caballería instituida por el hermano de Napoleón, pero después la idea quedó descartada al resultar un retrato demasiado informal. La hipótesis actual apunta a dos posibles candidatos, ambos militares en su día destinados en el antiguo Reino de Nápoles. En cualquier caso, lo más posibles es que Goya decidiera reutilizar el lienzo con el retrato del militar francés para evitar cualquier tipo de represalia tras la restauración de Fernando VII pues, con la vuelta del Borbón, se inició una persecución de liberales y afrancesados (de hecho, el aragonés terminaría por exiliarse en Burdeos en 1824).

Un caso similar se dio a conocer hace un par de años (en 2010), cuando expertos de la National Gallery de Londres presentaron al público un Retrato de la reina Isabel I de Inglaterra, realizado por un artista anónimo a finales del siglo XVI. La pintura, que había permanecido oculta al público durante décadas, fue restaurada antes de ser presentada en una exposición, y en ese momento surgieron varios detalles desconocidos hasta el momento.

El más llamativo consiste en el descubrimiento de que, en su origen, la figura de la reina sostenía una serpiente negra entre sus manos, aunque al terminarse la pintura fue sustituida por un ramillete de flores. Según los restauradores, el cambio seguramente estuvo causado por el ambiguo simbolismo de ese animal. Aunque las serpientes podían interpretarse en la época como emblemas de sabiduría, prudencia y buen juicio, desde una óptica cristiana tenían connotaciones negativas, relacionadas con el pecado y el diablo. Esa habría sido la razón del cambio.

Las pruebas de rayos X desvelaron, además, que al igual que en el caso de la pintura de Goya, el autor del retrato de la reina había empleado el lienzo para representar a otra persona, en este caso una dama de identidad desconocida.