¿Por qué nadie quiere a los gitanos?

La mayoría de los gitanos sobrevive en precarias condiciones (Slawojar - Wikimedia Commons)
La mayoría de los gitanos sobrevive en precarias condiciones (Slawojar - Wikimedia Commons)

Los primeros gitanos llegaron a Europa hace unos mil años. A pesar de esa larga convivencia, este pueblo sufre aún la discriminación de las autoridades y carga con una pesada cruz de prejuicios. Con la crisis económica que estremece al Viejo Continente, han vuelto a ser los chivos expiatorios de muchos políticos.

Las recientes declaraciones de varios alcaldes en Francia y la política del gobierno de François Hollande han situado a ese país en el centro de las condenas por la represión contra los gitanos. Mientras personalidades como el líder ultraderechista Jean-Marie Le Pen lanza propósitos racistas contra las llamadas “gentes de viaje”, el ministro del Interior socialista, Manuel Valls, ha anunciado medidas más duras contra los asentamientos ilegales de los romaníes.

Los romaníes se han desperdigado por el mundo (EFE)
Los romaníes se han desperdigado por el mundo (EFE)

¿Quiénes son los gitanos?

Aunque persisten dudas sobre el origen del pueblo gitano, la mayoría de los investigadores señalan la migración de grupos provenientes de la India hacia finales del primer milenio de nuestra era como la hipótesis más probable. Se cree que viajaron a Europa a través del antiguo Imperio Bizantino (actual Turquía) y desde el norte África hasta España.

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El término acordado por la Unión Europea para designarlos es romaníes, que en su lengua derivada del sánscrito significa “persona”, “hombre”. Bajo esa denominación se agrupan tres grandes grupos: los romaníes –residentes en Europa del Este y Grecia--, los sintis o manuches –radicados fundamentalmente en Francia e Italia--, y los gitanos y calés –habitantes de España y Francia. No obstante, su distribución geográfica ha desbordado las fronteras europeas y hoy también existen comunidades en América Latina y Norteamérica.

Los romaníes constituyen en la actualidad la minoría étnica más importante de Europa por su número, que se estima entre ocho y 10 millones de personas.

Miles de gitanos murieron en los campos de concentración nazis (Wikimedia Commons)
Miles de gitanos murieron en los campos de concentración nazis (Wikimedia Commons)

Una historia de discriminación

Los gitanos han padecido siglos de persecución en Europa. Desde las primeras órdenes de expulsión en Alemania en el siglo XV, hasta su conversión en esclavos en Rumanía y Moldavia abolida apenas en el siglo XIX, los romaníes no han vivido en paz. Su cuestionado estilo de vida nómada se debe, en buena medida, a esta constante represión contra sus asentamientos y su cultura.

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En la pasada centuria fueron víctimas de los planes de exterminio de los nazis y la asimilación forzosa en los países comunistas de Europa del Este.

El holocausto gitano, conocido como porraimos ("destrucción" en lengua romaní), condenó a muerte a medio millón de personas. En Alemania y en varios de sus países aliados durante la Segunda Guerra Mundial, los romaníes perecieron en los campos de concentración. En un solo día, el 31 de julio de 1944, murieron 20.000 gitanos en las cámaras de gaz de Auschwitz.

Los regímenes totalitarios de Europa Oriental intentaron durante décadas integrar a los romaníes en las sociedades “homogéneas” de trabajadores que promovía el socialismo. Bajo esa sombrilla ideológica, los hijos de las familias gitanas fueron separados de sus padres e internados en centros escolares regidos por el estado, mientras en algunos países las autoridades ejecutaron esterilizaciones de mujeres y hombres para impedir la proliferación de “elementos antisociales”.

El desmembramiento de las familias y las estrategias para reducir la natalidad de los gitanos también se adoptaron como políticas oficiales en otras regiones de Europa. Los gobiernos de Noruega, Suecia y Suiza se han disculpado posteriormente y han desarrollado programas para compensar a las víctimas y sus descendientes.

Pero la xenofobia contra los romaníes alcanzó el cénit después de la caída de los regímenes comunistas de Europa del Este. Frente a la debacle económica y la inestabilidad social que siguieron al fin del socialismo, autoridades y ciudadanos de la antigua Unión Soviética y sus satélites cargaron contra los gitanos, en una cruzada cuyos ecos aún se sienten.

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Esa represión en Europa Oriental empujó a muchas familias gitanas a emigrar hacia el oeste, donde algunos medios alentaron el racismo con reportes sobre “la invasión gitana”.

¿Chivos expiatorios?

Esa es la teoría de Thorbjorn Jagland, el secretario general del Consejo de Europa, el organismo encargado de velar por los derechos humanos, la democracia y el Estado de derecho en el Viejo Continente.

En declaraciones al diario español El País, Jagland relacionó la creciente violencia contra los gitanos con la crisis económica en Europa. El funcionario recordó como los homosexuales, los judíos y los propios romaníes se convirtieron en la diana preferida para justificar la recesión antes de la Segunda Guerra Mundial. Al parecer medio siglo después se repite la historia.

Según la no gubernamental Coalición Europea de Política Romaní, los gitanos siguen sufriendo de altos niveles de discriminación y pobreza. Los ataques racistas, verbales o físicos, no han disminuido a pesar de las recomendaciones del Consejo de Europa para mejorar la situación del pueblo romaní.

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Los gitanos deben soportar la segregación escolar, los desalojos forzosos y la reclusión en guetos, la limitación de sus oportunidades laborales solo por su origen, además de dificultades para acceder a los sistemas de atención de salud y otros servicios públicos. Hasta el momento ninguna resolución de las estructuras de poder de la Unión Europea ha conseguido revertir esta degradación.

El Colectivo Nacional de Derechos del Hombre ROMEUROPE, publicó en junio pasado una guía de prejuicios comunes hacia los romaníes, entre ellos: su preferencia por la vida nómada o en asentamientos precarios, su gusto por la mendicidad y el rechazo al trabajo, que son portadores de enfermedades y se aprovechan de la seguridad social para subsistir. En todos los casos ha prevalecido el estigma sobre el entendimiento objetivo de la realidad de los gitanos.

En ese contexto, la invitación del alcalde de Niza, Christian Estrosi, a reprimir (o exterminar, en la más extrema acepción del verbo francés “mater”) a los gitanos parece apenas una gota en un océano de calamidades que no cesan de caer sobre el pueblo romaní. Estrosi ha publicado, incluso, una “guía práctica” para enfrentar la amenaza gitana, dirigida a los alcaldes franceses. Lo peor es que a ese llamado acuden también ciudadanos comunes, cegados por los prejuicios ancestrales contra sus vecinos.