Por qué Estados Unidos no ha podido ganar la guerra de Afganistán

Policías afganos inspeccionan un vehículo en la provincia de Ghanzi, en Afganistán. EFE/Archivo
Policías afganos inspeccionan un vehículo en la provincia de Ghanzi, en Afganistán. EFE/Archivo

La operación de la OTAN en Afganistán ha cambiado de nombre: de Libertad Duradera a Apoyo Decidido. El ejército americano ha puesto además un nombre propio a su nueva operación en Afganistán: Centinela de la Libertad. Los americanos serán los únicos que participarán en combate junto a afganos en operaciones especiales; de ahí la distinción.

Los nombres ya dicen algo: la libertad ya no es duradera, hay que apoyarla con decisión y ser un centinela. Hay algo evidente: Estados Unidos y sus aliados no han logrado ganar la guerra de Afganistán. Después de trece años hay que buscar algunos motivos. Hay al menos cuatro.

1. Pakistán. Una periodista del New York Times, Carlotta Gall, ha escrito todo un libro sobre la guerra de Afganistán y se titula El enemigo equivocado, el enemigo no está en Kabul sino en Islamabad, según Gall.

El ex teniente coronel del ejército americano John Nagl, experto en contrainsurgencia, ha publicado una memoria de sus años militares, y dice: “El mayor problema en Afganistán era, y es, Pakistán”. Según Nagl, Pakistán tiene a los talibanes como una de sus armas disuasorias contra enemigos exteriores, India sobre todo: “El trío disuasorio de Pakistán ha sido descrito como las armas nucleares, el ejército convencional y fuerzas irregulares que incluyen a los talibanes pakistaníes”.

Pakistán cree que el gobierno de Kabul simpatiza demasiado con India. Su apoyo a los talibanes les ofrece un contrapeso. Pakistán es un aliado de Estados Unidos que tuvo en su territorio durante años al fugitivo número 1, Osama bin Laden. Washington ha querido ocultar la evidencia, pero la periodista Gall dice que los altos mandos del ejército sabían que Bin Laden estaba en Abbottabad. Así de complicada de gestionar es la política exterior de un país: el mismo gobierno extranjero es a la vez un enemigo brutal y un aliado necesario.

2. La guerra de Irak. Es la versión más oficial. En 2003, cuando Estados Unidos debía centrarse en ayudar a afianzar las nuevas instituciones afganas, invadió Irak. “La guerra en Irak chupó los recursos de Afganistán antes de que las cosas estuvieran bajo control, y nunca nos recuperamos”, dijo años después Richard Armitage, vicesecretario de Estado con George W. Bush entre 2011 y 2005.

Vista general de una mezquita bombardeada por aviones iraquíes en Faluya, Irak, hoy 4 de enero de 2015. EFE
Vista general de una mezquita bombardeada por aviones iraquíes en Faluya, Irak, hoy 4 de enero de 2015. EFE

3. El gobierno afgano. La Unión Soviética invadió Afganistán en 1979. Se retiraron una década después. Empezó entonces una guerra civil entre facciones incontroladas y señores de la guerra. Los talibanes se impusieron en 1996. En 2001 llegaron los americanos.

De un país con más de 20 años de guerra, con unas instituciones débiles y unas infraestructuras penosas, no iba a salir una democracia. Pero la agenda de Bush exigía que al menos lo pareciera y les hizo votar en seguida. Fue un error evidente, dice el ex militar Nagl.

El país no está preparado: “Mejorar la gobernabilidad y promover el desarrollo económico hubiera sido un reto en Afganistán en cualquier caso, dados los límites en capital humano tras tres décadas de guerra. Conseguir esos logros cuando era imposible para los líderes americanos despedir o procesar a líderes afganos que robaban dinero para el desarrollo (solo uno de los muchos ejemplos de corrupción) añadía una dificultad a la tarea que se convertiría en insuperable”.

4. Dónde estaban los enemigos. En 2001 llegó el ejército más poderoso a uno de los países más pobres del mundo. Los talibanes se esfumaron: unos volvieron a su vida tribal y otros se escondieron en Pakistán. Al Qaeda huyó por Tora Bora. La guerra había durado tres meses y a principios de 2002 los americanos no tenían enemigos. Pero el 11-S no podía quedar así.

El periodista Anand Gopal ha escrito un libro magnífico sobre cómo señores de la guerra y ex mujaidines aliados a los Estados Unidos señalaban a sus enemigos como talibanes para que los americanos los eliminaran -o los mandaran a Guantánamo. En los primeros años de guerra hubo locuras y excesos increíbles.

Gopal cuenta por ejemplo el caso de Gul Agha Sherzai, entre muchos otros: “Dispuesto a sobrevivir y prosperar, él y sus comandantes siguieron la lógica de la presencia americana a su conclusión obvia. Crearían enemigos cuando no los hubiera. Los enemigos de Sherzai se convirtieron en los enemigos de Estados Unidos. Sus rivalidades y celos personales se envolvían en “antiterrorismo”, sus intereses empresariales eran los de Washington”.

Sherzai señalaba a los americanos quién sospechaba que había sido talibán e iban a por él: acababa muerto, en una base afgana o incluso en Afganistán. El caso más sangrante fue el de tres niños. Fueron años de locuras que llevaron a los civiles a aceptar de nuevo la pesada presencia talibán.

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¿Y ahora qué? El gobierno y Pakistán siguen siendo casi los mismos. El nuevo presidente, Ashraf Ghani, era el favorito de Hamid Karzai, y acaba de pedir a Estados Unidos que revise la salida de sus tropas del país, que no los deje solos. Ya se verá. Pakistán, mientras, debe sentirse más amenazado para dejar de cobijar a talibanes que protejan sus intereses en Kabul.

Decenas de miles de muertos después y con miles de millones de dólares gastados, Afganistán sigue en guerra. En los últimos cinco años, el ejército afgano se ha vuelto más serio, pero no tiene la fuerza para eliminar a los talibanes sobre todo en sus feudos rurales. Un posible acuerdo negociado no está sobre la mesa. Los talibanes dicen que no dejarán de luchar mientras haya extranjeros en el país y el presidente pide a Obama que prorrogue a sus tropas más allá de 2016. A ver, pues, como sigue la guerra.

Mientras, Afganistán es hoy un narcoestado mayor que Colombia en plena época de Pablo Escobar en los 80: la coca en Colombia era el 6 por ciento del PIB; según Naciones Unidas, la industria del opio es el 15 por ciento de la economía afgana. La policía, dicen los locales, se conforma con sobornos de 40 dólares.

Es bastante. Según cálculos del periodista Matthieu Aikins, un campesino afgano saca 600 dólares de una bola de opio que en Londres se vende por 150 mil. El campesino, dice Aikins, se encoge de hombros cuando se entera. En Afganistán, en los últimos 40 años, sobrevivir es lo único que cuenta.


Historia original: Yahoo España