A la sombra de los escaparates

El derrumbe del Rana Plaza ha conmocionado la industria textil (EFE)
El derrumbe del Rana Plaza ha conmocionado la industria textil (EFE)

El derrumbe de un edificio en Bangladesh la semana pasada ha conmocionado a la opinión pública en Europa y Norteamérica. Bajo las ruinas del Rana Plaza no solo han aparecido cerca de 400 cadáveres, sino también etiquetas y documentos que apuntan a marcas y empresas tan conocidas como las españolas El Corte Inglés y Mango, la estadounidense Wal-Mart y la alemana KIK. El mayor desastre industrial en la historia de ese país asiático ha desvelado al gran público una trama que termina en el inocente armario de nuestra habitación.

En los tres últimos pisos del Rana Plaza, localizado en las afueras de la capital bangladesí, Daca, laboraban entre 2,000 o 3,000 personas, empleadas por cinco fábricas de productos textiles. Según funcionarios locales, el inmueble fue diseñado originalmente para soportar cinco niveles. Luego se añadieron de manera ilegal los otros tres donde se desencadenó el desastre. Además, la estructura se había levantado sobre un terreno inestable.

Dos de los ingenieros responsables de la construcción del edificio han sido detenidos y las autoridades prosiguen la búsqueda de Sohel Rana, el dueño del complejo. A pesar de las advertencias sobre grietas en las paredes y vibraciones anormales, los propietarios de las fábricas habían obligado a sus empleados a acudir a los talleres en la mañana el miércoles 24, justo antes del colapso.

Pero la negligencia de un grupo de ingenieros o la codicia de un hombre de negocios muestran apenas dos caras de una historia cuyas repercusiones alcanzan a Europa y Norteamérica. La industria textil en Bangladesh ha acumulado en dos décadas el poder necesario para corromper a los políticos locales y satisfacer las demandas de las transnacionales occidentales, que exigen mercancías baratas para los consumidores del mundo desarrollado.

La mayoría de las víctimas eran mujeres (EFE)
La mayoría de las víctimas eran mujeres (EFE)

Víctimas y cómplices

La industria textil bangladesí representa cerca del 80 por ciento de las exportaciones de ese país y alrededor del 17 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB). A inicios de la década de 1980, cuando se inició el despegue, el sector recibía modestos beneficios. Hoy ingresa 20,000 millones de dólares.

En el envés de esa riqueza extraordinaria sobreviven los trabajadores de las fábricas, en su mayoría mujeres, quienes laboran durante extenuantes jornadas por un magro salario de 0,32 centavos por hora. Muchas veces hacinadas en talleres sin las mínimas condiciones de seguridad, estas empleadas se abstienen de hacer reclamo alguno a los propietarios porque se arriesgan a perder sus puestos. Un despido significaría hundirse definitivamente en la miseria.

Según el informe Fatal Fashion, de la organización internacional Clean Clothes Campaign (Campaña Ropa Limpia), entre 2006 y 2009 en Bangladesh murieron 414 trabajadores, víctimas de más de 200 incendios en las fábricas textiles. Otras 165 personas han muerto en los últimos tres años.

El gobierno de Daca conoce lo que ocurre en las fábricas; sin embargo, ha demostrado una rigurosa ineptitud para tomar medidas que reduzcan el peligro de accidentes y, como consecuencia, eviten más muertes. La oficialista Liga Awami debe enfrentar un dilema en el que confluyen los intereses de las transnacionales de la moda, el lobby nacional de la industria textil encabezado por la Asociación de Fabricantes y Exportadores Textiles de Bangladesh y la aspiración a mantenerse en el poder. En esa ecuación el bienestar de los millones de obreros y sus familias ha ocupado hasta ahora un lugar marginal.

Quizás nadie se regocije por los derrumbes y la muerte, pero nadie en el negocio de los textiles parece tampoco decidido a renunciar a los beneficios que reporta la mano de obra más barata del mundo. Y aunque algunas compañías europeas y norteamericanas se lamentan públicamente por el fallecimiento de decenas de anónimos trabajadores, muy pocas se comprometen a cambiar las condiciones laborales de sus remotos proveedores.

El accidente ha desatado protestas en Daca contra la inseguridad en las fábricas (EFE)
El accidente ha desatado protestas en Daca contra la inseguridad en las fábricas (EFE)

La indiferencia de Occidente

Bangladesh exporta el 60 por ciento de sus productos textiles a Europa, el 23 por ciento a Estados Unidos y otro cinco por ciento a Canadá, según datos del Ministerio de Comercio del país asiático. En los grandes centros comerciales de esas regiones desarrolladas, la venta de ropa Made in Bangladesh garantiza la continuidad de los bajos precios a compañías como Wal-Mart, Sears, Loblaw y Primark.

Uno de los ejemplos más escandalosos de la indiferencia de las empresas occidentales hacia el drama cotidiano en las maquilas asiáticas emergió en noviembre de 2012, tras la muerte de 112 trabajadores por un incendio en los talleres de Tazreen Fashions, en Bangladesh. Las estadounidenses Wal-Mart, Sears y Disney rechazaron la convocatoria de Clean Clothes Campign a pagar una compensación a las familias de las víctimas y a los heridos en el accidente.

En una declaración meses antes de los hechos, Wal-Mart había explicado por qué se resistía a intervenir en los controles de seguridad de sus proveedores. Esas medidas podrían "llevar al final a costes mayores para Wal-Mart y unos precios más elevados para nuestros clientes, lo que redundaría en nuestros accionistas y clientes y colocaría a Wal-Mart en una desventaja competitiva”.

Organizaciones no gubernamentales internacionales, grupos de derechos humanos y sindicatos locales han propuesto a las empresas textiles de Bangladesh y las transnacionales europeas y estadounidenses la firma de un Acuerdo para la Seguridad de las Construcciones y los Incendios. Ese convenio garantizaría inspecciones independientes en las fábricas, obligaría a los dueños a realizar renovaciones en los edificios y otorgaría más poder a los trabajadores para negociar sus condiciones laborales. Hasta el momento solo PVH Corp (Tommy Hilfiger, Calvin Klein) y el minorista alemán Tchibo han suscrito el documento.

¿El show debe continuar?

La tragedia del Rana Plaza resucitará durante unas pocas semanas, a los ojos de los lectores de Europa y Norteamérica, el cotidiano drama de millones de personas que agotan sus vidas en las fábricas de ropa de los países en desarrollo. Muchos consumidores sentirán una ligera culpa. Otros pasarán la página, hacia la noticia siguiente. La minoría, presumo, se cuestionará el origen de las piezas colgadas en su escaparate e intentará cambiar sus hábitos de consumo.

"Si uno puede permitírselo, valdría la pena tratar de comprar a productores que no evaden impuestos, pagan a los trabajadores una miseria o dañan el medio ambiente", propuso la periodista Susanna Rustin en el diario británico The Guardian.

La suma de esas revoluciones personales podría salvar la vida a centenares de anónimos trabajadores en Bangladesh, Paquistán, China, Camboya, Vietnam.