Gulags en Corea del Norte, ¿el principio del fin?
El extravagante régimen de Kim Jong-un, que de vez en vez alarma al mundo con amenazas de ataques nucleares, oculta en recónditos valles de Corea del Norte uno de los más horrendos crímenes de la historia moderna: una red de campos de concentración donde penan los enemigos del gobierno de Pyongyang.
La dinastía comunista de los Kim siempre ha negado la existencia de los gulags. Sin embargo, sucesivas revelaciones de ex prisioneros, imágenes por satélite y denuncias de organismos internacionales han descubierto en los últimos años la situación de estas cárceles secretas. La reciente decisión de Naciones Unidas de investigar las violaciones de los derechos humanos en Corea del Norte podría marcar el fin de la impunidad.
El testimonio de Shin Dong-hyuk
La publicación del libro “Escape from Camp 14” en marzo de este año revivió la historia de Shin Dong-hyuk, un joven norcoreano nacido en uno de los campos de concentración. Su testimonio había conmocionado al público en 2008, cuando el periodista Blaine Harden lo dio a conocer en la primera plana de The Washington Post.
Dong-hyuk nació en 1982 en el Campo 14 de Kaechon, un centro de reclusión para presos políticos al norte de Pyongyang. Durante su infancia soportó las torturas de sus guardianes y presenció ejecuciones por “delitos” como robar unos pocos granos de maíz para aliviar el hambre. Aprendió las rigurosas leyes de la supervivencia y desconoció los sentimientos humanos. A los 13 años denunció a su madre y su hermano, que planeaban la huida. Luego presenció cómo los asesinaban. Por esa delación también fue castigado.
A los 23 años decidió escapar con la ayuda de un compañero. “Shin estaba interesado en encontrar su próxima comida, por encima de todo”, relató Harden a The Christian Science Monitor. “Su objetivo como una criatura salvaje del campo era el instinto de conservación y la maximización de las calorías. Eso era todo, la esencia de su huida. No huyó en busca de una declaración de derechos”, resumió el periodista.
En el escape su colega murió electrocutado en las cercas de alto voltaje. Dong-hyuk consiguió evadirse y llegar a China, de allí a Corea del Sur y finalmente a Estados Unidos. Su vida en libertad ha sido un difícil ascenso desde lo profundo de los traumas físicos y psicológicos que sufrió en prisión. Él ha sido el único norcoreano nacido en los campos que ha escapado con vida de ese infierno.
La salida de “Escape from Camp 14” coincide con una resolución del Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas sobre la situación en Corea del Norte. Expertos consideran que la investigación, iniciada por una comisión de tres reconocidos jueces y diplomáticos de Australia, Indonesia y Serbia, podría acentuar el aislamiento internacional de Pyongyang y obligar al gobierno a realizar cambios en el sistema de campos de concentración. Si el régimen de Kim Jong-un resulta culpable de crímenes contra la humanidad, el siguiente paso sería presentar el expediente ante la Corte Penal Internacional.
A pesar de la creciente información pública sobre los horrores de los campos de concentración de Corea del Norte, nunca antes la comunidad internacional había alcanzado un consenso sobre el tema. La oposición de China y el temor de Estados Unidos y sus aliados de Occidente de provocar un conflicto nuclear en la Península Coreana han impedido resoluciones más enérgicas para poner fin a esas atrocidades.
Campos de concentración al estilo soviético
Los gulags norcoreanos se establecieron en los años 50 durante el gobierno de Kim Il-sung, abuelo del actual presidente. Según la periodista Anne Applebaum, autora del libro “Gulag: Una historia” sobre los campos de concentración en la Unión Soviética, el fundador del estado comunista en Corea se inspiró en José Stalin. El líder soviético exterminó a millones de opositores, campesinos, intelectuales, profesionales… una extensa lista de víctimas de las incesantes purgas durante su reinado de tres décadas.
No existen cifras oficiales sobre el número de personas recluidas en las prisiones norcoreanas. Tampoco hay certeza sobre cuántas han sido asesinadas. En el informe “The Hidden Gulag”, del académico estadounidense David Hawk, la cifra de presos se sitúa entre 150.000 y 200.000, una estadística repetida por otras fuentes como Amnistía Internacional. Sin embargo, el hermetismo de las autoridades de Pyongyang impide la comprobación de esas estimaciones.
Como los campos de concentración soviéticos, los gulags no persiguen el exterminio de los encarcelados –delincuentes comunes u opositores al sistema comunista--, sino su explotación como fuerza de trabajo esclava. Los condenados norcoreanos laboran en fábricas, granjas, minas y aserraderos. No obstante, de acuerdo con los testimonios de ex guardianes y prisioneros huidos, las ejecuciones, violaciones, torturas y la muerte por hambre constituyen episodios cotidianos.
Una particularidad norcoreana dentro de este macabro sistema es el encarcelamiento de hasta tres generaciones de familiares de la persona acusada. Ese ensañamiento responde a instrucciones explícitas de Il-sung en 1972, para eliminar “la semilla” de los enemigos del régimen. En las barracas conviven hombres, mujeres y niños. La abrumadora mayoría no conoce los delitos que se le imputan ni espera la celebración de un juicio para establecer el límite o la naturaleza de su condena.