El mito de la Pascualita de Chihuahua

Unos dicen que fue traída expresamente de Francia y que se trata de un simple maniquí de cera muy bien confeccionado, pero otros siguen pensando que lo que observan a diario tras la vidriera de una tienda de vestidos de novia no es más que el cuerpo embalsamado de una joven mujer.

Lo cierto es que ya son más de 80 años de suposiciones y de debate, desde aquel 25 de marzo de 1930 en que fue instalado en la tienda La Popular, justo en la esquina de las calles Ocampo y Victoria, en pleno centro histórico de Chihuahua, una de las ciudades emblemáticas del norte de México.

Vino de la mano de la señora Pascualita Esparza Perales de Pérez, dueña del establecimiento nacida en 1887, quien al acto la nombró Chonita, pues había llegado un 8 de diciembre, el día de la Inmaculada Concepción. Desde las primeras semanas la figura llamó poderosamente la atención de los paseantes y de las clientas de la tienda a causa del esmerado trabajo realizado por sus creadores.

El tinte de la cera que recubre su piel, el pelo natural meticulosamente insertado en su cuero cabelludo, los esmerados ojos de cristal y una mirada aguda, sugestiva, provocaron que vecinos y curiosos frenaran en seco y se detuvieran atónitos ante lo que, a todas luces, parecía un ser con vida. O al menos un ser que en algún momento gozó de las bondades de la vida.

La novia más bonita de Chihuahua



Nada ha cambiado desde entonces. Ocho décadas después la estilizada figura de este maniquí enigmático sigue en el mismo lugar, suscitando los mismos rumores. Todos siguen llamándola “La novia más bonita de Chihuahua”. Pero con el paso del tiempo las leyendas alrededor de su verdad han tomado rumbos inusitados.

La más repetida de las versiones cuenta que doña Pascualita Esparza había tenido una hija y que justo el día de su boda, tras ser picada por un alacrán que se había escondido en su tiara, la joven fue víctima de una muerte fulminante. Por lo que –insiste la leyenda--, su madre decidió embalsamarla y colocarla como mero maniquí en la primera línea de la vidriera de la tienda, para que siempre estuviera a su lado.

De ahí que durante décadas los paseantes se esmeren observándola detrás del cristal, y que otros prefieran huir despavoridos, cruzar la calle, mirar hacia otro lado y escapar de esta presencia imponente, la de un maniquí que muchos años atrás pudo haber sido un ser de carne, hueso y sentimientos.

Pero si algo contribuyó a que este mito urbano tomara cuerpo como una enorme bola de nieve, fue la actitud de Doña Pascualita Esparza, quien nunca se atrevió a desmentir el rumor popular. Ya entonces la modelo había dejado de ser llamada Chonita, para ser conocida en conversaciones de bar, en la sobremesa de las casas de bien, en chismes de alcoba y en sueños duros de conciliar, como La Pascualita.

El poder de la leyenda



Tan fuerte es el poder de esta historia que después de 1967, año de la muerte de Esparza, la leyenda no se desvaneció, a pesar del paso del negocio a otras manos. Se dice que en la noche la Pascualita sale a caminar por los salones de la tienda, que la han visto bajarse de su plataforma para internarse en la trastienda, de donde regresa un rato más tarde con un vestido diferente.

De madrugada, como a los propietarios actuales no les interesa proteger las vidrieras con una estera metálica, los transeúntes más atrevidos se acercan y se afanan en descubrir el más mínimo trazo de vida en la hermosa muchacha que los observa.

Insistimos: nada ha cambiado. Sus manos son de una naturalidad espantosa. Los contornos interiores de sus uñas, la agudeza de sus nudillos, los pliegues acentuados entre una falange y la otra, esas grietas que en nosotros mismos nos resultan tan comunes, y algún que otro vello diminuto…

Nada tan desconcertante como la milimétrica evidencia de las huellas dactilares en cada yema de sus dedos. Y mientras la estudiamos altamente concentrados, de repente surge la sensación de que nos está observando, de que sus labios no guardan el mismo gesto que tenían tres minutos atrás.

¿Será que mueve levemente el mentón? ¿Acaso un brillo irónico se deja escapar de sus ojos? ¿Alguna lágrima deslizada en determinada época del año? Y las manos, ¿será que siempre permanecen en la misma elegante posición? Pascualita no deja de hacernos dudar.

El talismán, la santa y la canción

Cuentan los responsables de La popular, la tienda para novias más antigua de México, que es muy habitual que para su ceremonia nupcial las muchachas insistan en comprar el vestido que lleva la Pascualita. El argumento es firme: sus madres y sus abuelas hicieron lo mismo, y la buena suerte las acompañó en sus respectivos matrimonios.

En otro singular caso, una joven que fuera baleada por su celoso novio frente a los escaparates de la tienda, al caer herida de muerte solo atinó a observar al maniquí y le dijo: “¡Sálvame Pascualita!". Tras un buen tiempo entre la vida y la muerte, esta mujer no dejó de colocar unas velas encendidas sobre la acera, justo al pie de la vidriera. La Pascualita se había convertido en su santa salvadora.

No debería extrañarnos que en 1993 un conjunto norteño contratado por un admirador de Chonita se apareciera en plena esquina de Ocampo y Victoria y le dedicara una serenata de más de dos horas para que la joven, decía, no se sintiera tan sola. Como mismo se haría muy conocido el corrido titulado La Pascualita, interpretado por el grupo Los Archies, quienes visitaron la tienda el 22 de marzo de 1999, según fotos que han quedado para la historia.

El mito urbano ha llegado incluso a Facebook, donde tiene su página de fans con más de 500 likes.

A pesar de sus escépticos detractores o de aquellos miembros de la Policía Judicial que hace unos años se personaron en la tienda exigiendo una revisión total del cuerpo del maniquí, La Pascualita sigue parando el tráfico y las miradas en el centro histórico de Chihuahua.