¿Qué hacemos con la prostitución?

No es este bloguero tan ambicioso (ni tan irresponsable) como para pretender dar una respuesta a esta muy espinosa pregunta. La cuestión, como decía Protágoras de la existencia de los dioses, es quizá demasiado oscura y profunda, y en ella se mezclan elementos heterogéneos y la memoria de usos y leyes nunca satisfactorios.

Hablar de prostitución es, entre otras cosas, hablar de trata de personas, una de las peores formas de esclavitud y acaso de las peores vergüenzas que en este siglo XXI subsisten en países que se dicen civilizados y sometidos a un Estado de Derecho. Pero también es hablar de una conducta voluntaria y en cierta medida normalizada, para millones de hombres y para no pocas de las mujeres que la ejercen, aunque en el caso de los primeros abunda el desprecio o la indiferencia hacia la dignidad de las mujeres y en el de las segundas puede hablarse, demasiado a menudo, de un consentimiento mediatizado por unas circunstancias que, de ser otras, no lo propiciarían.

Las soluciones que se plantean van desde la legalización plena (con la cotización a la Seguridad Social, el sometimiento a impuestos de la actividad y la protección correspondiente de las prostitutas) hasta la criminalización, ya sea de la propia ejerciente (lo que en muchos casos sólo supone un abuso añadido por el Estado al abuso del que ya son objeto por mafias y clientes) o de quien contrata sus servicios. En medio, tolerancia de facto que, a grandes rasgos, y salvo el caso de prostitución de menores o coacciones (siempre arduas de probar, por la escasez de denuncias de las interesadas), es el sistema que se aplica en España.

La Guardia Civil detiene al dueño del local y a la encargada de un burdel clandestino en Fortuna (Murcia)
La Guardia Civil detiene al dueño del local y a la encargada de un burdel clandestino en Fortuna (Murcia)

Las soluciones extremas siempre pecan de cierta idealización. Por ejemplo, pretender que una legalización y regularización plena evitaría las situaciones clandestinas o criminales es conocer muy poco el sustrato de esta actividad, tanto en su dimensión psicológica individual como en su dinámica social o colectiva. Y en el extremo contrario, asumir que la criminalización del cliente va a impedir que haya hombres que sientan el impulso, mujeres que lo satisfagan y propiciadores de su encuentro, es ignorar la conocida regla según la cual la prohibición de un producto con demanda no impide ésta ni su oferta, simplemente eleva el precio al que una y otra se casan, y el margen de quienes lo proveen.

Es muy significativo este párrafo, extraído de una novela del escritor (y abogado criminalista en ejercicio) Jens Lapidus sobre el efecto que ha tenido la penalización de la contratación de prostitutas en su país, Suecia:

La coca es un éxito de la hostia. Las putas van aún mejor. No te imaginas cuánto lo habían deseado los hombres suecos durante todos estos años de corrección política. Están dispuestos a pagar lo que sea. Y esa ley de maricones que prohíbe contratar los servicios sólo nos ha fortalecido. Los burdeles son tan grandes como en Las Vegas, las putas de lujo están en todas las fiestas de viejos de Djursholm. Es fantástico.

El que habla es un mafioso que, entre otros negocios, se lucra con la explotación sexual de mujeres. Hay algo de lo que no habla, pero sí la novela, y algunas otras: el peligro que tiene ejercer la prostitución en un contexto así, peligro que conduce a que cada vez más las jornaleras del sexo sean extranjeras con las que se trafica y a las que se hace desaparecer expeditivamente si en algún momento, vía denuncia, pueden poner en peligro a la distinguida clientela y al negocio mismo.

Trilogia de Estocolmo, Jens Lapidus.
Trilogia de Estocolmo, Jens Lapidus.

 

Quizá la complejidad del asunto, lejos de empujarnos a tratar de decidir sobre la marcha (más allá de lo que es perentorio e irrenunciable: liberar a quienes son víctima de mafias y penar severamente a los desalmados que las esclavizan), justifique hacer un análisis algo más detenido de lo que hay en el fondo del fenómeno, que además no lleva ahí desde anteayer, sino desde mucho más atrás.

Sobre éste como sobre otros muchos asuntos, de siempre y de nuestro tiempo, las reflexiones más lúcidas que he leído las hizo Walter Benjamin, en ese Libro de los Pasajes al que alude en homenaje el nombre de este blog. Una de sus secciones se dedica, justamente, a la prostitución y el juego. Y aunque parte del modo en que ambas actividades se desarrollaban en el París del siglo XIX, que constituye el escenario central de su vasta reflexión póstuma sobre la modernidad, nos ofrece pistas y efectúa consideraciones que tienen un alcance universal, y en algún aspecto, como es marca de la casa, sorprendentemente contemporáneo.

No me resisto a citar, en primer lugar, dos aforismos que el tema le suscita a nuestro autor, tan sugerentes como provocadores. Aquí va uno:

El amor a la prostituta es la apoteosis de la empatía con la mercancía.

Y este otro, que incide en el aspecto clave del intercambio cliente-prostituta, el dinero:

¿No se da una determinada estructura del dinero que sólo se puede conocer por el destino, y una determinada estructura del destino, que sólo se puede conocer por el dinero?

 

Libro de los Pasajes, Walter Benjamin
Libro de los Pasajes, Walter Benjamin

 

En otras transacciones económicas, el dinero es un simple medio de pago, que sirve para equilibrar, total o parcialmente, las contraprestaciones de las partes, con arreglo a un entendimiento común del valor objetivo de lo que es objeto del intercambio. Sin embargo, en la prostitución, y como explica Benjamin, el dinero cumple una función suplementaria:

Sobre la función dialéctica del dinero en la prostitución. Compra el placer y se convierte a la vez en expresión de la vergüenza. «Sabía», dice Casanova de una alcahueta, «que no tendría el coraje de irme sin darle algo». Este llamativo giro delata que conocía el mecanismo más oculto de la prostitución. Ninguna muchacha se decidiría a hacerse prostituta de contar únicamente con la retribución acordada con sus clientes. El agradecimiento de éstos, que quizá aumentara sus ingresos en un dos por ciento, tampoco le parecería suficiente ingreso. ¿Cómo se arregla entonces su conocimiento inconsciente de los hombres para calcularlo? Esto no se entiende mientras se vea en el dinero un simple medio de pago o un regalo.

Y a continuación, Benjamin ataca el meollo de la cuestión, con palabras que invito a leer con detenimiento:

Ciertamente, el amor de la prostituta se compra. Pero no la vergüenza de su cliente. Esa vergüenza busca un escondite para ese cuarto de hora, y encuentra el más genial: el dinero. Hay tantos matices del pago como matices del juego amoroso, lentos o rápidos, sigilosos o brutales. ¿Qué significa eso? La herida, roja de vergüenza, en el cuerpo de la sociedad, segrega dinero y cura. Se cubre de una cicatriz metálica. Dejemos a Roué el placer de creer que no tiene vergüenza. Casanova lo sabe mejor: la sinvergonzonería arroja la primera moneda a la mesa, la vergüenza añade cien más para taparla.

 

Walter Benjamin
Walter Benjamin

Por si lo dicho no fuera bastante dificultad para urdir una estrategia para regular y/o reducir la prostitución (sería necesario acabar con el dinero, que tiene ese poder cicatrizante, cosa impensable a corto plazo, o aumentar la intensidad de la vergüenza hasta volver su precio inasequible a todos los bolsillos, lo que tampoco parece factible de hoy para mañana) hay otro mecanismo psicológico, en cierto modo sobrecogedor, que actúa en el lado de la oferta, y que Benjamin describe valiéndose de la cita de un autor francés, Béraud, que publicó en 1839 en París un libro titulado Las mujeres públicas de París y la policía que las gobierna. La cita es extensa, pero vale la pena, porque describe algo que, mutatis mutandis, no es del todo ajeno a lo que mueve, al menos en parte, la prostitución actual.

Hay épocas, incluso periódicas en el año, que se convierten en fatales para la virtud de un gran número de jóvenes parisinas. Mientras en las casas de tolerancia, o en otros sitios, las investigaciones de la Policía detectan a muchas más muchachas entregándose a la prostitución clandestina que en todo el resto del año. He preguntado a menudo por las causas de esas transiciones ascendentes de desenfreno, y nadie, incluso en la administración, ha podido resolver ese problema. He tenido que alegar mis propias observaciones y he puesto tanta perseverancia que fnalmente he llegado a ascender hasta el verdadero principio de esta prostitución progresiva… y de circunstancias. En las inmediaciones del fin de año, en la fiesta de los Reyes, fiestas de la Virgen… jóvenes muchachas quieren estrenar, hacer regalos, ofrecer bellos ramilletes; desean, también, para ellas mismas, un vestido nuevo, un sombrero a la moda y, privadas de los medios pecuniarios indispensables… se encuentran entregándose durante algunos días a la prostitución…. He ahí los motivos de los actos de desenfreno recrudecidos en ciertas épocas y en ciertas solemnidades.

A partir de aquí, no es fácil dar una respuesta a la pregunta que abre esta entrada. Frente a actitudes tan arraigadas en las personas (porque lo son, cada una a su su modo, esa neutralización de la vergüenza por el dinero y esa abdicación de la dignidad propia por el capricho o la necesidad), parece ilusorio plantearse una erradicación completa e inmediata. Por otra parte, no es compatible con una mínima ética pública asistir pasivamente, favorecer o fomentar una actividad que en sí misma lleva el germen de la degradación y el abuso para muchas de las personas que la ejercen, y que no suelen ser conscientes, cuando dan el primer paso, de la mochila que arrastrarán cuando dejen atrás el oficio, si es que lo logran, y que cada cual llevará mejor o peor en función de su fortaleza.

Una prostituta posa en la habitación de un burdel en Auckland el 2 de septiembre de 2011
Una prostituta posa en la habitación de un burdel en Auckland el 2 de septiembre de 2011

Como en tantas otras cosas, la solución primera, más allá de las medidas legales que puedan tomarse para atajar lo intolerable en la medida que se pueda (que siempre será insuficiente) y proteger lo protegible (que nunca serán cien por cien efectivas) podemos intuirla en la educación.

Por un lado, en la formación en los potenciales clientes de una conciencia que les dificulte sentir ante el intercambio esa vergüenza negociable y redimible a metálico (y no es mal elemento, para la formación de esta conciencia, una adecuada difusión de la frecuencia con que las mujeres que ejercen la prostitución lo hacen esclavizadas o coaccionadas); y por otro, en dar a quienes voluntariamente se ofrecen mejor información acerca del riesgo al que se exponen entrando en un circuito en el que los costes suelen ser, a largo plazo, algo más que cerrar los ojos y dejar pasar un cuarto de hora a cambio de los billetes que servirán para comprar eso que se quiere o se necesita.

Más allá y por encima de todo, la prostitución, salvo contadas excepciones, no deja de ser otra forma de dominación de quienes no tienen recursos a manos de quienes sí los tienen. Y la primera vacuna para esos males no es otra que la reducción de las desigualdades. Pero ésa, ya se sabe, es otra larga y complicada historia.

EN FOTOS: EL PRIMER MUSEO SOBRE LA PROSTITUCIÓN

 


Historia original: Yahoo España