El polémico reportaje sobre Vox que indignó a la izquierda y avivó el fuego entre las dos Españas

Votantes de Vox celebras su resultado electoral. REUTERS/Susana Vera
Votantes de Vox celebras su resultado electoral. REUTERS/Susana Vera

Esta historia cuenta con un orden cronológico cuyo origen se remonta mucho antes de lo sucedido este fin de semana, cuando el diario El País publicó un reportaje escrito y en video en el que se diseccionó el sentir de los votantes de Vox. Las reacciones al trabajo periodístico mostraron con viveza las apreciaciones de las dos Españas y todo aquello que subyace entre ambos polos. Fue un ejemplo más de unas llagas que siguen sin cicatrizar y al rojo vivo casi un siglo después de los versos de Antonio Machado e incluso más allá de la prosa de Miguel de Unamuno o Mariano José de Larra. La dualidad entre izquierda y derecha en este punto de la geografía mundial es un asunto particularmente complejo que en la actualidad convive en todas las familias españolas de la misma manera en lo que lo hacía en el siglo XVII y XVIII. Parece que las pasiones no han cambiado un ápice.

El sábado, antes de que saliera a la luz el reportaje de El País, algunos redactores del medio adelantaron en redes sociales lo que sería la portada de su suplemento dominical: “Por qué voto a Vox”. La simplicidad del titular y la foto fueron suficientes para que lectores de este medio, tradicionalmente identificados con la izquierda y los ideales socialistas, mostraran su indignación por dar cabida a los votantes de Vox, por naturalizar lo que ellos consideran como un partido de extrema derecha. Algunas voces de peso en el mundo del entretenimiento, como la del escritor y crítico, Roberto Enríquez, más conocido como Bob Pop, no dudaron en expresar su descontento en Twitter con un clarividente: “El día que dejé de leer El País”. Rápidamente, decenas de usuarios criticaron su juicio con comentarios como el de un usuario que afirmó que “solo leemos lo que nos es más afín y no entendemos por qué “los otros” piensan lo que piensan”.

Entre los críticos con este sentimiento de traición que mostraron aquellos lectores desencantados también hubo algunos periodistas del medio en cuestión, y de otros, que no dudaron en defender la libertad a informar sobre un fenómeno que ha colocado a Vox como la tercera fuerza política de España. Tal fue el caso del redactor de El País, Carlos E. Cué, cuya intervención levantó ampollas entre los más fieles a la tradición ideológica del periódico. Tenían los colmillos afilados.

“Grecia acabó con la ultraderecha. Entre otras cosas con una política de silencio mediático. Sólo se informa de los fachas cuando esa información les puede hacer daño. No son un partido más”, aseguró otro periodista; o “no me extraña q no le guste. Es una cuestión ética y estética. Les habéis promocionado y publicitado hasta la náusea. Sin esa promoción mediática, no estarían donde están. Son escoria, son caspa, son mierda política e intelectualmente hablando, y les sacáis en portadas. Vomitivo”, aseveró una lectora.

Los mensajes inundaron las redes y aún no se había publicado el reportaje. Las dos Españas contaron con otra oportunidad para desenfundar sus pareceres contra los que piensan distinto y los más afines al partido de Santiago Abascal tampoco se quedaron atrás en este enfrentamiento dialéctico.

“Con Vox, ni siquiera puedes hablar de ellos, aunque sea mal; con los independentistas que dieron un golpe contra la Constitución, comprensión y diálogo. Así es esta gente”, comentó uno de muchos usuarios que compartían este parecer.

Y así, en este fuego cruzado, Cué y otros periodistas se negaron a admitir el argumento de los críticos con el reportaje que afirmaron que éste está “blanqueado” a un partido intransigente, “normalizando el fascismo” o que lo catalogaron como “fachismo cool”.

“Si crees que El Pais está tratando a Vox como una “modita cool” o lo estás leyendo poco o lo estás leyendo de una forma muy particular. Tenemos hasta vetado el acceso a la sede, por resumir”, respondió Cué.

Llegó el domingo y el reportaje salió a la luz. Fue entonces cuando Rocío Monasterio, integrante de Vox, lo tuiteó con orgullo: “Vox y la emergencia social”, escribió. Aquellos que habían criticado a El País por normalizar, blanquear y retratar de manera “cool” a los votantes de esta formación acabaron teniendo la razón: la historia fue considerada como motivo de honra por la ejecutiva, los militantes, los votantes y los simpatizantes del partido porque retrató a personas de clase obrera, gente normal y corriente que está cansada de ser exprimida por la élite política que se siente estafada, ahogada por los impuestos, desencantada, incomprendida - como la gran mayoría de los que votan distinto. ¿Les suena de algo? ¿Acaso los partidos de extrema derecha en Europa, Estados Unidos o Brasil no han aprovechado sentimientos similares para urdir una lucha contra el ‘establishment’? Tradicionalmente, los populismos han sabido sacar partido de situaciones como la actual tras posicionarse en la misma zona en la que se encuentra ese hartazgo de una clase obrera que se siente desprotegida. Vox ha creado un “nosotros contra el mundo” en el que, obviamente, millones de personas se ha sentido identificadas.

Ante la evidencia, los redactores y defensores del reportaje guardaron silencio. El tuit de Monasterio aniquiló su defensa argumental.

No es la primera vez que los medios de comunicación acuden al foco donde se gesta el triunfalismo populista. Lo hicieron en EEUU, en los lugares en los que el mensaje de Donald Trump entró con fuerza, en Alemania, en Brasil, en Francia… Pero, claro, la sección de Internacional no duele tanto como la de Nacional, ésa nos toca de lleno. Vox interesa porque se trata de la primera ocasión en la que una fuerza de extrema derecha logra unos resultados tan importantes desde la transición a la democracia. Su vertiginoso ascenso es noticioso y comprender a sus votantes sirve para entender cuál es el parecer de buena parte de una de las dos Españas. La realidad es la que es y la composición de esta dualidad en el ADN español viene de lejos y no se prende con un reportaje sino con la censura.

Si todo empezara por la comprensión del que piensa de manera diferente... aunque cueste.

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