El precedente a evitar tras la erupción de Cumbre Vieja en La Palma

Imágenes de una iglesia abandonada en Plymouth (antigua capital de Montserrat) que se hunde lentamente en el mar de cenizas dejado por el volcán en 1997. (Crédito imagen: Geoff Mackley).
Imágenes de una iglesia abandonada en Plymouth (antigua capital de Montserrat) que se hunde lentamente en el mar de cenizas dejado por el volcán en 1997. (Crédito imagen: Geoff Mackley).

Estos días la terrible fuerza de la naturaleza encarnada en un volcán canario nos tiene a todos pegados a la televisión. Cualquier cosa que suceda en Cumbre Vieja se convierte en rabiosa actualidad, de modo que todos en el bar, o en el trabajo, comentamos el constante flujo de información empleando expresiones del tipo: coladas magmáticas, nuevas bocas, fases efusivas, erupciones estrombolianas, lava hawaiana o lluvia de piroclastos. De pronto parece que todos somos geólogos. La solidaridad con quienes lo han perdido todo en la isla de La Palma nos conmueve hasta las lágrimas, y hasta parece que aquí en la península nos hayamos olvidado un poco de la constante bronca política.

La pregunta que algunos nos hacemos, no obstante, es qué sucederá cuando la furia incandescente del volcán se apague dejando tras de sí un paisaje desolado. En España tenemos aún fresco el precedente de la destrucción en Lorca de 1798 viviendas en el año 2011 a causa de un terremoto. Han tenido que pasar 10 años para que las más de 5.000 familias murcianas afectadas pudieran reconstruir sus viviendas. Sin duda, a los palmeños les espera un lento y penoso procedimiento burocrático por delante, si quiera más complejo que el de Lorca, porque es más que probable que jamás puedan regresar a los solares donde un día se asentaron sus viviendas.

Aunque hay un precedente, también protagonizado por un volcán que arrasó una pequeña isla en 1995, que conviene evitar de todas las maneras. Sucedió en Montserrat, una pequeña isla caribeña (actualmente territorio británico de ultramar, en proceso de descolonización según la ONU) cuya capital Plymouth, había sido construida sobre los antiguos depósitos de lava de un volcán vecino, por aquel entonces inactivo, llamado Soufrière Hills.

Retrocedamos a julio de 1995 en la isla de Montserrat, nombre por cierto de inequívocas reminiscencias catalanas debido a Cristóbal Colón, quien la llamó así en 1493 durante su segundo viaje a América en honor a la montaña de Barcelona. Tras una serie de terremotos de advertencia, el viejo volcán entró en erupción alarmando a toda la población de la pequeña isla (de solo 102 km2 de superficie, la mitad que Tenerife) que por aquel entonces era de unas 12.000 personas.

Los flujos piroclásticos del Soufrière Hills, que continuaron hasta el año 1997, destrozaron dos terceras partes de la isla, matando a 19 personas en el proceso y llevándose por delante a la ciudad de Plymouth, que hasta entonces era la capital de la pequeña colonia británica. Los desplazados se contaron por miles y buena parte de la población terminó por mudarse a la metrópoli londinense. A día de hoy, los habitantes de Montserrat rondan las 6.000 personas, es decir su población se ha reducido a la mitad. Sin embargo, poco después de la erupción, el descenso demográfico llegó a apenas 1.200 habitantes. La recuperación poblacional se ha dado gracias al movimiento de emigrantes llegados desde otras naciones caribeñas, atraídos por la estabilidad laboral de Montserrat y los bajos índices de delincuencia.

Si hoy visitas la zona norte de la isla, podrás encontrar viviendas que a día de hoy siguen sin contar con electricidad o agua corriente, aún así quienes las habitan se sienten afortunados porque la carencia de vivienda para los desplazados sigue siendo la tónica. De hecho desde la erupción, Montserrat se ha hecho tremendamente dependiente de la ayuda económica llegada desde el Reino Unido y (antes del Brexit) desde la Unión Europea.

Vista aérea de la destrucción provocada por el volcán Soufrière Hills en Plymouth, antigua capital de Montserrat. (Crédito imagen Wikipedia).
Vista aérea de la destrucción provocada por el volcán Soufrière Hills en Plymouth, antigua capital de Montserrat. (Crédito imagen Wikipedia).

Desde aquel cercano 1995 ha habido cinco gobiernos en la isla, y entre sus prioridades estuvo siempre la construcción de casas, que han sido vendidas a los montserratenses por debajo de su valor real. No obstante como digo la escasez de viviendas continúa ya que se priorizan los fondos de ayuda para otros proyectos, como la construcción de un aeropuerto o el estudio de energía geotérmica. Además hay que contar con la corrupción, problema que se sospecha que está detrás del lento ritmo de recuperación observado en la isla.

Para que la isla recupere su antigua prosperidad económica, basada principalmente en la pesca y el turismo, hace falta que retorne la gente que se vio obligada a abandonar su hogar. Pero para que muchos de aquellos exiliados a Londres regresen, antes hay que solucionar el problema de la falta de vivienda.

Como hemos visto en La Palma, mucha gente vivía de la agricultura en Montserrat antes de las erupciones, pero el volcán les dejó sin suelo agrícola y destruyó buena parte de los cultivos. La mitad sur de la isla sigue siendo zona de exclusión y la población se ha refugiado en la mitad norte, alrededor de un asentamiento llamado Lookout. En general podemos decir que el país no es ni la sombra de lo que había sido, después de haber perdido buena parte de sus infraestructuras, entre ellas su capital, totalmente enterrada bajo las cenizas del volcán.

Obvia decir que las comparaciones con La Palma no deberían establecerse alegremente. Existen múltiples diferencias geográficas, culturales y políticas entre ambos territorios. Ni siquiera el nivel de la catástrofe observado en ambas islas es parejo, pero si no queremos que la población de la Palma descienda y tarde décadas en recuperarse, hay que aprender de las enseñanzas de Montserrat. Lo primero es solucionar el problema de la vivienda. Lo segundo es recuperar las zonas de cultivo o bien encontrar nuevas formas de vida que ofrecer a los desplazados. Tal vez el turismo sea una buena idea. Si todos hablamos tanto de vulcanismo en estos momentos es porque el tema resulta fascinante y existe un vivo interés por saber más sobre este destructivo – pero hipnótico – fenómeno natural.

Una vez que la zona aledaña a Cumbre Vieja sea segura, lo cual no se dará de la noche a la mañana, tal vez se convierta en una nueva atracción turística basada en el conocimiento didáctico de quienes vivieron en primera persona los estragos del volcán.

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