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Vivir sin Trump: un duelo de sus seguidores pero también el 'divorcio tóxico' de algunos de sus adversarios

WASHINGTON, DC - January 20:  President Donald Trump gives a final wave as he boards Marine One as he and First Lady Melania Trump depart the White House for the last time in Washington, DC. (Photo by Bill O'Leary/The Washington Post via Getty Images)
Trump se fue de la Casa Blanca, pero más allá de la política y las posibilidades del ex mandatario, de su identidad, por identificación o por contraste. Trump despertó un fanatismo en propios y ajenos que su desaparición no necesariamente va a dejar atrás. (Photo by Bill O'Leary/The Washington Post via Getty Images)

No podían vivir con él, y ahora resulta que sin él tampoco. La partida de Trump, su pérdida real del poder y su silenciamiento en las redes, ha desintoxicado, sin dudas, la atmósfera política, social y comunicacional estadounidense, y uno supone también que del mundo, teniendo tanto eco en el plantea lo que sucede desde Washington, y más aún en estos tiempos en los que todos estamos comunicados con cualquier geografía del orbe en tiempo real.

Hay seguidores fanatizados y no tanto, que, comprensiblemente, han quedado enlutados sin su líder, que no sólo ha perdido las elecciones y el poder, sino que se ha marchado por la puerta trasera, desconociendo los más mínimos acuerdos democráticos, traicionando a sus propios partidarios, incentivando una locura que casi acaba el 6 de enero con la institucionalidad (y acabó con cinco vidas). De sus adeptos, unos viven el luto, otros, la decepción.

Ha sido una muerte política supina, bochornosa y súbita. La sensación de pérdida luego de apostar por un liderazgo con tanta conexión afectiva, anclado en el fanatismo y la euforia que suponen los populismos narcisistas, no es sino una reacción natural, un proceso que irá sanando con el tiempo, sobre todo si el nuevo poder de turno no contribuye a avivar esas heridas y, por el contrario, más bien ayuda a sanarlas, promoviendo la reconciliación.

El fenómeno que es más llamativo, aunque no por eso menos natural, es el de "los otros". Es decir, los adversarios de Trump que también están fanatizados, pero en su contra.

De pronto, Trump ha salido completamente de la palestra y ellos lo siguen buscando para hablar mal de él, criticarlo, odiarlo. Estando en la acera contraria, Trump se había convertido, por antagonismo, en una confirmación de su identidad, y ahora que no está, todo ese "anti-fanatismo" se ha quedado huérfano de target, no hay negativo que haga de espejo de contrastes para reafirmar quienes declaraban que eran.

Divorcios tóxicos

Los psicólogos explican que un proceso parecido sucede en los divorcios tóxicos. Parejas que son muy infelices juntas y cuando al fin deciden separarse no pueden dejar de murmurar, lamentarse, hablar mal del otro. Muy al contrario de su parecer, la dependencia emocional era enorme, y ahora que finalmente están separados y deberían estar aliviados y más propensos a estar felices, siguen necesitando la contraparte de la que estaban enganchados para afirmar su identidad.

La doctora Judith Orloff, psiquiatra clínica de la Universidad de California en Los Ángeles, señaló en una columna en el portal especializado Psychology Today que los narcisistas pueden hacer que te enamores de ellos con tanta fuerza que incluso puedes sentir que estás renunciando a una parte de tu vida cuando la relación se acaba, porque son muy buenos para convertirse en el centro de tu universo mientras estás con ellos.

Y no es éste un proceso muy distinto del que produce, en este caso, el liderazgo político: la relación que tiene el adepto y el adversario con su líder la han incorporado tanto a su vida que dejarlo ir es también dejar un capítulo propio atrás. Es una sensación de falta que puede ser superlativa.

Es un proceso que ocurrió muchas veces antes en la historia. Con Eva Perón, con Hugo Chávez, con Adolfo Hitler. Líderes políticos con trastornos narcisistas de la personalidad que empezaron a formar parte de la identidad de sus seguidores.

Ni contigo ni sin ti, declaraba letalmente el clásico fílmico de Francois Truffaut en su apoteósico final. Cualquiera diría que Donald Trump es parte del pasado. Pero, más allá de la política y las posibilidades del ex mandatario, de su identidad, por identificación o por contraste. Trump despertó un fanatismo en propios y ajenos que su desaparición no necesariamente va a dejar atrás.

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