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El virus “olvidado” que dejó a científicos sin respuestas básicas y con dudas de sus riesgos a futuro

Un mosquito Aedes aegypti, vector del dengue, zika y chikungunya
El mosquito Aedes aegypti es el principal transmisor del virus del zika - Créditos: @Gentileza UC San Diego

RECIFE, Brasil (The New York Times).— Una procesión de madres avanza empujando la silla de ruedas de sus hijos por el largo pasillo de un centro de salud de la ciudad de Recife, en el noreste de Brasil. Los otros pacientes miran a esos niños, apartan la mirada, y los vuelven a mirar, furtivamente, con incomodidad.

Los niños están arreglados y bien vestidos, con remeras de Disney, medias rayadas, sandalias de plástico. Las niñas con el pelo atado con grandes moños y algunas con anteojos de brillantes colores. Todos tienen graves malformaciones: los miembros rígidos, la boca entreabierta, la cabeza totalmente volcada hacia atrás, con los ojos mirando al cielo.

La mayoría de los brasileños los reconoce ni bien los ve: son los “bebés Zika”, cuyas madres se infectaron con el virus cuando estaban embarazadas, durante el arrasador brote de ese enfermedad transmitida por mosquitos de 2015 y 2016. El principal indicador era la microcefalia: los bebés nacían con la cabeza anormalmente pequeña, señal del devastador daño cerebral causado por el virus cuando todavía estaban en el útero.

Siete años después, esos bebés ya son niños, algunos casi tan altos como sus madres. Muchos se impresionan al verlos porque no se acordaban del tema desde hace años. Como la epidemia de zika no se convirtió en una pandemia que arrasó el planeta, Brasil y el resto del mundo pasaron a otra cosa.

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Pero eso dejó solas a muchas familias de este empobrecido rincón de Brasil —donde se originó el brote—, y sin saber qué hacer para ayudar a sus hijos, cuya misteriosa condición médica representa todos los días un nuevo desafío. Muchos dependen de organizaciones benéficas, como esta fundación privada donde acude semanalmente para recibir fisioterapia de manera gratuita. Varias de las mujeres que empujan la silla de ruedas de sus hijos tienen una remera que dice “Luchá como una madre” en portugués.

Pero la pandemia de Covid-19 también dejó a los científicos sin respuestas para algunas de las preguntas básicas sobre el virus del zika y sus riesgos a futuro.

El zika todavía circula en bajos niveles en Brasil y otros lugares de América Latina, así como en el Sur y el Sureste de Asia. Pero cuando el temor inicial del mundo se aplacó, también se secaron los fondos para investigaciones y tratamientos sobre la enfermedad, dice la doctora Diana Rojas Alvarez, que dirige la unidad de zika de la Organización Mundial de la Salud.

“Es lo que pasa cuando se produce una crisis de salud pública que afecta a los países tropicales pero que no tiene el impacto global que tuvo el Covid —agrega Rojas Alvarez—. Al principio, había mucho interés en desarrollar buenos métodos de diagnóstico y tratamiento, y en determinado momento llegó a haber 40 potenciales vacunas en desarrollo. Pero en 2017 se apagaron las luces.”

Mismas incógnitas

Cuando el zika no causó mayores daños en Estados Unidos, tanto los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) y el Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infectocontagiosas recortaron su financiamiento a investigaciones relacionadas con la enfermedad. Y en Brasil, Jair Bolsonaro asumió la presidencia a principios de 2019 y recortó los fondos para investigación científica.

Para colmo, dice Rojas Alvarez, los pocos virólogos y especialistas en infectocontagiosas que siguieron estudiando el zika cuando el brote se aplacó se vieron obligados a dejar el tema de lado cuando apareció el coronavirus.

“Seguimos con las mismas incógnitas que en 2016″, dice la neonatóloga Maria Elisabeth Lopes Moreira, que lidera un proyecto de seguimiento de niños con síndrome congénito del zika en un instituto de investigaciones maternoinfantiles de Río de Janeiro.

Siete años después de la misteriosa aparición de los primeros casos de microcefalia en Brasil, los científicos no están ni un paso más cerca de comprender cómo un virus identificado hace más de 75 años en un bosque de Uganda y del que nunca se supo que fuera dañino, de pronto se manifestó en el noreste de Brasil en 2015.

El virus aprovechó ese año de fuertes lluvias y la abundancia de cierta especie de mosquito que se convirtió en un excelente huésped e infectó a casi el 75% de los habitantes de Recife y otras localidades. Los científicos han establecido que el zika contiene una mutación que le permitió cruzar la barrera de la placenta en el útero —algo inusual para un virus transmitido por mosquitos—, pero no saben por qué los bebés de algunas embarazadas con zika nacieron sin problemas.

Entre el 7% y el 14% de los bebés nacidos de madres que contrajeron el zika durante el embarazo tienen “síndrome congénito por zika”, como se denomina al espectro de síntomas que se observa en los bebés expuestos al virus mientras estaban en el útero. En alrededor del 3% de los casos, uno de esos efectos es la microcefalia.

“¿Por qué unos sí y otros no? No sabemos...”, dice la doctora Lopes Moreira. Uno de los factores podría ser en qué momento se infectó la madre: cuanto más temprano en el transcurso del embarazo, más grave el impacto para el bebé. “Pero no hay presupuesto para seguir investigando.”

Los investigadores sospechan que todavía quedan niños con zika no detectados. Algunos bebés de madres infectadas nacieron con cabezas de tamaño normal y nadie sospechó nada hasta que comenzaron a saltearse hitos básicos del desarrollo, y las tomografías revelaron que les faltaban estructuras claves del cerebro o que tenían una calcificación severa del tejido cerebral.

Y ahora que los niños nacidos en el pico del brote de Zika están ingresando a la escuela, la evaluación del desarrollo neurológico ayudará identificar otros casos”, dice el doctor Ricardo Ximenes, epidemiólogo y profesor de medicina tropical en la Universidad Federal de Pernambuco, que codirige un gran estudio observacional de seguimiento de 700 niños con síndrome de zika congénito en la ciudad de Recife. “Algunos podrían tener un daño leve del sistema nervioso que afecte su capacidad de aprendizaje, pero hasta ahora no lo sabemos.”

Espectro de síntomas

Los niños con problemas desde que nacieron tienen un “espectro de síntomas”, dice Ximenes. Muchos sufren de graves problemas auditivos y visuales, y la mayoría se alimenta a través de una sonda gástrica, ya que no pueden tragar. En general son hipertónicos, con rigidez en brazos y piernas por exceso de contracción muscular. A medida que crecen y sus articulaciones de deforman, a muchos de esos niños hay que someterlos a cirugía de cadera. Y tienen una amplia variedad de defectos cognitivos.

“En la mayoría de los casos, el desarrollo motor e intelectual se congela a los seis meses”, dice el doctor Demócrito de Barros Miranda-Filho, epidemiólogo y profesor adjunto de infectocontagiosas de la Universidad Estatal de Pernambuco, que hace el seguimiento de los niños junto a Ximenes.

Varios de los niños con síndrome congénito por zika han muerto. Moreira dice que alrededor del 20% de los niños de su grupo de seguimiento fallecieron, muchos de ellos por infecciones respiratorias contraídas por atragantarse con la comida.

Además, los investigadores dicen que también hay casos nuevos de síndrome de Zika, porque el virus sigue circulando en Brasil y más allá, señala el doctor Albert Ko, epidemiólogo y profesor de salud pública en la Universidad de Yale, que en 2015 estudió el brote de zika en los barrios de bajos ingresos de la ciudad de Salvador, en el noreste de Brasil, donde ya venía investigando las enfermedades infecciosas desde hacía años.

Ko dice que ahora no se detecta transmisión del virus ni en Salvador ni en las comunidades que sufrieron la peor parte del brote de hace siete años, porque fueron tantos los infectados que la inmunidad probablemente durará muchos años. Pero aclara que el mosquito Aedes aegypti, el principal transmisor del virus Zika, prolifera en muchas otras regiones de Brasil y América Latina, donde la mayoría de la población nunca se ha expuesto al virus y por lo tanto no tiene inmunidad.

“Mi sospecha es que hay transmisión, pero no llega a notarse y pasa desapercibida”, dice Ko. Hizo falta que se produjera un brote como el de hace siete años, con astronómicas tasas de contagio que provocaron el nacimiento simultáneo de muchos bebés con microcefalia, para que sonara la alarma entre los neurólogos pediátricos y los científicos se abocaran a desentrañar ese misterio.

En lo que va del año 2022, Brasil lleva registrados 19.719 probables casos de zika, aunque seguramente la cifra real sea muchísimo más alta. Alrededor del 70% de los infectados son asintomáticos, y a las personas que van al médico porque tienen síntomas suelen hacerle primero la prueba para el virus del dengue, que es mucho más común y tiene síntomas parecidos. El único análisis que existe para detectar el zika es una prueba de reacción cruzada con anticuerpos contra el dengue, o sea que los errores de diagnóstico entre ambas enfermedades es frecuente.

“El zika sigue siendo un tema tan urgente como en 2015″, dice Ko. “Lo que necesitamos son mejores métodos de diagnóstico.”

(Traducción de Jaime Arrambide)

Por Stephanie Nolen

The New York Times