“Todo se vino abajo en una semana”: la COVID-19 los llevó a perderlo todo

“Todo se vino abajo en una semana”: la COVID-19 los llevó a perderlo todo
“Todo se vino abajo en una semana”: la COVID-19 los llevó a perderlo todo

El lunes tienes trabajo, un techo y un colchón. El domingo estás armando tu refugio a la mitad de un parque en la colonia Doctores en plena pandemia de COVID-19.

“El primer día fue muy difícil. Primero, con muchísima pena. Porque traíamos maletas, buscamos un lugar en el parque. Pusimos algunos cartones y ropa. Poco a poco la ropa que teníamos la pusimos envuelta como chácharas. De las cosas buenas pues nos fuimos deshaciendo, las íbamos vendiendo para comer, para conseguir la comida o quedarnos. Y así fue pasando el tiempo”, dice Humberto Samuel Rivera Inciso.

“Todo se vino abajo en una semana”, añade Claudia Ivette García Vázquez, de 35 años.

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El hombre, que a sus 51 años muestra algunas canas en las sienes, pasó toda su vida en la colonia Doctores, en la Ciudad de México. La mujer, que juega con las puntas del cabello de tono rojizo cuando se pone nerviosa, viene de Morelia, Michoacán. Se conocieron en una boda hace cinco años y al mes ya estaban juntos. Durante todo este tiempo se ganaron la vida vendiendo nieves con un carrito entre las colonias Obrera, Doctores y Roma.

Es un proceso laborioso. Hay que exprimir las frutas y mezclarlas en los baldes y luego ponerlas al frío con hielo y sal, que es el ingrediente que permite la congelación. A partir de ahí es cuestión de meterle horas de trabajo. Como llevaban mucho tiempo recorriendo la misma ruta, tenían ya un grupo de clientes que les garantizaba ganar 600 o 700 pesos al día. En la casa de huéspedes pagaban 900 a la semana. Su economía era precaria, pero les daba para sobrevivir.

Hasta que llegó su semana trágica.

Cuenta Rivera Inciso que un día llegaron supuestos funcionarios de la alcaldía Cuauhtémoc y les arrebataron sus cubos, alegando que no tenían permiso para vender en la calle. Ellos se resistieron, pero no había nada que hacer. Cuando acudieron a las oficinas de la delegación para reclamar, les dijeron que su carro y baldes no estaban. “Supongo que los policías se quedaron con la nieve y regalaron los baldes”, dice, fastidiado.

Pero sin esos baldes no había nieve y sin nieve no había trabajo y sin trabajo no había dinero y se vino abajo todo ese frágil sistema sostenido sobre esos objetos de aluminio que, cada uno, cuesta 380 pesos en un puesto del mercado de Sonora.

La pareja no aplica para ninguno de los apoyos previstos por el gobierno de la Ciudad de México para limitar el impacto de la crisis provocada por el coronavirus. No tenían licencia ni nada que se le pareciese, así que son invisibles.

Eso apenas era la primera parte del problema. Cuatro días después de perder el sustento se cerró la casa de huéspedes en la que llevaban viviendo tres años y medio. Así que perdieron el cuarto que rentaban y que, de todos modos, no iban a poder pagar. El gobierno de la ciudad obligó a la clausura para evitar contagios por coronavirus.

Con el poco dinero que tenían pagaron un cuarto en un hotel, pero los exiguos ahorros no les duraron ni cuatro días.

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“El poco dinero que nos quedó sirvió para comer en la calle. Dimos con este carrito (las comidas móviles que da la secretaría de Bienestar), comíamos de lunes a viernes, y el fin de semana no faltaba quien nos regalaba un taco”, explica Inciso.

Los comedores móviles son uno de los apoyos que ofrece la Ciudad de México a las personas más vulnerables. También hay unas brigadas médicas que recorren la ciudad y la opción de resguardarse en albergues. Lo que no hay son apoyos para que personas como esta pareja tengan acceso a rentas económicas.

“Nunca imaginamos que estaríamos así”, dice García Vázquez.

Su primera noche en la calle fue en el parque de la Artes Gráficas, en la colonia Doctores.

“Los primeros días son algo de pena”, dice el hombre.

“La gente se te queda viendo. Te estás levantando del pasto, de una jardinera”, añade ella.

“Es incómodo. Lo difícil es cuando la gente se da cuenta de que vives en la calle y te tratan de humillar”, sentencia él. Como las veces en que desconocidos se han acercado a ella para ofrecer dinero a cambio de sexo. O el día en el que dos tipos saltaron sobre ella para abusar. Él estaba en un Oxxo comprando una botella de agua cuando escuchó los gritos. Salió corriendo y logró echarlos a golpes, pero ese es de los sustos que se quedan guardados.

Al relatar los momentos más terribles de su estancia en la calle, los dos se toman de la mano y a los dos se les humedecen los ojos. Juntos se enfrentaron a un entorno hostil y amenazante y juntos, espalda contra espalda, sobrevivieron.

Asustados después del intento de agresión sexual que sufrió García Vázquez, cambiaron el parque de las Artes Gráficas por las inmediaciones del Hospital General. Allí conocieron a los integrantes del colectivo El Caracol, que trabaja con población callejera desde hace 26 años. Los activistas reparten información sobre el coronavirus, explican los riesgos de contagio y donan kits de limpieza para personas que apenas tienen acceso a agua potable. Pero la emergencia los ha obligado a cambiar algunas de sus actividades.

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En el caso de esta pareja, la labor de El Caracol permitió sacarlos de la calle y pagar durante un par de meses un cuartito en una casa de huéspedes en el municipio de Nezahualcóyotl. Es una estancia humilde: un colchón en el suelo, unas mantas y unos cajones para guardar la ropa. Entre las almohadas, una muñeca de plástico.

Recuerda Enrique Hernández, director de la asociación civil, que durante la crisis han detectado gente como esta pareja: personas que vivían en una economía precaria pero que no habían caído en la indigencia. Gente que necesita ayuda pronto para que la costumbre no haga que la calle los absorba, sin que exista un programa del gobierno para apoyarlos.

El día que Rivera Inciso y García Vázquez vieron su nuevo cuarto se echaron a llorar. “Era como haber ganado un campeonato”, dice él.

Acomodados en su habitación, ahora buscan los recursos para levantar de nuevo su negocio: tres baldes y un carrito con el que vender nieves en la Roma, la Doctores y la Obrera. Solo esperan que la próxima vez que pase una camioneta blanca con el logo de la alcaldía Cuauhtémoc, no corran con la misma “mala suerte”.

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