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Un "tsunami" sobre los trabajadores funerarios de Sudáfrica

Johannesburgo, 31 jul (EFE).- "Altamente contagioso", alerta una pegatina naranja sobre la triple bolsa de plástico que cubre los cuerpos, cada vez más numerosos, de los fallecidos por la COVID-19 en Sudáfrica. ¿Son 7.497, como dicen las cifras oficiales? No está claro, pero los empleados funerarios apenas tienen descanso.

"Estamos extremadamente ocupados. Es como un tsunami que nos traga. Y siguen y siguen viniendo", explica a Efe Kobus Booysen, encargado de la filial que la principal compañía de servicios funerarios de Sudáfrica, Avbob, tiene en la localidad de Germiston, en el cinturón metropolitano de Johannesburgo.

Como los médicos, los policías o las enfermeras, los trabajadores funerarios son también esenciales en esta lucha contra la pandemia. Son el extremo más triste y menos gratificante de una "primera línea" que en países como Sudáfrica lleva sin descanso desde marzo.

Lidian con la "frustración" de luchar contra un Goliat, acompañan a las familias en su momento más difícil y se exponen ellos mismos (y a sus familias) a la incertidumbre del contagio.

"Este tipo de trabajo no es para todo el mundo. Trabajas con todo lo negativo y tienes que poner buena cara. Cada día es un desafío", apunta Booysen. "Para mí -añade-, lo peor (estos días) es la frustración".

EPICENTRO AFRICANO

Esta nación austral ha registrado ya más de 471.000 casos de COVID-19 -casi dos tercios de todos los casos registrados hasta la fecha en África y el quinto país con más infecciones en todo el mundo- y no se prevé que la pandemia vaya empezar a remitir hasta pasado agosto.

La cifra oficial de fallecidos ronda los 7.500, pero las estadísticas de exceso de muertes en las últimas semanas apuntan a que esa baja tasa de mortalidad (menos de la mitad que la media mundial) podría estar dejando fuera a muchos miles de muertos.

No todos los casos de las llamadas a las funerarias estos días son por víctimas de la COVID-19, pero el brutal impacto del coronavirus en Sudáfrica ha redoblado su volumen de trabajo y ha cambiado la forma en la que estos empleados de primera línea enfrentan cada día su tarea.

"Es traumático para las familias. No solo para los casos de COVID-19, incluso para los normales. Es muy impersonal. No puedes llevarte el cuerpo a la casa (como es costumbre sobre todo entre las comunidades negras). No puedes llevarte a tu ser querido y no hay un funeral normal junto a la tumba", lamenta Booysen.

Cuando el féretro llega al cementerio en Sudáfrica, el enterrador es la persona número 1. Desde ahí se cuenta hasta 50 entre el resto de empleados funerarios y la familia. Si hay más, se quedan a las puertas.

DE LA "GRIPE ESPAÑOLA" A LA COVID-19

En el caso de Avbob, la dinámica es, en cierto modo, conocida. No en vano, la compañía nació hace 102 años en respuesta a otra pandemia: la mal llamada "gripe española" de 1918, que afectó a un tercio de la humanidad y mató a entre 50 y 100 millones de personas.

Los soldados que combatieron en la I Guerra Mundial (1914-1918) trajeron, sin querer, ese virus hasta Sudáfrica a su vuelta de Europa.

"Nos hemos tenido que adaptar (a las regulaciones del Gobierno) para que todo el mundo esté seguro, pero no era algo completamente nuevo, no es un entorno totalmente novedoso", detalla a Efe Marius du Plessis, encargado de comunicación de Avbob.

Cuando entra una llamada, se preparan los trajes de protección, las mascarillas, las pantallas faciales. Hay que retirar el cuerpo, prepararlo para transportarlo de forma segura, cerrar la documentación legal y organizar el funeral en un plazo de tres días.
Los restos mortales deben ir sellados en tres bolsas de plástico: las dos primeras son transparentes para que permitan la identificación del fallecido solo abriendo la tercera.

Muchas veces, a los parientes les cuesta entender hasta qué punto la legislación ahora mismo no permite grandes actos como los que son costumbre, por ejemplo, entre la población negra, que habitualmente no escatima en gastos y preparaciones para este tipo de eventos.

Es a los funerarios a los que les toca explicar que la muerte, en 2020, ha dejado de ser un acto social que reúne a cientos de personas para honrar a los que se van.

"En Sudáfrica tenemos una población muy diversa, con distintas tradiciones, normas culturales y creencias religiosas. Varía mucho de familia a familia y tratamos de ser muy sensibles porque es un momento extremadamente emocional y difícil", detalla Du Plessis.

Igual que en el resto del mundo, las últimas despedidas tienen que ser apresuradas, sin abrazos y casi sin testigos.

(c) Agencia EFE