Anuncios

Timor Oriental: la experiencia sui generis de la ONU al construir una nación

Sídney (Australia), 16 sep (EFE).- Cuando el general australiano Peter Cosgrove pisó Dili, la capital de Timor Oriental, fue para restaurar la paz en esa pequeña isla y excolonia portuguesa en el Sudeste Asiático.

La crisis humanitaria había estallado tras el violento rechazo de Yakarta y las milicias proindonesias al aplastante voto independentista en el referendo del 30 de agosto de 1999, auspiciado por la ONU, que suponía el principio del fin de 24 años de ocupación indonesia.

Cosgrove comandaba la Fuerza Internacional para Timor Oriental (INTERFET), formada por más de una veintena de países y que contaba con el mandato de la ONU, para "poner fin a la violencia que se dio tras el plebiscito y proveer seguridad inmediata al pueblo de Timor Oriental, que había sido vejado y asesinado en algunos casos por las milicias prointegracionistas", explica el general a Efe.

EL ZORRO EN EL GALLINERO

A pesar de la campaña de terror de las milicias integracionistas, apoyadas por el Ejército indonesio, los timorenses acudieron a las urnas con mucha alegría y esperanza: "es un día hermoso para nosotros porque queremos la libertad, la independencia", declaraba entonces un lugareño a la cadena australiana ABC en tetum, el idioma local, entre una multitud eufórica.

Pero al mismo tiempo, el ambiente durante el referendo era "muy tenso. Estaban felices pero preocupados. Era el principio de un nuevo amanecer", según describe en una entrevista con Efe el exsacerdote y excooperante australiano Pat Walsh, miembro de la delegación de observadores del Gobierno australiano en esa consulta tan sui generis en tantos sentidos.

"Era la primera vez que la ONU estaba allí y, extrañamente, los indonesios eran responsables de la seguridad. Era como poner a un zorro en el gallinero, pero era uno de los compromisos que caracterizó la saga en Timor Oriental", relata Walsh, también exasesor de la Comisión para la Recepción, Verdad y Reconciliación en Timor Oriental.

TERROR SOBRE TERROR

La alegría por el 78,5 por ciento del voto independentista y la tensión pronto se tradujeron en la decepción y en la rabia de los prointegracionistas y de los funcionarios que "habían convencido al presidente de Indonesia (Bacharuddin Jusuf) Habibie que el voto iría a su favor", apunta.

El horror de la venganza no tardó en llegar: en todos los rincones de Timor Oriental los milicianos integracionistas, arropados con banderas indonesias, así como con armas de fuego, lanzas y machetes, arremetieron sin piedad contra los independentistas, golpeándolos, asesinándolos y quemando sus viviendas, tiendas y oficinas, incluso las de la ONU.

"Somos un grupo que apoyamos la paz", decía paradójicamente a la ABC el agricultor y comandante de las milicias proindonesias Ruben Gonsalves, antes de que sus hombres se desplazaran en camiones hasta el pueblo de Maliana, a 149 kilómetros al suroeste de Dili.

En pocas semanas esta violencia, que obligó a la evacuación del personal de la ONU, provocó 1.400 muertos, medio millón de desplazados y la destrucción del 80 por ciento de las infraestructuras.

Ante la necesidad imperante de estabilizar Timor Oriental, el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó una resolución para enviar a la fuerza multinacional liderada por Australia, la manera más rápida y efectiva de afrontar la crisis.

"Hubo una presión muy fuerte, incluso de los Estados Unidos. El presidente Bill Clinton y el Congreso tuvieron un papel muy decisivo", enfatiza a Efe el timorense José Ramos-Horta, cogalardonado con el Premio Nobel de la Paz 1996 y quien era la voz de su pueblo ante las más altas esferas internacionales.

AMBIENTE DE ALTO RIESGO

"La ciudad estaba casi desierta y en las esquinas de las calles había bandas de milicianos y soldados indonesios cuyo trabajo era asegurar la carretera por la que se desplazaba mi pequeño vehículo", explica el general Cosgrove al describir su llegada a Dili el 19 de septiembre de 1999, un día antes del despliegue de sus tropas.

El comandante de la INTERFET se encontró un "ambiente de alto riesgo" por la "violencia asesina", pero el retorno de la ONU a Timor Oriental permitió dar inicio a la tarea titánica de la reconstrucción y la pacificación del territorio para que la nueva nación escribiera su propia historia.

Para la ONU, la situación de riesgo iba más allá de la violencia, era la posibilidad de un gran fracaso como "el de Ruanda por ejemplo", rememora el historiador australiano Geoffrey Robinson, al referirse al fracaso de la comunidad internacional para prevenir el genocidio en ese país africano en la década de 1990, que terminó con la vida de 800.000 tutsies y hutus moderados.

"Incluso en el peor momento de la violencia y la terrible toma de principios de septiembre, nos preguntábamos a menudo cuál sería el legado de nuestra misión y si seríamos parte de otro fiasco de la ONU", confiesa el exfuncionario de la oficina de Asuntos Políticos de la organización en Timor Oriental en el artículo "Con UNAMET en Timor Oriental: Un punto de vista personal", publicado en 2000.

Al analizar en retrospectiva, Cosgrove, quien llegó a ser el representante de la Reina Isabel II en Australia, considera que la fuerza multinacional pudo "haber ido más rápido, pero estas cosas toman tiempo. En teoría, todo lo que intentamos lo pudimos hacer mejor, pero estoy muy orgulloso de mis hombres y mujeres", añade.

VIEIRA DE MELLO Y LA EXPERIENCIA PIONERA DE LA ONU

La tarea de transición hacia un nuevo Estado que tenía Timor Oriental por delante, de la mano de la ONU, era monumental. No solo había que devolver la paz y seguridad a sus pobladores, sino que había que brindar el apoyo para la creación del nuevo Estado con su Constitución y sus leyes, sus instituciones de gobierno, de justicia y de seguridad, entre otras.

La tarea recayó en el brasileño Sergio Vieira de Mello, a quien el secretario general de la ONU de la época, Kofi Annan, puso al mando de la Administración de Transición de la ONU en Timor Oriental (UNTAET), cuyo mandato duró desde octubre de 1999 hasta el 20 de mayo de 2002.

"Dentro de este periodo limitado y basado en lo que era prioridad: la seguridad, la realización de elecciones, sí, hicieron un buen trabajo", dijo a Efe Ramos-Horta, al agregar que "no se puede construir un Estado democrático y no se puede construir una economía en dos años".

Durante el mandato de UNTAET se convocaron elecciones para crear una Asamblea Constituyente que escribiera la primera Constitución y se dio el pistoletazo al primer Gobierno del presidente electo, Xanana Gusmao, el líder timorense de la resistencia que ha sido comparado con Nelson Mandela.

"Deben estar orgullosos de su logro: el que una pequeña nación pueda inspirar al mundo y capte nuestra atención es el mayor tributo que les pueda dar", dijo Kofi Annan en la celebración del día de la Independencia en Timor Oriental, en medio de vítores callejeros y pancartas en las que los residentes, vestidos con sus trajes tradicionales, daban gracias a la ONU.

Pero Naciones Unidas, que después de la UNTAET dejó una misión de apoyo, también causó escozor entre los pobladores que veían con recelo a sus funcionarios bien pagados, algunos de los cuales permanecían en sus círculos de expatriados y se paseaban por esa parte de la isla en las camionetas todoterreno importadas desde Australia.

"Creo que los timorenses tenían la impresión de que la ONU estaba demasiado entusiasmada después de haber sido ignorada por tantos años", comenta riéndose Walsh desde su confinamiento debido a la COVID-19 en la ciudad australiana de Melbourne.

Pero lo más preocupante era que "los timorenses sintieron que habían sido dejados a la vera del camino mirando cómo rescataban al país sin ellos y ciertamente les preocupaba", recuerda Walsh.

Fue así como Xanana Gusmao habló en portugués con Vieira de Mello sobre la situación.

"Se trataba de inclusión y no de exclusión" de los timorenses, entre ellos universitarios e intelectuales que retornaron para la construcción de su propio país, según el excooperante y exsacerdote."Sergio entendió el mensaje", apostilló el australiano.

UNO DE LOS MEJORES MOMENTOS DE LA ONU

Uno de "los mejores momentos de la ONU" fue la creación de la Comisión de la Recepción, Verdad y Reconciliación en Timor Oriental, asegura Walsh, al referirse al mecanismo para examinar las violaciones a los derechos humanos cometidas entre 1974 y 1999.

El exsacerdote australiano había ayudado al establecimiento y el diseño de esta Comisión, aunque "la iniciativa y la energía vino del equipo de la UNTAET de Sergio Vieira", quien dejó los casos de los crímenes más serios a las autoridades judiciales.

La Comisión no solo empoderó a las víctimas, sino que abrió la puerta para la reconciliación, en caso de delitos considerados menores, de aquellos familiares, amigos y vecinos enfrentados por ser independentistas o integracionistas en favor de la convivencia. "Fue una contribución a la paz y estabilidad a nivel de las bases", precisa Walsh.

Las heridas no solo eran recientes, sino que se remontaban a los duros años de la invasión indonesia, que no permitió el acceso a lo que llamaba su vigésimo séptima provincia y en donde cometió atrocidades mientras el mundo occidental hacía de la vista gorda.

En aquellos años, en los que cada familia timorense perdió al menos a un ser querido, "las mujeres eran violadas, los niños arrancados de sus casas y ocurrían este tipo de torturas a diario", relató la entonces exiliada Inés Almeida al periodista John Pilger en el documental "La Muerte de una Nación".

Según el informe de 2.500 páginas de la Comisión de la Verdad, la ocupación indonesia dejó entre 90.800 y 202.600 muertos timorenses, entre ellos unos 19.600 de forma violenta o que desaparecieron principalmente a manos de los militares del país invasor, aunque también en un principio por actos de los rebeldes.

"Documentamos la verdad, fue algo muy valiente..., pero no logramos la justicia", lamenta Walsh, al señalar que Xanana Gusmao, cuando llegó a la presidencia, quiso dar prioridad a las relaciones con Indonesia por ser cruciales para la supervivencia del país, por lo que "se tuvo que hacer otra gran concesión".

LA ONU NO PUEDE PROVOCAR CAMBIOS

Para que la ONU interviniera en Timor Oriental tuvo que pasar el fin de la Guerra Fría, la democratización de muchos países en el mundo, la crisis financiera asiática a finales de la década de los noventa y la caída del dictador indonesio Suharto.

Esas condiciones permitieron que Indonesia aceptara la entrada de la ONU en Timor Oriental para que se realizara el referendo, así como el consenso de los miembros del Consejo de Seguridad y de los estados miembros.

"La ONU por sí misma no puede provocar cambios... con el cambio en Indonesia, la ONU pudo tener un papel más interventor", explica Ramos-Horta, premiado con el Nobel junto al obispo Carlos Felipe Ximenes Belo.

Una década antes, en mayo de 1989, el obispo Belo había pedido en una carta al entonces secretario general de la ONU, el peruano Javier Pérez de Cuéllar, que iniciara el proceso de descolonización de Timor Oriental, escenario de constantes matanzas perpetradas por los prointegracionistas y el Ejército indonesio, así como enfrentamientos con la resistencia.

En esos diez años las declaraciones eran de buenas intenciones por parte de los sucesivos líderes de la ONU y de los países miembros como Estados Unidos o Australia, mientras los timorenses exiliados y los activistas vinculados a la causa buscaban la descolonización.

Y Portugal, la antigua metrópoli, también tuvo un papel clave porque "no abandonó su responsabilidad histórica y moral y lanzó una campaña diplomática muy eficaz en la ONU y en Europa", subrayó el otrora presidente timorense, al considerar que probablemente de no tener su apoyo, la situación sería similar a la de Sáhara Occidental.

El dramático llamamiento internacional del hoy secretario general de Naciones Unidas, Antonio Guterres, entonces primer ministro portugués, fue decisivo para desencadenar la respuesta militar.

UN PARAÍSO EN TIEMPOS DE PANDEMIALos años turbulentos de la violencia han quedado atrás en Timor Oriental, a pesar de que en 2006 se registró una crisis política que puso a esta nación asiática al borde de la guerra civil y motivó el retorno de las fuerzas de paz de la ONU.

En plena pandemia de la COVID-19, este país rico en hidrocarburos y café, no registra ningún caso desde hace más de tres meses.

Con las fronteras cerradas, la tranquilidad también ha llegado para Ramos-Horta, quien a sus 70 años ya no es blanco de atentados y disfruta de estar en un mismo lugar siete meses consecutivos sin tener que viajar, como lo hacía cuando luchaba por la independencia. De cuando en cuando publica en Facebook imágenes de atardeceres y arrecifes coralinos que dan a Timor Oriental una sensación de paraíso.

Rocío Otoya

(c) Agencia EFE