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Las lecciones de Martin Luther King que no aprendimos en el siglo XXI

Hay una responsabilidad inherente en el ser humano de la que quizás no siempre somos conscientes pero que aplicamos de manera constante cuando dos o más generaciones conviven en el mismo espacio temporal. Traspasamos valores, costumbres y usos a la generación que nos sigue. Es un deber moral que ayuda a moldear la Historia, aunque ya se sabe, somos como somos y nos da por tropezar dos veces contra la misma piedra. Cosas de la Humanidad.

Entonces pienso en Martin Luther King y en su liderazgo. En cómo cada palabra que salía de sus entrañas desgarraba un trocito de su corazón para expandirlo sobre multitudinarias masas que necesitaban a un líder moral y espiritual como el comer. No importa la raza, la nacionalidad, el género o la clase social, las generaciones predecesoras deben contarle a las sucesoras quién fue Luther King, por qué luchaba y cómo perdió la vida tras recibir un balazo fugaz que entró por su mejilla derecha, que destrozó su mandíbula, y que viajó a través de su médula espinal para reposar en su hombro.

A Martin Luther King le cortaron la respiración y le cerraron los ojos, pero jamás le taparon la boca. Por eso el resto de los mortales debemos nutrirnos de aquellos latidos que expandió con la franqueza del sabio y la indignación del maltratado. Necesitamos altas dosis vitamínicas de sus principios porque la sociedad occidental está intelectualmente famélica.

Ojalá nunca hubiera sido necesaria la intervención de un Martin Luther King activista, luchador por la igualdad de los afroamericanos abofeteados durante generaciones con la mano abierta, con el puño cerrado, con látigos desgarradores, con objetos punzantes y con porras rompe huesos que teñían de rojo el azabache de una raza cohibida durante siglos. El no haber necesitado a un líder de tal calibre hubiera eliminado de los libros de Historia la esclavitud y sus consecuencias, ésas que todavía hoy perduran a base de prejuicios inconscientes y fundamentados, traspasados de generación a generación.

El pueblo afroamericano sigue siendo el inadaptado, el sospechoso, el perseguido, el que aún lleva en la sangre el rencor contra el hombre blanco que se auto proclamó un ser superior para ningunearlos sin reparos. El racismo en EEUU todavía existe y es recíproco. Peor aún, el racismo a nivel mundial todavía existe y va en aumento. Es la tendencia, el estilo de los primeros estadios de una crisis mundial que percibimos a diario pero que normalizamos - como sociedad- con una frivolidad espeluznante. Caravana de migrantes, refugiados, pateras, balseros, Brexit, Vox, Le Pen, Open Arms… ¿Les suena? ¿Qué les sugiere? ¿Qué sucederá cuando los países ricos se den cuenta de que ya no son cientos de miles los que intentan cruzar sus fronteras, sino decenas de millones?

La lección que Luther King nos dejó con su voz y su sangre no fue solamente la de combatir la desigualdad racial para cumplir el sueño que expresó frente a cientos de miles de personas en el Lincoln Memorial de Washington en 1963, ése en el que visualizaba una nación de iguales. También exploró los motivos, los orígenes del racismo reinante y puso de relieve la falta de humanidad de siglos y siglos de esclavitud.

Y ahora, en pleno siglo XXI, el primer mundo se cree con la verdad moral de vivir pensando que la esclavitud ya fue abolida. De ninguna manera. Los esclavos de esta Era malviven encerrados entre sus fronteras mientras los países más potentes les succionan la moral hasta que se matan entre ellos. Y lo curioso es que los afortunados vivimos hipnotizados por las pequeñas dosis de dopamina que nos brinda un capitalismo en plena crisis de sostenibilidad y humanismo, mientras nos chupamos los mismos dedos con los que posteamos nuestro ‘10 year challenge’.

Ahora, más que nunca, hacen falta líderes que se fajen contra la injusticia como lo hizo Martin Luther King. Si él no le tuvo miedo a las agresiones raciales o a la muerte, nosotros no se lo deberíamos tener a la estupidez del letargo tecnológico en el que estamos sumidos como sociedad.

Que el tercer lunes del mes de enero no sea solamente una oportunidad para disfrutar de un fin de semana largo en EEUU, o para llenar las calles de South Beach en Miami de excesos como si ésa fuera la manera más apropiada de celebrar a Luther King. Que este día sirva para honrar el legado de un intelectual valiente a través de la reflexión y la acción.

Quizás sea mucho pedir.