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La vida entre las llamas en California

SANTA ROSA, Calif. (AP) — Tina Chandler sale de su casa y siente un olor a la distancia. “¿No huele a humo?”, se pregunta a sí misma.

Ya no se siente ese olor, pero ella todavía está obsesionada. También la obsesionan los vientos otoñales, como los que avivaron el incendio forestal que destruyó su barrio una vez y que empiezan a soplar de nuevo amenazantes en California. “El viento y ese olor a humo...”, comenta, frunciendo el ceño.

Dos años atrás los Chandler tuvieron apenas unos pocos minutos para escapar de la casa de la familia antes de que un incendio llamado Kincade Fire la devorara ante sus ojos. Surgieron de las cenizas y empezaron a construir otra casa. Sus dos hijos compraron lotes en la misma calle y uno ya está construyendo también.

Hace pocas semanas, comenzó otra pesadilla. Se pasan los días observando el resplandor anaranjado de un incendio que ruge del otro lado de una colina, cerca de sus nuevas viviendas.

California ha sido desde siempre una tierra de oportunidades. Pero estos incendios enormes y feroces han pasado a ser la nueva norma y tienen a la gente ansiosa, a menudo empujándola a buscar otros horizontes.

Quienes se quedan, deben vivir entre apagones, causados por las compañías energéticas en un esfuerzo por evitar que el tendido eléctrico desate incendios avivados por los vientos. Deben estar preparados para escapar rápidamente con documentos y otros objetos importantes. Ir a comedores comunitarios y a centros de asistencia, y tener consejeros y perros terapéuticos cuando los chicos regresan a la escuela después de una evacuación. Es vital contar con irrigadores y métodos para combatir las llamas, recortar la vegetación y crear “espacios de defensa” alrededor de las viviendas.

El sector Fountaingrove de Santa Rosa, en la región vitivinícola de California, fue uno de los barrios arrasados por el incendio del 2017 Tubbs Fire. Fue el incendio que más daño causó en la historia de California hasta el año pasado, en que el Camp Fire acabó con Paradise, una ciudad más hacia el norte, donde mató a 85 personas.

Al final de cuentas, los daños derivados del nuevo incendio que preocupaba a los Chandler no fueron tan grandes por distintas razones, desde las enseñanzas que dejaron otros incendios hasta pronósticos de vientos más precisos y un poco de suerte. Los bomberos se esforzaron denodadamente por salvar sitios como Windsor, apenas al norte de Santa Rosa, pero no pudieron evitar que las llamas acabasen con algunas viviendas y otras estructuras, incluidos una tienda general y una oficina de correos construida en 1869 en Healdsburg que era el edificio principal del viñedo Soda Rock Winery.

Después del fuego, el propietario de Soda Rock Ken Wilson tomó las medidas de lo que quedaba de la fachada de piedras, decidido a salvarla y a reforzarla para que resista terremotos. Cerca de allí había un cartel que decía que se reanudaban las catas de vinos. “¡EMPIEZA LA RECUPERACIÓN!”.

“Esto es lo que yo llamo ser fuerte”, comentó un cliente.

Emily McCutchan, quien vive en Windsor, pasó a ver los daños sufridos por Soda Rock a su regreso de un viaje a Italia. Lloró al ver los destrozos y le dio un abrazo a Wilson. “Esto es muy triste”, le dijo.

Esta, sin embargo, es la nueva rutina en California y todo al mundo habla de lo duro que es. McCutchan, no obstante, dice que no se volverá a ir del condado de Sonoma durante la temporada de incendios. Permanecerá con su gente. “Es tu casa, tu comunidad, tu familia”, expresó. “No sales corriendo cuando las cosas se ponen difíciles”.

Wilson dice que ha visto renacer viñedos consumidos por el fuego. Tienen raíces profundas. “Cuesta acabar con una planta de uvas”, manifestó.

Los Chandler --Tina, su esposo Joel y sus dos hijos, con sus esposas-- tienen lazos muy fuertes con esta zona. Son dueños de una empresa constructora y han ayudado a reconstruir su barrio y otras viviendas tras el Tubbs Fire. Uno de los hijos, Dale, y su esposa Katrina compraron un lote frente al de sus padres. A pocas casas de distancia, el otro hijo, Bobby, y su esposa Jenna están terminando la estructura de su casa, apurándose por poner el techo antes de que lleguen las lluvias. Por ahora viven en un remolque estacionado en el jardín.

Cuando llegaron a la casa de sus padres para ayudarlos a evacuar un mañana del 2017, Tina todavía estaba en camisón y no tuvo tiempo de cambiarse. Sacaron a los perros y cerraron con llave la puerta. “Regresaremos”, dijo Tina. Varados por el tráfico de evacuados, vieron desde lejos con horror cómo las llamas se devoraban la casa donde la familia había vivido más de 20 años.

“No lloramos tanto. Pero te sientes como enfermo”, dijo Bobbie Chandler, quien hoy tiene 27 años, al recordar cómo él y su esposa vomitaron por las ventanas de su camioneta al ver lo que pasaba.

Cuando llegó una nueva orden de evacuación a fines de octubre, a Bobbie se le revolvió el estómago al ver el resplandor de las llamas a la distancia.

“Apenas vi el resplandor, sonó el teléfono”, cuenta Bobbie. “Era un policía amigo que me decía que había un incendio en Geyserville”.

La mayoría de la familia y algunos vecinos decidieron quedarse esta vez, ignorando la orden de evacuación, ya que el fuego estaba lejos todavía. Hacían turnos de tres horas. Usaban agua de las piscinas para mojar el terreno alrededor de sus casas y la estructura de madera de Bobbie y Jenna. La pareja no durmió por 48 horas, temerosa de que los cables de la electricidad encima de su remolque cediesen.

La experiencia acercó a toda esta gente y ahora se reúnen todos los miércoles por la noche para tomar unos vinos.

Llegaron familias jóvenes que pudieron adquirir viviendas fuera de su alcance antes de los incendios.

Los Chandler quieren quedarse, aunque Tina no puede conciliar el sueño por el temor a un incendio forestal.

Esta no es la California apacible que siempre quiso. “No quiero vivir con miedo”, dijo la mujer, de 54 años. “Pero, ¿adónde me voy?”.

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Martha Irvine está en mirvine@ap.org y http://twitter.com/irvineap