Qué es de la vida de Derek López, de la Rock & Pop y "Batida de coco" al arte del "libre albedrío"

En los 80, en San Pablo, a Derek López nadie le decía Derek López: para todos era Lixo, "basura" en portugués, gracias a una remera que él mismo se pintó a mano para homenajear a Banda do Lixo, banda pionera del punk brasileño.

"Yo casi muero por las ideas del punk. No una vez, no dos: como nueve veces, como si fuera un gato. Estuve en situaciones en las que me dispararon, me pusieron un revólver en la boca, peleas con cuchillos que no me llegaron a herir... hasta que un día me hirieron", cuenta. La puñalada fue de atrás, a traición, propinada por alguien de su mismo grupo. "Ese momento para mí fue crucial", subraya. "Aquel pendejito que salió de casa queriendo devorarse el mundo se vio en medio de un charco de sangre. Dije: 'no vine para esto'. Tomé la decisión de que si sobrevivía iba a cumplir todos mis sueños". Pocos años después, en una elipsis bastante atípica, hacía bailar a toda la Argentina con su "Batida de coco".

Hijo de un diplomático, Derek nació en Bolivia casi por casualidad. En aquel país, a los dos años, tuvo la primera de esas experiencias que lo formaron como un espíritu inquieto: "Un día me perdí de mi familia en un parque, y de repente dos cholas me sacaron y me empezaron a llevar. Cuando estábamos por doblar en la esquina, apareció mi tío. Por un segundo lo vi y desaparecimos en la esquina. Si él hubiese llegado un segundo más tarde no me hubiese visto. Y me quedó grabada la cuestión de que un segundo hace una diferencia enorme en tu vida. ¿Qué hubiese pasado sin ese segundo? ¿Adónde me hubiesen llevado, adónde hubiese terminado?". Aquello volvió a repercutirle a los 9, cuando de repente tomó conciencia de quién era y qué quería: "dije 'para algo estoy acá, tengo que salir y buscar allá afuera. No creo que acá, contenido por la familia, lo encuentre'. Eso siempre estuvo presente dentro mío y de alguna manera todavía está".

Ya a esa edad caminaba solo por las calles, buscándose a sí mismo. Dos años más tarde tuvo otra revelación, esta vez musical: "Jimi Hendrix fue la bisagra. Cuando lo vi en televisión dije 'eso es lo que quiero para mi vida'". Con 11 años consiguió trabajo y se gastó su primer sueldo en Midnight Landing (1975), uno de los tantos discos póstumos del guitarrista. Y al final llegó a The Clash, el último ritual iniciatorio: "Entendí que si yo quería realmente componer canciones con letras tan fuertes que le impactaran a la gente como me impactaban esas letras a mí, tenía que salir y vivir mi propia historia". Una amiga le traducía las canciones y le pasaba libros que encastraban con la obra del grupo de Joe Strummer: El manifiesto comunista, El capital, cosas de Nietzche. Así nació Lixo.

Al Derek de los 80 se lo puede ver en Botinada, un documental de 2006 sobre el origen del punk en Brasil. Por entonces era un "mohicano", o sea que portaba una cresta en una época en la que peinarse de esa manera era plantarse firme ante una sociedad que miraba entre la sorpresa y el espanto. "Era muy shockeante. No existía, nadie había visto algo así. Había gente que se sentía amenazada. La Policía venía, me cargaba y me pegaba con las dos manos en las orejas: te dejaba el tímpano haciendo ruido. Por cortarte el pelo así tenías que probarte todo el tiempo. Por alguna razón, la gente que tenía una cuestión de testosterona necesitaba venir y demostrar que ellos podían más. Y eso me terminó enseñando a pelear. mucho", dice.

Probar suerte en Buenos Aires

Entonces cayó la puñalada trapera. "Si llegar vivo a los 16 fue una hazaña, llegar a los 17 fue un milagro. Y llegó un momento que me terminé peleando con todas las patotas punks en Brasil", dice. Los medios estaban empezando a asimilar el movimiento y a Derek no le divertía ser fagocitado por el mainstream. Entre la bronca y la decepción, empezó a venir seguido a Buenos Aires, invitado por Sergio Fasanelli, baterista de Comando Suicida y fundador del sello Radio Trípoli.

Pero antes de establecerse en la Reina del Plata tuvo un avatar más en su tierra: DJ residente de Limelight, uno de los boliches más renombrados de San Pablo. "Fue un momento súper copado. Yo era muy conocido en el lado B de San Pablo: todo el mundo conocía al mohicano, a Lixo. Y de repente estaba experimentando fama en el lado A: era el boliche donde iban todos los artistas brasileros, todas las modelos. Y yo era el DJ ahí". Agotado de trabajar de lunes a lunes de seis de la tarde a seis de la mañana (más el tiempo que le llevaba la escuela de DJ's que fundó, la primera de Brasil), se vino a la Argentina a probar suerte.

"Llegué a vivir un tiempo con Mariano [Martínez, guitarrista] de Attaque 77", recuerda. Se movió activamente en el mundillo punk local (estuvo muy presente en los primeros años de Radio Trípoli y en la producción de Invasión 88, el compilado fundacional de aquella camada del punk rock argentino), grabó una parte en portugués para "Loco por tí" de Andrés Calamaro (incluida en el disco Por mirarte, de 1988) y tenía pensado dedicarse a la música (lo suyo, dice en una entrevista para la revista Gente, era el incipiente rap), pero una oferta inesperada de Quique Prosen (por entonces gerente de Rock & Pop) le hizo pegar un volantazo: "Me dice 'che, tenés buena voz para radio, tengo un horario los sábados, ¿lo querés tomar?'. Y yo, como mandado, dije: 'dale'". Condujo pocos meses en horario marginal y de ahí saltó al prime time, reemplazando nada menos que a Radio Bangkok, con Radio Match.

Con todo, la vocación seguía tirando. El sello MCA, que en ese interín se integraría a la multinacional Universal, lo fichó para grabar Mística, un disco que, más que abrevar en el rap o punk, mandaba al frente sus raíces brasileñas.

Cuando buena parte del disco estaba grabado y el corte de difusión elegido ("Esperando el sol"), su socio Luis Callegari le acercó un cassette con un ritmo que prometía. "Lo escucho y una melodía me vino a la cabeza. Hay algo que para mí es fundamental: no grabo mis ideas. Si algo me surge y lo recuerdo es porque es fuerte", dice. Una semana se sentaron a darle forma y no sólo reapareció la melodía, sino que también salió la letra. "Empezamos a escribir y en una hora teníamos la canción cerrada. Entonces hicimos un demo. Yo tenía la voz medio detonada, había cantado mucho, eran las 5 de la mañana cuando terminamos de hacer el tema. Algunas partes estaban medio desafinadas pero dijimos 'temazo'. Al día siguiente le mostramos el tema al sello y todos quedaron fascinados, pero para mí todavía tenía que ir y grabarla. Nunca pude cantarla con la misma onda que esa primera toma, así que quedó eso, desafinado y todo", cuenta. La canción, obviamente, es "Batida de coco", aquella que suena en fiestas desde 1996, con uno de los estribillos más pegadizos jamás grabados: "por eso yo sólo quiero la playa y el mar, cantar y bailar, buscar una menina pra gozar, ¡ay diosito!".

Derek ya era una cara conocida, pero "Batida de coco" lo subió a otro nivel: "Una vez que estoy en la camioneta la escucho en la radio y empezamos a joder, diciendo 'a ver en qué otra radio la están tocando'. ¿Podés creer que en tres radios estaban tocando 'Batida de coco' al mismo tiempo? Y después, en un espacio de diez minutos, la escuchamos en dos radios más. Ahí vi que era más explosivo de lo que pensé".

-¿Ahí te empezaste a sentir famoso?

-Definitivamente era más popular, pero no había una cosa de que la gente me mirara como una estrella, como Diego Torres.

-¿No pasaste por la de tener cien fans gritando en la puerta de un hotel?

-Hubo algo así pero era mucho más cool, no era histeria, más relajado. Se notaba la admiración, pero la gente sentía que yo era más accesible, que podía venir a hablarme. Creo que uno provoca eso: yo trataba de demostrar que seguía siendo el mismo de siempre.

-¿No se te subió a la cabeza estar en la cresta de la ola?

-La única vez que la cresta subió a mi cabeza fue cuando era mohicano, je.

Su único "capricho de rockstar" fue subir la apuesta: querer grabar el siguiente disco en un estudio más grande, con más presupuesto, yendo a más. Se encontró, en cambio, con el habitual descalabro de la industria: "Toda la experiencia con la discográfica fue desagradable, esa fue la verdad. Cambian al director de Marketing, y éste quiere cortarle las piernas a Mística porque él no participó, así que quiere que grabe uno nuevo. Yo, creyendo que ellos sabían lo que hacían, embarco en la idea de grabar un nuevo disco a las prisas. Tenía muchas canciones compuestas para el segundo disco pero no las tenía arregladas, así que en tres meses tuve que arreglar todos los temas, ensayar con la banda y después grabar. El nombre del segundo disco expresaba lo que yo empezaba a sentir: Sueños de libertad".

Claro que Derek -recordemos- se había jurado cumplir todos sus sueños, así que simplemente fue libre: dejó todo y se mudó a Estados Unidos para armar una banda de rock. "Conocí a una modelo de Ohio que me decía 'tengo que presentarte a este productor amigo mío'. Yo medio que no le creía. Un día me dijo 'él está viniendo mañana a casa, ¿por qué no te venís con la guitarra?'. Hasta entonces no caí muy bien, pero justo la noche anterior compuse una canción en inglés y dije 'bueno, el tipo es americano, aunque sea me sirve como feedback'. Voy", cuenta. El "tipo" era Tony Bongiovi, que trabajó con los Ramones, Ozzy Osbourne, Talking Heads, Aerosmith y un largo etcétera, y que tiene en su currículum un álbum clave en esta historia: "Cuando llego, ella tiene el primer disco que compré en mi vida: Midnight landing. Me trae el vinilo, nos presenta, saca el disco y dice 'Tony, ¿no le firmás a Derek, que es fanático de este disco?'. Fue genial lo que hizo: era el productor del primer disco que compré en mi vida". Derek y Tony pegaron onda y colaboraron durante cinco años. NoEnd se llamó aquel grupo de hard rock que grabó As Above So Below en 2006 y al que se puede ver en YouTube zapando con Zakk Wylde o Dave Kushner de Velvet Revolver como quien arma una guitarreada con amigos en casa.

Los sueños están para hacerlos realidad: el mohicano Lixo lo sabía y el Derek que hoy produce comerciales desde Miami lo ejecuta día a día. Siguió grabando como solista (Ser y estar, su último trabajo, es de 2016) y se dio el gusto de escribir un libro: Sin fronteras - El arte del libre albedrío, en el que refleja su filosofía de vida. Se habrá equivocado, pero no se ha mentido: "Siempre tuve esa sensación de que estoy en este planeta como un aprendiz. Para mí no existen errores: existe aprendizaje. Cuando llegué a los 45 cumplí mi último sueño de niño. Mal o bien están cumplidos. Ahora tengo espacio para crear nuevos".