Viaje por una isla que parece estar desarmándose

SHIREBROOK, Inglaterra (The New York Times).- En el borde del pequeño poblado de Shirebrook, en el centro de Inglaterra, antes había una mina de carbón. Ahora hay un galpón. La mina abastecía parte del carbón que daba energía al país. El galpón es un depósito de ropa deportiva. La mina de carbón era sinónimo de un empleo de por vida. El depósito ofrece mayormente empleos temporarios. A los que trabajan ahí, me dijo hace un mes un empleado en el estacionamiento del lugar, los tratan como a monos.

Shirebrook fue la tercera parada de un viaje de 1500 kilómetros que hice el mes pasado por Gran Bretaña, con el propósito de entender lo que pasa en este país partido en vísperas de las elecciones generales. Desde afuera, solemos ver a Gran Bretaña a través del prisma de la opulenta y cosmopolita ciudad de Londres, pero después de una breve escala allí decidí visitar otros lugares, en busca de gente alejada de los brillos de la capital. Y en todas partes mi sensación fue que el país parece estar desarmándose. Personas de todo tipo -pro-Brexit y anti-Brexit, obreros y oficinistas, judíos y musulmanes, ingleses, galeses, escoceses, irlandeses del norte- que por toda clase de razones se sienten desancladas, ajenas a su país.

A veces, algunas me recordaban que la política electoral está muy alejada de las prioridades de mucha gente, que van de simplemente ganarse la vida a combatir el calentamiento global. "No hay Brexit en un planeta muerto", me dijo Lauren McDonald, una estudiante de Glasgow. Una y otra vez, sin embargo, la gente con la que hablé volvía sobre el tema político del nacionalismo, la austeridad y el aislamiento económico. Y tanto en Shirebrook como en los demás lugares, todas las frustraciones emanan del Brexit.

Como el distrito electoral de la zona fue creado en 1950, sus habitantes de clase trabajadora casi siempre han elegido legisladores laboristas.Después llegó el referéndum de 2016 sobre el Brexit, donde 7 de cada 10 electores locales votaron a favor de la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea. Y muchos de ellos hoy están furiosos porque todavía no se ha concretado.

"En la televisión no hablan de otra cosa que del Brexit -me decía Kevin Cann, exminero y vecino de Shirebrook que votó a favor-. A esta altura ya debería estar listo y finiquitado".

Boris Johnson espera capitalizar esa frustración para que su gobierno de minoría pase a ser de mayoría. Y por primera vez en la historia eso podría hacer que Shirebrook votara por un legislador del Partido Conservador, que en distritos mineros como este siempre fue detestado.

"Ahora los mineros están embobados con Boris", dice Alan Gascoyne, un exdirigente sindical de los mineros. "Es una locura", agrega.

Tanto en Shirebrook como en gran parte de Gran Bretaña tuve la sensación de que para muchas personas avanzar con el Brexit era algo que podía restañar el tejido social. No así en otros lugares, donde parece estar deshilachándolo. Para algunos londinenses ricos, que votan siempre a los conservadores, pero que también gustan de Europa, el Brexit ha implicado su alejamiento del partido de Johnson. Y para algunas minorías étnicas y religiosas, el proceso hasta es amenazante.

Gales no tiene demasiada incidencia en la discusión política en Gran Bretaña. Su movimiento independentista es más chico que el de Escocia, pero incluso en las remotas tierras altas de Gales parece haber mar de fondo, en parte debido al Brexit. En las montañas galesas visité la granja de Ceri Davies, a quien encontré revisando las mejoras del granero que tiene detrás de su casa. Davies ha vivido toda su vida en este mismo valle, con sus amigos habla en galés, y hasta que entró a la escuela no hablaba una palabra de inglés. Su padre tenía ovejas y ovejas tiene su hijo: las 700 cabezas que pastaban en las laderas que nos rodeaban. Y el Brexit es una amenaza para todo eso.

Al igual que muchas granjas británicas, el negocio de Davies solo sobrevive gracias a los subsidios de la Unión Europea. Para colmo, Europa compra más de un tercio de la lana que se produce en Gales.

Los conservadores han prometido reemplazar esos subsidios por otros, pero si después del Brexit las autoridades europeas aplicaran aranceles a la carne británica, Davies se iría a la ruina.

"La verdad que tengo miedo", me dijo el productor rural.

Traducción de Jaime Arrambide