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Veterinaria de Fort Myers, junto a su esposo y mascotas, sobrevive la fuerza de Ian refugiada en un estacionamiento

Mientras el huracán Ian azotaba Fort Myers con vientos aterradores y desbordaba las orillas del río Caloosahatchee, la veterinaria Sharon Powell y su esposo se refugiaron en el lugar más seguro que pudieron encontrar para ellos y sus dos mascotas: un estacionamiento del downtown de la ciudad.

Allí esperaron y resistieron, mientras los embates de la feroz pared del ojo del huracán de Categoría 4 les pasaba directamente por encima.

“El agua del río va a llegar hasta aquí dentro de poco”, gritó Powell mientras esquivaba pedazos de paredes de un cercano sitio de construcción que volaban como proyectiles por el estacionamiento. “Habían pronosticado entre ocho y 12 pies de agua, así que nos preparamos para subir al segundo piso”.

Los dos permanecieron refugiados en el estacionamiento, en el downtown de Fort Myers y al sur del río Caloosahatchee el miércoles por la tarde, mientras Ian, con vientos que el Centro Nacional de Huracanes (NHC) estimó que en esos momentos llegaron a las 140 millas por hora (mph), lanzó gigantescas olas contra la costa suroeste de la Florida, con marejadas ciclónicas que alcanzaron alturas jamás vistas en muchas comunidades costeras. A las 11 a.m. del miércoles, partes de Fort Myers ya habían quedado sumergidas bajo tres o cuatro pies de agua, dijeron en Twitter funcionarios de la ciudad. Poco después, todo empeoró.

Powell, de 59 años, nació en Fort Myers. Es propietaria de la clínica veterinaria Edison Park, y vive en una casa que está a menos de una milla del estacionamiento Sun Trust Plaza, localizado en Martin Luther King Boulevard, donde se refugió.

“Este es el huracán más destructivo y peligroso que he visto nunca”, dijo Powell, saltando con agilidad sobre un arbusto que terminó en el estacionamiento. “Resultó ser peor de lo que pensamos”.

Ian, que llegó como un monstruo que se desplazaba lentamente con vientos de 155 mph —a solo dos millas de tener Categoría 5— azotó e inundó islas, localidades, ciudades y comunidades de la Costa del Golfo de la Florida todo el día hasta la llegada de la noche.

Horas más tarde, en otro estacionamiento al sur del downtown y al otro lado del río de Cape Coral, un reportero y fotógrafo del Herald se refugió como pudo en medio del paso de la tormenta, escuchando cómo el viento aullaba y cómo los transformadores eléctricos estallaban y llenaban el aire de chispazos verdes. El letrero de una gasolinera se hizo añicos, los árboles eran arrancados de raíz y se derrumbaban, las tejas y los techos de aluminio volaban sin control, un latón de basura corría por el Colonial Boulevard. Un enorme todoterreno se estremecía bajo las ráfagas como si fuera una hoja. Y la lluvia caía desde ángulos imposibles de creer.

El centro de la ciudad quedó inundado con casi cinco pies de agua. Embarcaciones que estaban en el río chocaron contra parquímetros.

En el estacionamiento, Powell y su esposo Jon dejaron que su pit bull Emma —con un chaleco salvavidas para perros— y su terrier Norman caminaran un poco.

“Norman tiene 18 años y es un perro muy calmado, pero Emma es muy ansiosa”, dijo Powell. “La ansiedad de una tormenta en los animales es algo complicado. Le receté medicamentos para controlar la ansiedad a algunos de mis pacientes antes de que llegara Ian. Los animales pueden sentir la caída de la presión barométrica, los cambios de estática, y son enormemente sensibles a los ruidos”.

Los Powell aseguraron su casa y su clínica antes de buscar refugio en el estacionamiento.

“Los gatos de nuestra clínica —Shirley y Miles— están a salvo allí. Aquello es una fortaleza y si quieren pueden subir a una mayor altura”, dijo Powell, agregando luego que Shirley fue nombrada Empleada del Mes, y Miles se comporta con mucha serenidad en una crisis.

¿Sobrevivirá su casa a la que ya llaman la tormenta del siglo?

“Odio pensar que pudo haber ocurrido en la casa durante la marejada”, dijo Powell mientras los perros se acomodaban debajo de sus pies, y el aullido del viento no daba muestras de terminar. “La casa podría inundarse dentro de poco tiempo. O quizás ya estar inundada”.

El reportero del Miami Herald Omar Rodríguez Ortiz contribuyó con este artículo.

Traducción de Jorge Posada