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Lo mejor que pudo hacer: vestirse para ir a trabajar...en casa

Una fotografía tomada con Zoom de Jeff Petriello en su departamento de Brooklyn, el 30 de marzo de 2020. (John Taggart/The New York Times)
Una fotografía tomada con Zoom de Jeff Petriello en su departamento de Brooklyn, el 30 de marzo de 2020. (John Taggart/The New York Times)

Si, para Ryan Dichter, la semana uno de su aislamiento por coronavirus era un momento para mimar a su hija pequeña, Teddy, holgazaneando con pantalones de ejercicio y esperando el inicio de la hora feliz, se volvió evidente para él, conforme avanzaron los términos de nuestro encierro colectivo, que había llegado el momento de ducharse y ponerse unos pantalones de vestir.

“Al principio todas las noches eran viernes por la noche”, dijo Dichter, de 36 años, un agente de bienes raíces que vende propiedades residenciales de lujo en Nueva York. “Estaba viendo demasiada televisión y bebiendo demasiados tragos porque no estaba claro adónde iba esta situación. Pero después me di cuenta de que era hora de vestirme como se debe. La noche de escuela sigue siendo noche de escuela”.

Desde que se informó sobre los primeros casos de coronavirus en el país, la jornada laboral promedio se transformó de manera repentina y con una fuerza sísmica. Las oficinas se cerraron abruptamente y, para los que aún tenían trabajo, la oficina se convirtió en esa silla que está en un rincón cerca del clóset. En gran medida, los negocios se mudaron a Zoom. Y, a menos que el celular estuviera en un mal ángulo, nadie sabía que estabas haciendo varias cosas a la vez, sin ropa de la cintura para abajo.

Los rituales que alguna vez resultaron fundamentales para organizar una versión presentable de nosotros mismos para el público ahora se estaban cuestionando. ¿Quién dice que un hombre tiene que rasurarse y bañarse por la mañana? ¿Por qué se necesitan zapatos si no puedes salir de casa? ¿Por qué no ponerse una gorra si tienes el cabello con marcas de la almohada?

Sin embargo, conforme se vuelve evidente la posibilidad de que el estado de arresto domiciliario se prolongue, las viejas convenciones comienzan a restablecerse.

Cada vez más surge la necesidad de mejorar nuestra presentación en la pantalla, como un medio para destacar entre todas las cámaras web que vemos en las videollamadas o simplemente para darles a entender a tus colegas que, cuando la alerta de reunión del calendario de Google apareció en tu móvil, no te estabas quitando las legañas de los ojos.

“Estaba bromeando con un amigo diciéndole que todos nos hemos convertido en chicos y chicas de cámara web ahora que solo somos cajas individuales en una pantalla”, dijo Timo Weiland, de 36 años, director creativo de la marca de ropa masculina que lleva su nombre.

Encerrado en su casa en Brooklyn durante las últimas tres semanas, Weiland ha hallado una necesidad urgente de reinstituir las rutinas diarias de aseo y vestimenta que dejó atrás cuando parecía que pocos de sus encuentros de negocios ocurrirían en un espacio físico.

“Se trata de preservar una idea de profesionalismo en un entorno sin forma, donde el sentido de urgencia ya no está”, dijo. “Tengo de siete a diez reuniones en Zoom al día, y me siento mucho menos preparado si estoy usando pijama y un gorro”.

Era Adolf Loos, el arquitecto austriaco, teórico y dandi que alguna vez dijo, en su diario de corta duración, Das Andere, que una persona está bien vestida no cuando destaca, sino cuando usa la ropa adecuada para el momento que se le presenta. Según ese estándar, todos deberíamos usar un uniforme de batalla.

Para Jordan Fudge, de 27 años, capitalista de riesgo en Los Ángeles, el mundo del trabajo se ha concentrado en Zoom durante el tiempo suficiente como para que el tiempo en casa no haya alterado de manera importante su forma de vestir para el trabajo.
Es decir, sigue usando las prendas básicas cómodas pero casuales que son casi obligatorias en su campo. Sin embargo, “trata de ser un poco elegante”, comentó.

“Quiero asegurarme de no estar frente a la cámara con polvo de Cheetos en la ropa”.

También es bueno asegurarse de no afectar tu presentación, como lo hizo Seth Meyers en una edición reciente de “Late Night”, cuando criticó al presidente Donald Trump por su avaricia y sus varias fechorías desde la oficina de su casa, aunque estaba vestido —con una camisa de lana con bolsillo de parche encima de una camiseta de cuello holgado— como si acabara de limpiar su cochera.

Fudge comentó que tomará tiempo conjurar las nuevas normas funcionales de vestimenta para un país obligado a enfrentar modalidades de trabajo aún desconocidas para muchos. “Como cultura vamos hacia ese camino”, dijo, señalando que el conductor de “The Daily Show”, Trevor Noah, por ejemplo, se ha adaptado ágilmente a la nueva norma, deshaciéndose de los trajes perfectamente hechos a la medida que generalmente se pone al aire, para usar camisas de mezclilla y sudaderas con capucha de gama alta.

“Necesitamos vernos como si tuviéramos el control, aunque todo esté fuera de control”, dijo Fudge.

Según Konrad Olsson, de 38 años, fundador y editor de Scandinavian Man, otros factores son clave para vestirse para el trabajo. En una conversación telefónica desde Suecia, Olsson señaló un hecho que quizá no entienden quienes creen que usar un traje de tres piezas es tan ajeno para ellos como tener un escudo de armas.

El traje tradicional, comentó, era un tipo de uniforme de protección, un medio para demarcar los límites entre lo público y lo privado, el trabajo y el ocio, las exigencias del mundo corporativo y las necesidades íntimas de la vida familiar.

“No tengo mi oficina, no tengo mi escritorio, no tengo a mis colegas ni los otros atributos de un empleo conmigo”, dijo Olsson. “Estoy sentado en la habitación de mi hija de 9 años trabajando en todas esas llamadas de Zoom”. Ponerse un saco, dijo, no solo mejoró su humor, sino también lo ayudó a restaurar la “estructura y el contorno” de los días que habían comenzado a desdibujarse alrededor de sus pantuflas.

Cambiando los pantalones de mezclilla y “la camiseta de ayer” por un traje de pana y corbata, sacos y pantalones caqui, un traje cruzado y sandalias, comenzó a publicar autorretratos a su cuenta de Instagram @konradolsson con la leyenda “No hay viernes casuales en una crisis”.

“Suena pretencioso, pero es importante vestirme de esta manera”, dijo Olsson. “Se trata de mostrarle al mundo que valoro nuestro tiempo y lo que hacemos juntos”.

Brian Tran, de 28 años, fundador de Serif, una empresa emergente de trabajo colectivo, se mudó de Nueva York a Colorado justo antes de la cuarentena. Para él, organizar un guardarropa diario es su manera de “establecer una organización y una rutina que son increíblemente importantes para mí”.

Noah Jay, de 28 años, un agente inmobiliario comercial en Manhattan, sabe que “sería ridículo usar traje en casa”, pero sigue habiendo un ímpetu para asegurarles a los clientes que, aunque se están renegociando los arrendamientos en todas partes, aún rinde frutos pensar a largo plazo.

“Represento a muchos clientes del mundo de la moda, y evidentemente me vestiré de manera distinta para un gran inversionista israelí que cuando represento a alguien que tiene una nueva línea de zapatos y quiere crear una tienda emergente en Brooklyn”, dijo Jay. “De cualquier manera, no quiero que alguien me vea en una pantalla y diga: ‘Ay, espera. ¿Qué estás haciendo?’”.

Incluso para James Cusati-Moyer, de 30 años, un actor, que jamás ha tenido un trabajo de oficina y que la última vez que siguió un código de vestimenta fue cuando era mesero en la universidad, hay algo que decir acerca de vestirse bien para iniciar el día como una manera de mejorar la autoestima.

La serie de transmisión en continuo que comenzó a filmar en Canadá después de que terminó su periodo en Broadway está en pausa, y sus audiciones grabadas se han detenido casi por completo. Aun así, como lo dijo Cusati-Moyer: “Solo puedo usar la ropa con la que dormí la noche anterior una determinada cantidad de horas al día”.

This article originally appeared in The New York Times.

© 2020 The New York Times Company