El verdadero milagro económico kirchnerista sería evitar la hiperinflación

El ministro de economía, Martín Guzmán, y el presidente Alberto Fernández, en la reunión con gobernadores en la que quedó claro lo lejos que está un acuerdo con el FMI
Fabián Marelli

La presentación del ministro de Economía, Martín Guzmán, sobre el estado de las negociaciones con el Fondo Monetario Internacional (FMI) hecha el 5 de enero, encendió las alarmas del mercado. Si bien se sospechaba que el acuerdo con el organismo estaba lejos, la exposición y la discusión posterior con los gobernadores del oficialismo pusieron de manifiesto que la distancia entre las partes es gigante. Los bonos del Gobierno, que ya venían castigados, se desplomaron al día siguiente.

La principal discrepancia entre las partes es, como venimos marcando en esta columna, conceptual. El Gobierno pretende llegar al final de su mandato con el modelo populista de gasto fiscal elevado y tasas de interés bajas intacto, utilizando cepos y controles para tapar los desequilibrios que se generan. El FMI, por el contrario, busca una normalización al menos parcial de la economía argentina.

Guzmán dijo en su presentación que se discuten tres metas centrales con el FMI: el sendero fiscal, el sendero de acumulación de reservas, y el financiamiento monetario de la política fiscal. También argumentó que las discrepancias se centraban en el sendero fiscal. En realidad, cualquier alumno que haya aprobado el curso de Introducción a la Macroeconomía sabe que si no está acordado el sendero fiscal tampoco están acordadas ninguna de las otras dos metas.

Haciendo una analogía con la economía familiar, es como decir que está acordada la cantidad de dólares y pesos que tendremos en la cuenta a fin de mes y el uso de la tarjeta de crédito, pero todavía no sabemos si vamos a gastar 100.000 o 200.000 pesos en el supermercado. Siguiendo con la analogía, el FMI le debe estar explicando a Guzmán que si quiere gastar 200.000 pesos en el supermercado, seguro caerán las reservas (porque parte de los productos que consume o son importados o tienen partes importadas) y que alguien le tendrá que prestar los 100.000 adicionales para gastar.

Pero, como nadie le quiere prestar pesos, tendría que acudir a la máquina de imprimir billetes. Aquí se acaba la analogía con las familias. El problema es que el Banco Central (BCRA) ya imprimió demasiados billetes para financiar al Gobierno, un total equivalente al 7,5% del PBI en 2020 y al 4,8% en 2021, generando el principal desafío que enfrenta hoy la economía argentina: la alta inflación.

Los técnicos del Gobierno tienen una confusión intelectual importante en cuanto a la macroeconomía. Pero su confusión con respecto a la microeconomía y la generación de riqueza es aún superior. Más concretamente, no pueden conectar lo que pasa en la micro con los resultados macro. A la par de que negocia con el FMI, el Gobierno sigue implementando una cantidad creciente de impuestos y regulaciones kafkianas que ahogan al sector privado. Es imposible que la economía crezca en forma sustentable en este contexto.

Entre las muchas regulaciones, hay una que se está agudizando y es la dificultad para los importadores de acceder al mercado cambiario. Las restricciones no son sorprendentes. A fines de 2021 las reservas internacionales netas eran de 2996 millones de dólares, incluyendo el oro. La nada misma. Lo de “incluyendo” es un concepto temporario. El análisis del balance semanal del Banco Central sugiere que parte del oro podría estar siendo vendido o al menos empeñado para obtener préstamos en dólares frescos. La progresía local se desmayaría si supiese que, si esta operación fuese cierta (no hay noticias oficiales), uno de los candidatos más probables para estar del otro lado del mostrador es el banco de inversión Goldman Sachs, especialista en este tipo de operaciones.

Lo cierto es que estas restricciones están afectando a la industria y al comercio local. Esto no parece preocupar al Gobierno, que se creyó su propio discurso sobre el fuerte crecimiento de la economía en 2021. Es cierto que la economía se expandió vigorosamente el año pasado, entre un 9,5% y un 10%. Un análisis más cuidadoso de los determinantes de tal exuberancia llamaría, sin embargo, a ser más cautelosos con miras al futuro. Hubo tres factores que dinamizaron la economía en 2021 y son irrepetibles: la salida de la pandemia, el aumento de los precios de nuestras exportaciones y el fuerte gasto preelectoral.

La comparación con otros países de América Latina arroja más luces sobre el pasado y sobre el futuro. Un crecimiento cercano al 10% en 2021 pone a la Argentina en cuarto lugar, después del de Chile, Perú y Colombia. La caída de 2020 fue, sin embargo, la segunda de la región. Es decir, juntando 2020 y 2021 se ve que el crecimiento de 2021 no fue tan milagroso como argumentó el premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz en una columna publicada en Project Syndicate el 10 de este mes.

Los números de la región arrojan una señal de alerta más relevante aún para la Argentina. Uno de los pocos países en los cuales el crecimiento del PBI en 2021 no fue muy superior al pronosticado por el consenso de economistas a fin de 2020 es Brasil. Dos shocks adversos afectaron al país vecino: una sequía importante y dudas sobre la sostenibilidad fiscal futura. Los mismos problemas que aquejan a la Argentina hoy.

Las fuertes temperaturas y la falta de lluvias pueden tener un impacto sustancial sobre la producción agrícola este año, bajo el influjo de La Niña. En los dos episodios anteriores en los que hubo dos campañas seguidas bajo el fenómeno meteorológico de La Niña, 2007-2009 y 2010-2012, la producción combinada de maíz y soja cayó entre un 17% y un 29% en el segundo año.

A los precios actuales, puede implicar una pérdida de exportaciones de hasta 8000 millones de dólares, casi un espejo de las ganancias de 2021. La Bolsa de Comercio de Rosario ya recortó sus proyecciones de cosecha de maíz en 8 millones de toneladas (una caída de 5% respecto de 2021), y argumentó que la cosecha de soja no pasará de los 40 millones de toneladas (una baja de 7% contra 2021).

Debe ser por ello que el Gobierno, tan adepto a pensar que las negociaciones con el FMI son solo un juego geopolítico, contó esta vez solo con el apoyo de Stiglitz y no con el del Papa Francisco. A él le deben estar pidiendo que rece para que llueva.

Que Stiglitz no esté enterado del calor y la sequía no llama la atención. Pocos días antes de salir publicada su nota nevó copiosamente en Nueva York. Pero otras partes de su columna son notables. No tanto por lo que dice, sino más por lo que dejó de lado. No menciona, por ejemplo, la palabra inflación. El Indec informó el jueves último que la inflación de 2021 fue de 50,9%, casi 15 puntos porcentuales más que la de 2020, a pesar del retraso del tipo de cambio y de las tarifas, y del congelamiento de múltiples precios. Este es el principal dilema que enfrenta el país, porque la inflación afecta especialmente a los más pobres. A la luz de esto, más que un milagro, lo del Gobierno es una herejía económica.

Lo otro que llama la atención de Stiglitz es que deja de lado lo que él mismo escribió en el pasado sobre la posibilidad de equilibrios múltiples y el rol de la psicología de los agentes económicos en el sendero de la economía. El acuerdo, o no, con el FMI cumplirá justamente un rol importante en la coordinación de expectativas. La ausencia de un acuerdo sería interpretada por los argentinos como la elección de un modelo económico venezolano. Como ya vimos esa película, sabremos cómo actuar anticipadamente.

El problema es que, como están planteadas las cosas hoy por el Gobierno, un acuerdo con el FMI tampoco serviría para coordinar expectativas sobre una recuperación sustentable. Guzmán argumentó que el sendero fiscal pedido por el FMI “con alta probabilidad detendría la recuperación económica.” Es decir, si cede el FMI y firma lo que quiere el Gobierno, sabremos que el FMI piensa que el acuerdo es débil en su aspecto fiscal y de financiamiento. Y si cede el Gobierno, sabremos que se viene una recesión.

La incógnita se develará en las próximas semanas. El 22 de marzo vencen 2800 millones de dólares con el FMI. En los días anteriores Guzmán vivirá en carne propia otra característica de la economía: la no linealidad de las variables macro. Ante eventos tan fuertes como un posible default con el FMI, todo se acelera. Ante el abismo, veremos si los gobernadores y el peronismo no kirchnerista se ponen “la camiseta de la Argentina” y frenan este dislate.

De otra manera, el único milagro de este Gobierno sería evitar una hiperinflación.