Vencieron al virus, pero ahora se sienten parias

Elizabeth Martucci y su hijo, Marcus, quienes sobrevivieron a la COVID-19, en su casa en Cape May Court House, Nueva Jersey, el 14 de mayo de 2019. (Michelle Gustafson/The New York Times)
Elizabeth Martucci y su hijo, Marcus, quienes sobrevivieron a la COVID-19, en su casa en Cape May Court House, Nueva Jersey, el 14 de mayo de 2019. (Michelle Gustafson/The New York Times)

xEl día en que Elizabeth Martucci y su hijo de 11 años fueron diagnosticados como pacientes recuperados del coronavirus, salieron de su casa en la costa de Jersey con algo de tiza, para escribir un mensaje en la entrada.

“Somos sobrevivientes de la COVID-19”, escribieron.

“Pensé en decirle a todo el mundo: ‘Tuve esto, y ahora estoy bien’, solo para mostrarle a las personas que no es una sentencia de muerte”, dijo Martucci.

También compró camisetas con la leyenda “Sobreviviente de la COVID-19”, anticipando que algunos de sus vecinos de la calle cerrada en la que vive en Cape May Court House podrían sentir alguna incomodidad.

Martucci pronto entendió que había subestimado drásticamente la ansiedad a la que se enfrentaría, junto a su hijo Marcus. Incluso ahora, a un mes de su recuperación, algunos vecinos los ven y huyen.

Quienes salen de los hospitales o de sus cuarentenas en casa tras haber sido afectados por el virus, están siendo forzados a transitar por un mundo que evidentemente no está preparado para recibirlos y cobijarlos nuevamente.

Epidemiólogos y expertos federales en salud concuerdan en que los pacientes completamente recuperados de la COVID-19 ya no representan un peligro de infección para otros. Sin embargo, algunas personas que han sobrevivido a la enfermedad siguen enfrentando un estigma impulsado por el temor de parte del mundo exterior.

Resaltan algunos casos como el de un veterinario que se negó a atender el perro de una mujer recuperada. El trabajador de una lavandería que brincó asustado al ver a un funcionario electo cuya enfermedad fue reportada en las noticias locales. El jardinero que decidió no podar los arbustos afuera de la casa de un hombre recuperado. El vecino que fue a regalar sopa y pidió que no se molestaran en regresar el recipiente en el que la llevó. Y el adolescente contagiado cuyo consuelo durante su larga enfermedad fue la idea de ir a pescar con sus amigos, para luego ser ignorado por ellos tras recuperarse.

“Mi instinto no fue pensar: ‘Oh, las personas me tendrán miedo porque tuve este virus’”, dijo Martucci, de 41 años, quien describió cómo una vecina se tropezó y cayó en la acera mientras corría hacia su casa cuando vio que ella y su hijo (también conocido como MJ), se acercaban en sus bicicletas.

“Ni siquiera se me ocurrió la posibilidad de que me rechazaran”, afirmó Martucci, inversionista de bienes raíces. “Eres vista como un agente contagioso en vez de una sobreviviente”.

Martucci dijo que guardó sus camisetas que dicen “Sobreviviente de la COVID-19”.

Muchos sobrevivientes afirman que no esperaban sentirse estigmatizados tras su dura experiencia con la enfermedad. Esta situación acarrea un dolor particular debido a las discusiones mundiales acerca de cómo la reactivación social dependerá en parte de que las personas con anticuerpos puedan regresar a sus trabajos, y de cómo quienes se han recuperado pueden donar plasma convaleciente para los tratamientos experimentales de los que siguen enfermos.

“Hay una dicotomía entre sentir que puedes ir a donar tu plasma para salvar la vida de otras personas y sentir que la gente no te quiere ni tocar”, dijo Sheryl Kraft, periodista de salud en Fairfield, Connecticut, quien ha escrito sobre su proceso de supervivencia a la COVID-19 y cómo eso afectó su salud mental y física.

“Somos algo así como los elegidos”, añadió. “Podemos regresar a la sociedad, podemos donar plasma, somos muy valiosos. Pero para las personas que tienen miedo de contagiarse, somos como parias”.

Samantha Hoffenberg, quien se recuperó de la COVID-19, en la azotea del edificio de su apartamento en Manhattan, el 1.° de mayo de 2020. (Brittainy Newman/The New York Times)
Samantha Hoffenberg, quien se recuperó de la COVID-19, en la azotea del edificio de su apartamento en Manhattan, el 1.° de mayo de 2020. (Brittainy Newman/The New York Times)

Mark Levine, miembro del Consejo Municipal de Nueva York que lidera el comité de salud, experimentó síntomas del virus a finales de marzo. Hizo cuarentena domiciliaria hasta que se recuperó de la enfermedad. Todo el proceso fue cubierto por los medios informativos.

Semanas después de su recuperación, Levine, quien representa al Upper Manhattan, dijo haberse sorprendido cuando un trabajador de su lavandería local brincó asustado al verlo.

“Hay personas que en realidad piensan que si te enfermas y te recuperas, básicamente tienes una armadura mágica y no puedes volver a enfermarte nunca —lo cual es peligroso—, pero claramente también hay personas que no entienden que ya no eres contagioso si te has recuperado”, dijo. “Parece que hemos fallado en informar sobre ambos lados del tema”.

En Long Island, Flora Touloupis, de 60 años, experimentó tanto bondad como cautela por parte de un vecino. Tras un caso brutal del virus que la dejó con neumonía bilateral y coágulos de sangre en sus piernas, Touloupis recibió un lindo detalle: tras dar negativo en la prueba de diagnóstico, un vecino de Lindenhurst le llevó sopa casera de pollo.

Pero cuando ella le mandó mensajes para regresarle el recipiente de la sopa, cuenta Touloupis, su vecino le dijo que lo tirara a la basura. Lo mismo le dijo su cuñada, quien le había dejado algunas lentejas en un plato en la entrada de su casa.

“Dije, ‘¡Dios mío, me siento como una leprosa!’” afirmó Touloupis. “Espero que las personas que normalmente comen en mi casa en Navidad vengan este año. Esta situación casi logra que te sientas avergonzada”.

Durante los 21 días que estuvo atrapado cumpliendo con la cuarentena en su habitación en Lakeland, Florida, William Long, de 17 años, dijo que lo único que lo mantuvo animado fue la idea de ir a pescar con sus amigos una vez que se recuperara.

“Era mi pensamiento número 1: ‘No veo la hora de volver a estar sano y salir a disfrutar con todos mis amigos’”, dijo.

Pero incluso dos semanas después de su recuperación, Long dice que sus amigos no le han contestado sus mensajes de texto. La soledad y sensación de ser excluido, dijo William, lo ha impulsado a buscar terapia para su salud mental y a buscar nuevas amistades.

“¿Estuve tres semanas aislado y luego no veo a nadie? Eso es realmente doloroso”, afirmó.

Samantha Hoffenberg, quien vive en Manhattan, dijo que entendía por qué su familia se había mantenido alejada de ella durante casi dos meses después de su recuperación: en abril, su padre falleció por el virus tras contagiarse en el hospital donde había sido admitido por complicaciones relacionadas con demencia. Según Hoffenberg, la terrible experiencia fue profundamente traumática.

Tras contagiarse, Hoffenberg se comprometió a mantenerse alejada de sus seres queridos, incluso luego de que se recuperara.

Pero el 23 de abril hubo un incendio en su edificio. Tras ser hospitalizada por inhalación de humo, Hoffenberg tuvo varios ataques de pánico. Un trabajador social del hospital llamó a su familia para informarles que ella ya no tenía el virus y quería verlos.

Se rehusaron.

“Nunca había estado en una situación tan oscura y triste como luego de eso”, afirmó Hoffenberg, quien trabaja como reclutadora de contrataciones. “Y además mi propia familia me tiene tanto miedo que ni siquiera pueden entender que estoy pasando por esto completamente sola”.

Sin embargo, aunque necesitaba desesperadamente un abrazo, afirmó, Hoffenberg mostró empatía por las personas que estaban marcadas por el virus, así como por sus pérdidas.

“Están aterrorizados”, dijo.

This article originally appeared in The New York Times.

© 2020 The New York Times Company

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