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“Venía en piloto automático y un día desperté”: los cambios que impulsó la pandemia

Pablo de Wite es arquitecto devenido trompetista de jazz
Santiago Filipuzzi

La pandemia detuvo al mundo y la posibilidad de contagiarse de un virus potencialmente mortal forzó a ciudades enteras a encerrarse. De acuerdo con los expertos, transitar una época de cambios vertiginosos, de incertidumbre, de ajustes y reajustes, condujo a repensar la identidad, las prioridades y los deseos. Renunciar a un trabajo, decidir tomarse tiempo para uno, animarse a emprender, emigrar o regresar, retomar un hobby o ponerle fin a una relación; estos son algunos de los cambios que mencionan las personas consultadas por LA NACIÓN.

Como ocurrió con muchas otras ocupaciones, el trabajo de Pablo De Wite como arquitecto prácticamente dejó de existir en 2020. La cuarentena detuvo todos sus proyectos de obras y, su especialidad, hacer estructuras para exhibir productos en exposiciones, se tornó imposible. Para llenar las vacías horas del desempleo, decidió desempolvar la trompeta, instrumento que había relegado por la imposibilidad de dedicarle el esfuerzo necesario: “Aprendí a tocar la trompeta a los 13 años, pero es un instrumento que requiere mucho tiempo y práctica, entonces lo tenía abandonado. Es muy difícil tocar y no tener continuidad, hay que practicar todo el tiempo”. También se incorporó a un cuarteto de jazz, junto con quienes presentó algunos conciertos el año pasado. Para el arquitecto devenido trompetista, la música fue disparadora de reflexiones sobre muchos otros aspectos de su vida: “Para mí la música es algo efímero, inasible: la música es puro instante, es puro presente, lo que tocás una vez se acabó, y la próxima vez que toques será diferente. Y eso me enseñó mucho sobre esta pandemia en la que lo único que tenemos es el presente. Con la música pasa lo mismo, aprendés a estar en ese presente y disfrutarlo”.

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“El encierro trajo aparejada la vivencia de un tipo de temporalidad particular, distinta de la regulada por el reloj. Se ralentizaron los ritmos y se desorganizaron las rutinas. Llegamos a confundir el día de la semana en el que estábamos, o hasta incluso el mes. Tuvieron lugar vivencias más ligada a la introspección y no tanto a la productividad, o por lo menos a la productividad material, que también se vio notoriamente alterada”, afirmó la licenciada en psicología María Fernanda Rivas, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) y autora del libro La familia y la ley: Conflictos-transformaciones. “Hubo más tiempo para pensar: curiosamente, en la era de la inmediatez y en la vorágine de la vida cotidiana, el pensamiento estaba en vías de extinción”.

En la vereda contraria de los que se quedaron sin trabajo, están los que decidieron renunciar. En los Estados Unidos, fue tal el caudal de empleados que renunciaron a su trabajo, que se acuñó el término “la gran renuncia” (“The great resignation” o “The big quit”). Casi cuatro millones de trabajadores, equivalentes al 2,7% de toda la fuerza laboral, dejaron sus puestos en abril, según la oficina de estadísticas del país. Suele atribuirse este acontecimiento a una reflexión social sobre los objetivos a largo plazo, las condiciones de trabajo y la oportunidad de tomar decisiones que habían sido postergadas.

Juan Eduardo Tesone, psiquiatra de la Universidad de París, perteneciente a la APA, comentó en relación con este fenómeno: “Es difícil generalizar, pero me parece que con la pandemia mucha gente tomó conciencia de su finitud. Tuvo como efecto que a todas las edades se tomó conciencia de la posibilidad de la muerte y esto detonó tomar decisiones que se habían estado postergando o procrastinando”. El autor del libro En las huellas del nombre propio, dijo a LA NACIÓN que, según su experiencia profesional, había notado un cambio de actitud relacionado a tomar decisiones sobre la base de los deseos más profundos de uno mismo.

El fenómeno no se sintió con tanta fuerza en la Argentina, sin embargo, la pandemia cambió el mundo laboral, especialmente el mundo corporativo. Los empleados tienen nuevas expectativas y demandas: más home office y flexibilidad, beneficios y mejores condiciones laborales.

Tomás Thibaud hizo un cambio rotundo de trabajo, dejó la vida corporativa y se dedicó a la fotografía natural
Santiago Filipuzzi


Tomás Thibaud hizo un cambio rotundo de trabajo, dejó la vida corporativa y se dedicó a la fotografía natural (Santiago Filipuzzi/)

Exitoso en el mundo corporativo, trabajando como director de una importante compañía multinacional con apenas 30 años, Tomás Thibaud empezó a preguntarse si le gustaba el rumbo que había tomado su vida. El proceso culminó durante la cuarentena, cuando cayó en la cuenta de que era momento de hacer un cambio. “Creo en realidad que habría cambiado mi esencia, si no me hubiera animado a arriesgar y a vivir de una manera diferente. Venía en piloto automático y un día desperté para seguir siendo yo”, escribió Thibaud en un posteo en las redes sociales, celebratorio a un año de su cambio de vida. Su nuevo proyecto consiste en coordinar tours de personas a diferentes puntos del país para fotografiar naturaleza. Tiene que ver sobre todo con conectar con la naturaleza a través de la fotografía, como un medio para canalizar el estrés y la ansiedad, como una forma de terapia. “Fue aprovechar que la sociedad está cambiando, para cambiar yo también, sumarme a esa ola del cambio”, dijo Thibaud en entrevista con LA NACIÓN.

“Hay muchas cosas que están cambiando a raíz de la pandemia, los pronósticos sobre lo que acontecerá a nivel mundial, ecológico y económico no son muy felices, pero siempre luego de un evento de esta magnitud -como lo fueron las guerras mundiales o la Guerra Fría- hay cambios a nivel sociedad y a nivel individuo”, explicó el sociólogo Miguel Ángel Forte, titular de la materia Sociología General de la carrera de Sociología de la Universidad de Buenos Aires (UBA). “Se ha transformado nuestra subjetividad, por ejemplo hay muchas reflexiones sobre nuestros vínculos y aunque las instituciones (matrimonio, familia, etc.) se mantengan, están cambiando y están siendo objeto de reflexiones”, comentó.

Cuando se decretó el aislamiento social preventivo y obligatorio, Josefina Moreira tenía un trabajo corporativo en el área de marketing. Durante la cuarentena, se replanteó qué era a lo que realmente se quería dedicar y se dio cuenta de que el marketing no le gustaba: “Estaba encerrada, sentada frente a la computadora todo el día haciendo un trabajo que no disfrutaba. Me costó dejarlo, pero decidí que quería renunciar para enfocar mi carrera en algo que me apasionara. Fue así como me inscribí en una maestría que me ayudó a orientarme”.

Saber dar marcha atrás

Para otros la pausa sirvió para dar marcha atrás con decisiones que habían tomado, repensar el riesgo. Azul, abogada de 25 años, tenía todo listo para mudarse a París, pero desistió a pocos meses de empezar la pandemia: “No sabía cuándo iba a poder volver, si iba a poder volver. No quería viajar para estar encerrada en una ciudad en la que no conocía a nadie y no pudiera salir a recorrer”. Algo parecido le pasó a Tobías, de 29, que trabajaba en una fábrica pero tuvo la oportunidad de ir a probar suerte junto con su amiga, Soledad Casasnovas, a Dinamarca. Pocas semanas después de aterrizar en la ciudad, las visas de trabajo fueron canceladas por el gobierno y se hablaba de cerrar fronteras. “Tenía miedo de quedarme varado allá, sin plata, sin trabajo y sin sistema de soporte. En Buenos Aires sabía que mi familia me iba ayudar, que iba a estar contenido. Y menos mal que volví, porque dos años después pienso en lo que hubiera sido pasar la pandemia solo en un país donde no hablaba el idioma (apenas hablo inglés), ni tenía trabajo y me parece una locura”, relata Tobías.

Su compañera de viaje, Soledad, decidió quedarse y enfrentar las vicisitudes de deambular por Europa en plena pandemia. Sin visa de residencia ni trabajo y con pocos ahorros, recurrió a voluntariados no rentados en granjas, que le ofrecían alojamiento y comida a cambio de su trabajo, lo que le permitió transitar las cuarentenas casi sin estar encerrada, en contacto permanente con la naturaleza. “Aprendí a respetar más la naturaleza, y que es posible vivir de una forma más sustentable de la que hacemos en la Argentina. Pero sobre todo me di cuenta de que es posible convivir con las incertidumbres, entendí lo que es valerme por mí misma y el poder de la perseverancia”, cuenta la expatriada desde Italia, lugar donde se instaló después de casi un año y medio, luego de haber movido cielo y tierra en búsqueda de los papeles de sus antepasados para lograr una ciudadanía. Cuando reflexiona sobre su travesía, Soledad resalta que lo que más aprendió fue a vivir en comunidad: “Estuve un año entero de voluntariado en voluntariado, donde vivís con tus empleadores y con muchas otras personas, por lo que aprendí a vivir en comunidad, a compartir una casa con varias personas de varias nacionalidades. A tener que respetar sus costumbres y sus formas de vida, que eran muy diferentes a las mías”.