Una mujer adoptó a tres posibles responsables de la muerte de sus hijos

Por: Carolina Lancheros Ruíz

Dolores Londoño pide casi como una súplica que la llamen Lolita. Los dolores han sido tantos en su vida que ya no quiere identificarse con la carga que lleva su nombre.

Tuvo siete hijos con un hombre del que un día no supo más. Se fue. A punta de máquina de coser ella los crió a todos, tres hombres y cuatro mujeres. Hacía vestidos y ropa para bebé y vendía por las calles de Medellín en una época en la que grupos armados dejaban panfletos bajo las puertas: “No respondemos por el que esté fuera de la casa después de las 8 p.m.”, recuerda.

Entre esas amenazas, el narcotráfico rampante de aquel entonces y la pena moral, Lolita perdió a 7 familiares en tres años. Entre 1987 y 1990 se despidió –y a veces ni pudo- de un hermano, sus padres, dos hijos y dos sobrinos. Unos asesinados, otros desaparecidos y otros, como sus padres, muertos de puro dolor de alma.

Ella los enumera uno tras otro de corrido, como si la historia ya no fuera suya. Y luego agrega uno más: en el año 2000 mataron al último de sus hijos varones. Parecía no haber futuro ante sus ojos, así que mientras recorría las calles de la capital de Antioquia (Colombia) vendiendo sus productos pensaba en comprar veneno, ponérselo a una sopa, darles a sus hijas y dejarse ir…

Foto: Asociación Caminos de Esperanza Madres de la Candelaria.
Foto: Asociación Caminos de Esperanza Madres de la Candelaria.

Fue una antigua vecina quien la hizo descartar esa idea desesperada. A ella también le habían asesinado a dos hijos y a un nieto en ese caos. “Los habíamos criado a todos junticos. Teníamos la ilusión de verlos grandes, éramos felices”, recuerda de la época en la que compartía con esa mujer que la invitó a unirse a las Madres de la Candelaria, un colectivo de familiares de desaparecidos que ya completa 17 años de resistencia civil reclamando a los suyos.

Aún sin muchas ganas, Lolita empezó a hacer parte del grupo y fue descubriendo que su dolor –si bien lacerante y perpetuo- no era único. De acuerdo con el Registro Único de Víctimas que tiene el gobierno colombiano, entre 1987 y 2000 la cantidad de homicidios en Medellín pasó de 922 a 4.770; y la desaparición forzada subió de 60 a 373 personas. Esa a la que llaman ‘La ciudad de la eterna primavera’ era, en realidad, una ciudad en duelo

Foto: Asociación Caminos de Esperanza Madres de la Candelaria.
Foto: Asociación Caminos de Esperanza Madres de la Candelaria.

En 2005, con la aprobación de la Ley de Justicia y Paz, que daba forma a la desmovilización masiva de grupos paramilitares –de derecha– Colombia empezó a conocer algunas verdades y, estas mujeres a esperar que entre las confesiones de los excombatientes se escucharan los nombres de sus hijos para dar con sus paraderos, para saber qué pasó con ellos.

Buscando respuestas resultaron las Madres de la Candelaria visitando las cárceles a donde habían ido a parar esos hombres (paramilitares –de derecha–) y algunos guerrilleros –de izquierda–. Iban a jornadas de reconciliación y perdón promovidas por las prisiones o por organizaciones sociales, pero lo que ellas pretendían estaba lejos de ese par de palabras. “A nosotras no nos interesaba reconciliarnos con ellos ni estábamos dispuestas a perdonar.

No confiábamos. Los odiábamos. Imaginábamos que este o aquel habían matado a mi hijo o al de mi compañera”. Pero hicieron de las visitas algo recurrente y a fuerza de verse y escucharse pasaron en meses de los juicios a la confianza y de la confianza al cariño. Así, como el mago que saca un conejo del sombrero, ellas sacaron amor. Amor.

Esas madres de corazones heridos encontraron que aquellos a quienes consideraban salvajes eran personas con historias tan duras como las suyas y fueron, de a pocos, comprendiendo eso que ahora es un lema para Lolita: “en Colombia no hay víctimas ni verdugos; todos somos sobrevivientes”.

El último día de las visitas, Lolita decidió –casi sin pensar– que adoptaría a tres de estos hombres como una manera de recuperar a los tres hijos que perdió. Han pasado 30 años desde la primera muerte violenta en su familia y aunque los casos permanecen sin resolver y la verdad sin dejarse pescar, desde entonces la justicia colombiana ha señalado como responsables de las muertes y desapariciones a grupos de derecha y de izquierda.

Entonces, sin importar si eran de un grupo o de otro, Lolita adoptó a Julio César para recordar a Henry, su primer hijo asesinado; a Jimmy, para honrar a Rodrigo –desaparecido- y a Óscar para recordarle al último de sus hijos asesinados, Óscar también.

Al Óscar adoptado que vive le tocó crecer sin mamá. Cuando apenas tenía cuatro años vio como ella y su papá murieron a manos de guerrilleros. Fue esto lo que lo motivó a convertirse en paramilitar. Así que la presencia de Lolita en su vida le viene bien. Él tiene tres hijos que encuentran en esa señora que dice de sí misma estar viviendo horas extra como abuela.

Óscar además tiene en ella una incansable compañera de trabajo con quien visita colegios y auditorios para contarle a todo aquel que quiera escuchar que el perdón en Colombia es posible.

Foto: Asociación Caminos de Esperanza Madres de la Candelaria.
Foto: Asociación Caminos de Esperanza Madres de la Candelaria.

Lolita, sin embargo, aún siente nostalgia. Para ella diciembre todavía es un mes triste porque en épocas familiares extraña la dicha de tener a sus hijos de verdad. Ahora para Navidad ella ora por la paz y le pide a ese Dios en el que cree tanto que le deje saber qué pasó con sus hijos y le de la libertad al último de los adoptados que aún permanece en prisión. Luego prende el televisor y duerme mientras la gente en Medellín festeja.