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Una aventura en Buenos Aires... en ascensor

Los ascensores del Palacio de Barolo fueron minuciosamente diseñados por el arquitecto italiano Mario Palanti (Foto: Leandro Estupiñán)
Los ascensores del Palacio de Barolo fueron minuciosamente diseñados por el arquitecto italiano Mario Palanti (Foto: Leandro Estupiñán)

En Argentina cerca de diez millones de personas se valen de los ascensores para llegar a alguna parte. Este aparato cuya idea original se remonta a Arquímedes es el segundo medio de transporte aquí, tomando la cantidad de pasajeros que deben usarlo y el número de recorridos que protagoniza: más de 48 millones de viajes diarios. Uno de quienes anda ahora en estas cajas de acero inoxidable recubiertas, acaso, de madera, plástico y cristal soy yo.

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Estoy en Buenos Aires, donde a los edificios les dio por crecer sin clemencia desde el siglo xix, pero vengo de un sitio donde abundan las construcciones chatas y los ascensores son casi una excepción.

Por falta de costumbre, al tener que meterme por necesidad en estos cubículos, transito por estadios emocionales contradictorios: del entusiasmo he pasado al aburrimiento, de la felicidad a la desesperación.

Ascensor del antiguo Correo Central de Buenos Aires, hoy Centro Cultural Kirchner (Foto: Leandro Estupiñán)
Ascensor del antiguo Correo Central de Buenos Aires, hoy Centro Cultural Kirchner (Foto: Leandro Estupiñán)

A veces viajo apiñado entre seis u ocho, nueve o diez, si acaso fuera el rango de capacidad límite que tuviera marcado en alguna parte. Puede indicarlo una pizarra de leds, subrayada por la voz severa de algún porteño siempre dispuesto a recordar que no, que no entra nadie más. Por suerte no faltan los permisivos, y con su típico dejo que sabe a tango: “Subí, ¡por uno más qué importa si somos todos flacos!”. Una leve mueca de agradecimiento y ahí estoy subiendo con el rostro marcado por la inquietud.

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Pienso en lo que ocurriría si este cartucho se viniera abajo por algún desperfecto en su estructura. Lo pensé subiendo al último piso del Palacio de Barolo, con la vista fija en las cuerdas que vibraban por entre los arabescos eclécticos diseñados minuciosamente por su arquitecto italiano. Solo escuchaba el quejido de los cables y el resuello de alguien junto a mi oreja. Las puertas de tijeras serían nuestra perdición, probablemente quedáramos hecho trizas entre resortes y tensores después del desplome.

A principios de agosto se cayó uno en el que iba el ministro de producción de la nación, ¿por qué no se caería en el que viajo yo? ¿Recibe mantenimiento como es debido este aparato?, me pregunto cada día al pulsar el botón “Planta baja”.

Interior de un ascensor en la zona de Balvanera (Foto: Leandro Estupiñán)
Interior de un ascensor en la zona de Balvanera (Foto: Leandro Estupiñán)

He leído que según la Federación de Asociaciones y Cámaras de Ascensores de la República Argentina el 50 por ciento de los accidentes ocurren por anomalías en el mantenimiento, que los gobiernos locales exigen un registro actualizado pero que solo en Buenos Aires a fines de 2017 contaba con unos 24 mil elevadores no declarados.

Supongo que entre estos artefactos invisibles a la ley no se hallen los más modernos, esos que suelen identificarse como “ascensores inteligentes”, ¡que para algo incluso son más educados que muchas personas de aquí o allá! Te reciben con los buenos días y hasta preguntan a qué piso te quieres trasladar, pero cuando uno está dentro tiene la impresión de que ha sido devorado por un agujero de quietud, una capsula de tiempo de la cual inevitablemente saldrá transformado.

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La gente en Buenos Aires suele sufrir cambios en cualquier lugar, un café, una cola, de vuelta a casa con su perrito. A veces padecen transformaciones considerables cruzando una intersección o bajándose de un colectivo. El ascensor es al parecer otro espacio hecho para variar el ánimo de la gente, se puede entrar siendo joven y salir casi a punto de cumplir los cien; tal vez sea cosa de nervios, si acaso se demorara en el trayecto o emite un sonido no acostumbrado, tal vez sea la consecuencia de otro día incomprensible.

Dentro de un ascensor cualquiera en Buenos Aires coinciden mundos diferentes. ¿Con quién te gustaría quedarte encerrado en un ascensor? (Foto: Leandro Estupiñán)
Dentro de un ascensor cualquiera en Buenos Aires coinciden mundos diferentes. ¿Con quién te gustaría quedarte encerrado en un ascensor? (Foto: Leandro Estupiñán)

Vengo de un país donde la gente no viaja demasiado en ascensores, lo he dicho, aunque a veces la vida pareciera un perpetuo ascensor allá donde vivo en la memoria. No medimos desplazamientos, sino caídas y subidas; los ómnibus no van o vienen, sino que suben o bajan. Y uno mismo, cuando recibe la orientación de llegar a este o aquel lugar, habrá entendido también que debe subir o bajar por cuadras infinitas.

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Más de una vez he leído esta pregunta: “¿Con quién te gustaría quedar encerrado en un ascensor?”. Supongo que el origen de la interrogante se deba a algún impulso secreto sustentado en ciertas fantasías, porque la respuesta conlleva siempre a una asociación lasciva. La gente responde nombrando una o dos bellezas retenidas en el cerebro, casi siempre estrellas cinematográficas, tal vez cantantes. “Con Richard Gere”, dice aquella; “Hitler estaría bien”, añade el otro, “Shakira”. La verdad, poco podrían hacer sus elegidos si se quedara atorados.

Los ascensores de la Biblioteca Nacional de la República Argentina cuentan en sus paredes con una guía de obras literarias y autores (Foto: Leandro Estupiñán)
Los ascensores de la Biblioteca Nacional de la República Argentina cuentan en sus paredes con una guía de obras literarias y autores (Foto: Leandro Estupiñán)

De hacerme la pregunta tendría que ser sincero: en un elevador no me gustaría quedarme atorado con nadie; ni siquiera siendo Scarlett Johansson especialista tipo A en ascensores de todas las categorías. Si me ocurre, tal vez no atine ni siquiera a levantar el ánimo para mantener una simple conversación.

Trabarse en un espacio minúsculo es una experiencia desesperante. Abunda el calor, apenas algo se puede ver, todo lo domina esos olores que impregnan los usuarios. Y Argentina es muy grande, por lo tanto excesivamente olorosa. Solo en su área metropolitana los ascensores cuentan con unos 6 millones de viajeros potenciales, 6 millones de hedores diversos para para unos 200 mil equipos instalados, según los informes.

Un escritor de apellido Chejfec, Sergio Chejfec ha escrito un libro titulado Teoría del ascensor. Sueña él que los ascensores no solo se trasladan de un piso al otro sino que viajan de un edificio al siguiente estableciendo interacciones poligonales, sacándonos, quizá, el alma en súbitos desplazamientos. Es también el riesgo que se corre dentro de un ascensor, por muy literario que parezca.