Un triste signo de los nuevos tiempos: vivir y morir en soledad
La antigua aspiración de morir rodeado de hijos y nietos es una rareza en el siglo XXI. Ahora la norma es que cada vez más personas vivan y mueran en soledad.
El Kodokushi japonés
Los núcleos familiares no sólo son más pequeños sino que también los vínculos personales son cada vez más débiles. Aislados por las distancias geográficas y la tecnología, las personas envejecen solas, aisladas, carentes de cualquier forma de intimidad.
Los primeros en dar un nombre al fenómeno de morir solo (Kodokushi) fueron los japoneses luego de que el cadáver de Ai Iijima, una popular presentadora de televisión, fue encontrado el 24 de diciembre de 2008 en el piso 21 de un edificio residencial de Tokio. La artista de 36 años murió de neumonía sin nadie a su lado pese a que 1,7 millones de japoneses habían comprado su novela autobiográfica Sexo Platónico.
En los últimos 11 años los casos de kodokushi han aumentado de tal manera existen unas 4000 empresas especializadas en recoger los bienes de los que no tienen dolientes. Los servicios de las Tokushu soji se dedican a cubrir un mercado en expansión de al menos 3 kodokushi por hora, lo que significa que al año en Japón al menos 26.200 personas mueren en soledad.
Las muertes solitarias no son exclusivas de los ancianos. También es frecuente el aislamiento social entre los desempleados o los que viven de la ayuda gubernamental, dos situaciones que la sociedad japonesa considera una deshonra.
Los que se dedican entrar en los hogares vacíos de los difuntos relatan que en muchas ocasiones encuentran la comida servida a medio terminar, como una muestra inequívoca de un comensal solitario que lo alcanzó la muerte en la última cena.
Los pisos repletos de ropa, objetos personales, álbumes de fotos de tiempos pasados son recogidos por equipos de limpieza y luego tirados al camión de la basura, borrando cualquier indicio de su existencia.
La soledad española
Los españoles son gregarios, de eso no cabe duda. El bullicio de las plazas y los bares es el denominador común en casi todos los pueblos de España.
Sin embargo, la soledad crece como la hiedra en las comunidades ibéricas y los motivos sobran. Cada vez nacen menos niños, los jóvenes migran de sus aldeas para buscar trabajo en la ciudad y las pensiones precarias impide a los adultos mayores reubicarse cerca de sus hijos o contratar ayuda.
Morir en soledad, la lacra que aumenta en España https://t.co/HCDohxZ8OK
— Forum Libertas (@forumlibertas) May 15, 2019
La Televisora Antena 3 informó que en marzo de 2019, la policía encontró en una misma semana tres cadáveres de personas que murieron solas en Valladolíd, Comunidad Autónoma de Castilla y León. Dos mujeres, una de 78 y otra de 88, y un hombre de 57, fueron encontrados varios días después de su deceso.
Tristemente, no son casos aislados. Al menos dos millones españoles mayores de 65 años viven solos. A eso hay que añadir que también viven aislados porque no usan redes sociales ni hablan con sus familiares con frecuencia.
El Instituto Nacional de Estadísticas (INE) informó que tan sólo en la Comunidad de Madrid hay unas 270 mil personas mayores de 65 años que viven solas . Un dato interesante que más de las tres cuartas partes (el 77 por ciento) son mujeres.
En España la llaman la soledad no deseada, porque las personas no la buscan ni la desean. La ciudad de Madrid ha iniciado planes para combatir la situación.
La desintegración americana
La soledad en Estados Unidos es implacable. Alcanza a los mayores, a los jóvenes, a los pobres y a los ricos por igual.
Michael Jackson, Prince y Whitney Houston son sólo tres de una larga lista de celebridades que murieron solos después de reinar durante semanas la lista de las canciones más vendidas. Los tres marcaron hitos en la historia de la música estadounidense, tenían legiones de seguidores de culto y murieron sin la compañía de un ser amado.
Aunque la situación se recrudeció en el siglo XXI con la penetración de la tecnología y la depresión económica, morir en soledad es un asunto de larga data.
Hace unos 20 años vivía a pocas cuadras del mar en Miami Beach, estado de Florida. Al entrar al edificio, en la avenida Collins, saludaba a una pareja de abuelos que leían y dormitaban en los sofás del salón de entrada. Él era alto, blanco y con el cabello teñido de un marrón oscuro. Ella era pequeña, rellena y con el cabello rojizo. No sabía nada de ellos, sólo que vivían en el primer piso y que hablaban con un pronunciado acento cubano.
Un día no los volví a ver. Pensé que quizás se habían mudado a otro lugar o que podían estar de vacaciones visitando a los hijos que imaginé podrían vivir en otra ciudad de Estados Unidos. Nunca pensé en tocar a su puerta para preguntar si se encontraban bien.
La incógnita persistió hasta que los vecinos de la primera planta notaron un olor nauseabundo en el pasillo. La policía encontró al matrimonio muerto en su habitación. En el levantamiento de los cuerpos, los forenses determinaron que ella murió primero y que él falleció a su lado varios días después.
Desde entonces, la soledad se ha convertido en un problema de salud pública.
Un estudio publicado en 2017 en Proceedings of the National Academy of Sciences, por las sociólogas Ashton Verdery y Rachel Margolis, advirtió que cada vez más personas envejecen sin esposos ni hijos que los cuiden, en parte porque cada vez se casan menos parejas y un porcentaje cada vez mayor de los que formalizan una relación terminan.
"El incremento constante de adultos mayores sin familiares es una tendencia demográfica potencialmente crítica para la sociedad" concluyó el estudio que señala que esas personas son más propensas a vivir aisladas, tener más problemas de salud y ser más pobres.