Un mundo de vacas lecheras masivas, genéticamente modificadas y ordeñadas hasta la última gota

Hay un acertijo matemático en el ámbito de la producción lechera estadounidense: actualmente existen unas 2 millones de vacas menos que en 1980 en los establos de leche del país, hay menos granjas dedicadas a ello y, sin embargo, la cantidad de leche producida actualmente permanece estable en comparación con la de hace décadas.

¿Cómo ha podido esa industria resolver esa cuestión, considerando que Estados Unidos es actualmente el mayor productor mundial de leche? Como lo relata el periódico The Washington Post, todo ha sido siempre cargado a espaldas de las vacas, solo que las vacas de hoy no son necesariamente las mismas que sus abuelas del siglo pasado.

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Una vaca de raza Holstein, criada por su alta producción de leche. (Wikimedia Commons)

A lo largo de los años, la industria lechera ha conseguido que sus vacas incrementen la cantidad de leche que cada una produce, y lo han hecho de modo sustantivo, duplicando las cifras entre la década de 1980 y el presente.

Para lograrlo han recurrido a diversas técnicas, entre ellas mejora de la alimentación, del ambiente en el que viven los animales, de los tiempos y las técnicas de extracción de leche y, desde luego, a criar variedades de vacas que produzcan más leche y tengan características físicas más propicias para ello.

Esa crianza ha sucedido, podría afirmarse, desde los comienzos de la ganadería y ha creado razas que producen más leche, como la variedad Holstein. Pero en las últimas décadas, de acuerdo al Post, esa tendencia se ha acelerado y con tremenda intensidad.

El portal Modern Farmer explica esa circunstancia con contundencia: además del impacto de antibióticos, hormonas y alimentos modificados, en la actualidad la ingeniería genética que se ha practicado en las vacas ha sido tan extensa, para seleccionar los genes que provocan características propicias para producir mayores cantidades de leche, que los ejemplares actuales son distintos genéticamente en un 22% a sus antecesores de hace décadas.

Miles y miles de becerros nacen cada año, vía inseminación artificial y fertilización in vitro, con las cualidades deseadas, y la selección continúa siempre en búsqueda de la mejor variedad.

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La clásica ordeñada a mano de vacas criadas en granjas tradicionales persiste, pero es algo marginal en la gran industria lechera tecnificada. (AP)

Así, las vacas son hoy, en los establos de las grandes industrias de producción de leche, muy diferentes: tienen piernas de una forma particular, sus ubres son más altas, tienen un índice de fertilidad mayor y, sobre todo, producen más leche, mucha más leche. Hasta la última gota.

Y si a esto se suma que se ha registrado en Estados Unidos una transformación en la industria de producción de leche, en el que el 86% del blanco líquido es producido en el 26% de las granjas, que tienen 100 o más vacas, mientras que el resto, el 74% de los establos, aquellos con menos de 100 vacas, producen una proporción muy pequeña de la leche en el mercado.

En esto tiene que ver el bajo precio de la leche para los consumidores, que impulsa a que la producción se haga a enorme escala industrial, con animales que cada vez producen más en establos enormes y cada vez más tecnificados. Solo a esas escalas y con esas eficiencias la leche resulta rentable a escala comercial.

Pero se ha criticado que toda esa transformación, que ciertamente ha generado una enorme profusión de leche y otros lácteos disponibles en los supermercados, no ha sido muy benevolente con las vacas, pues al parecer las razas “naturales” viven más que las “alteradas”, y estas últimas son desechadas más rápidamente, y van a dar al matadero para convertirse en productos cárnicos tras solo unos cuantos años de trabajo lechero. Todo eso ha causado inquietud por sus impactos y es motivo de críticas por parte de los defensores del bienestar de los animales.

Y hay quien defiende también el proceso de selección genética, al considerar que para sobrevivir los granjeros dedicados a la producción lechera necesitan vacas sanas y capaces, para producir leche de alta calidad. La ingeniería genética les permite, como señalan testimonios recogidos en el Post, opciones para encontrar y elegir la variedad más apropiada para sus necesidades, y eventualmente para los de las vacas.

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Gigi, la vaca con el récord de producción de leche, es producto de tecnologías aplicadas a la ganadería. (Facebook/Bur-Wall Registered Holsteins)

Todo ha llegado a casos como la vaca Gigi, que de acuerdo a la radio pública NPR produjo en un año la cifra récord de 75,000 libras (8,700 galones) de leche, el triple que el promedio. Ella misma es enorme y pesa cerca de una tonelada.

Un granjero deseoso de retar el récord de Gigi puede recurrir a los catálogos de las compañías dedicadas a la genética y reproducción de vacas, las que venden embriones y semen e indican en sus catálogos las características físicas a esperar en las diferentes variedades, y con suerte y dedicación quizá logre criar un coloso lechero como Gigi.

Todo esto provoca que la producción de leche se mantenga en niveles muy considerables, para generar a sus productores las mayores ganancias posibles y dar al consumidor alimentos lácteos asequibles. Pero la gran pregunta es si la leche producida hoy, con todo ese entramado científico-industrial, es mejor, más sana, más sabrosa y nutritiva que la que se ordeñaba hace décadas.

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Vacas pastan en prados al aire libre en Minnesota, y producen leche comercializada con la etiqueta “orgánica”. (AP)

El asunto es polémico y, desde luego, tiene aristas punzantes. En general los productores de leche defienden la calidad de sus alimentos pero, solo para plantear los argumentos de los promotores de la leche “orgánica”, cabe citar lo que Vani Hari, conocida como ‘Food Babe’, plantea en su portal de promoción de una alimentación natural: consumir leche orgánica (aquella producida sin uso de hormonas o antibióticos, cuyas vacas se alimentan de pastura natural y no de alimentos modificados o expuestos a pesticidas) es no solo mejor para el ser humano sino también para las vacas, pues las que viven en granjas “orgánicas” serían más sanas que las de granjas industriales típicas.

Y se afirma que la calidad nutricional de la leche orgánica es mejor y está libre de elementos externos que pueden hallarse en la leche de animales que no se alimentan solo de pasturas.

Y el Post añade que no toda la industria, en realidad, recurre a vacas genéticamente modificadas y a toda la parafernalia tecnológica para producir leche, pues hasta un tercio de los productores del país prefieren usar vacas más pequeñas, que viven más, y buscan alimentarlas de pastos todo lo posible.

Queda ciertamente a elección del consumidor. Y, bueno, hay quien considera que beber leche de vaca no es adecuado para el ser humano (muchas personas padecen intolerancia a la lactosa) y que existen también multitud de otras opciones para beber: leche de soya, de almendras, de coco, jugos de frutas, agua, sodas, cerveza y demás.

Cada una con sus peculiaridades y polémicas.

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