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El trumpismo visto desde la República de Weimar

  <span class="attribution"><a class="link " href="https://www.shutterstock.com/es/image-photo/phoenix-arizona-june-23-2020-back-1844070034" rel="nofollow noopener" target="_blank" data-ylk="slk:Shutterstock / Nuno21;elm:context_link;itc:0;sec:content-canvas">Shutterstock / Nuno21</a></span>

La historia se repite. La tragedia deviene farsa. El populismo ultranacionalista de Trump tiene precedentes. Resulta instructivo repasar sin ir más lejos lo sucedido hace un siglo en Europa. Elijamos por ejemplo el fatídico destino de la República de Weimar. Una suerte que habría de cambiar durante varias generaciones la faz del mundo y los equilibrios geoestratégicos, convocando alianzas y actores políticos insospechados.

Los corolarios del malestar social

El malestar social se generaliza y alcanza unas cotas difícilmente soportables. El mercado laboral es volátil, dada su estremecedora precariedad, y la marginación del acceso a los bienes culturales, a la educación y a la sanidad genera un descontento que necesita drenaje.

Los ciudadanos aguardan entonces a un redentor que, cual salvífico mesías, acabe con ese (des)orden de cosas. En ese contexto son legión los que resultan fácilmente manipulables, y están bien dispuestos a seguir las consignas de su líder como si fueran mandatos divinos. Acatando su caudillaje asumirán cuanto pueda decirles, aunque no sea veraz e incluso resulte contradictorio. Repiten sus consignas como muñecos en manos de un ventrílocuo y actúan a ciegas como los títeres en un teatro de marionetas. Todo esto lo estudia muy bien Ernst Cassirer en su obra póstuma El mito del Estado.

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El filósofo y sociólogo Ernst Cassirer. Wikimedia Commons

La República de Weimar

Los nacionalistas conservadores alemanes no se tomaron en serio al antiguo cabo de la Gran Guerra. Después de todo, tenían como Presidente al venerado mariscal Hindenburg, a quien la constitución de Weimar podía conferirle amplios poderes que garantizaban preservar el orden republicano.

Max Weber propuso que al presidente lo eligiera todo el pueblo y no el parlamento. Ese plebiscito identificaría un líder cesarista y carismático, situado por encima de las luchas partidistas. Un Bismarck electo por la ciudadanía y no designado por ningún monarca. En su mente rondaba el nombre de Hindenburg, aunque quizá le tentara en secreto encarnar ese papel.

El temor al ideario socialista y al movimiento comunista hizo que los politicastros más rancios prefirieran aliarse con Hitler, al pensar que podrían controlarlo. Pero como es bien sabido, tras devenir Canciller por una serie de carambolas, Hitler acabaría haciéndose también simultáneamente con la Presidencia y monopolizando todo el poder. Se trataba de que Alemania volviese a ser grande y a ser posible hegemónica. Quienes no comulgaran con su ideología eran sencillamente seres despreciables.

Misma música con diferente letra

Aunque la letra sea diferente, oímos ahora una música muy similar. Cualquier político norteamericano que pretenda tener la más mínima sensibilidad social pasa por ser un peligroso estalinista bolivariano. Los mexicanos tienen que construir gustosamente un muro para no cruzar las fronteras hacia la tierra prometida. Las mujeres tienen un papel social muy secundario. Hay que ser un ganador para no entrar en el despreciable bando de los perdedores. El célebre sueño americano se ha convertido en una pesadilla.

Lo perverso es que algunos inmigrantes y muchos desheredados de la fortuna consideren su paladín a un personaje como Trump. Un magnate que, lejos de hacerse a sí mismo, heredó un patrimonio que ha esquilmado varias veces y en lugar de cumplir con sus deberes fiscales ha perpetrado mil fechorías financieras.

El destino del aprendiz de brujo

Hace cien años Alemania era un país humillado por el Tratado de Versalles, con una inflación galopante y unos niveles de paro tenebrosos. De repente aparece alguien que promete remediarlo todo.

Como señala Cassirer, el anhelo de caudillaje aparece cuando un deseo colectivo alcanza una intensidad abrumadora y se desvanece la esperanza de cumplir ese deseo por una vía ordinaria. Se suscribe una especie de magia social y se inviste a la encarnación del caudillaje con los ropajes propio de un adivino.

En plena Ilustración, un autor tan apreciado por Cassirer como es Kant había dicho algo muy similar en El conflicto de las facultades:

Da la impresión de que la gente anhele encontrar una suerte de adivino o hechicero familiarizado con las cosas sobrenaturales. Si alguien es lo bastante osado como para hacerse pasar por taumaturgo, no deja de conquistar al pueblo y le hace abandonar con desprecio el bando de la filosofía, la cual debe oponerse públicamente a tales taumaturgos para desmentir esa fuerza mágica que el público les atribuye de un modo supersticioso y rebatir las observancias ligadas a ella; como si el encomendarse pasivamente a tan ingeniosos guías dispensara de toda iniciativa propia, al procurar la enorme tranquilidad de alcanzar con ello los fines propuestos.

Con todo, el artífice de la propaganda demagógica queda también atrapado en su propio sortilegio, tal como le sucede a todo aprendiz de brujo. Dice Cassirer:

Hitler desarrolló en Mi lucha toda una teoría de la mentira política, de su uso y de su inevitabilidad. Pero la mentira es un arma peligrosa que fácilmente se vuelve contra su inventor para atormentarle. Todos los grandes mentirosos políticos acaban siendo embusteros engañados. Una vez que se desata el poder de la mentira, somos incapaces durante mucho tiempo de revocar o restringir ese poder. Como el aprendiz de brujo de Goethe, no podemos deshacernos de los espíritus que nosotros mismos hemos invocado.

Sin pasado no hay futuro

La memoria histórica nos hace estar más atentos a identificar las anomalías ya conocidas. Cassirer atribuye a los ilustrados un interés pragmático en el estudio de la historia. Su estudio puede servir como brújula para conducirnos hacia un futuro en que la sociedad humana sea mejor. Pues como gustaba de recordar a Javier Muguerza, siempre nos cabe soñar con un futuro mejor del que nos ha tocado vivir.

En su Idea de la constitución republicana, Cassirer subraya que la República de Weimar tenía una constitución cuyas ideas radicaban en los pensadores alemanes más egregios, tales como Leibniz y Kant. Ahora conviene recordar los legados que la democracia norteamericana, tan alabada por Alexis de Tocqueville, han proporcionado al paisaje político de la modernidad.

Pero hacer inventario de sus logros no significa olvidar sus grandes crisis, que le acompañan desde sus inicios y han cobrado cuerpo en el trumpismo. La radical polarización política del momento tiene muchos afluentes y no cesará hasta que se aneguen las fuentes que generan tanta tensión. Resulta obvio que lo dicho vale igualmente para todos los escenarios políticos donde se viven experiencias homologables con una u otra intensidad.

La buena noticia es que un sector mayoritario de los votantes norteamericanos han decidido despedir a Trump: You are fired, Mr. President!

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