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Trump se “niega a gobernar” al no querer negociar más con los demócratas que lo investigan

Donald Trump se encuentra, al parecer, hondamente afectado por el creciente empuje de las indagaciones y citaciones que la Cámara de Representantes ha hecho para obtener información sobre sus operaciones financieras y para que comparezcan personas de su entorno cercano. Tanto que ha optado simplemente por “dejar de gobernar” en asuntos cruciales, bajo el argumento de que no puede trabajar con los demócratas porque ellos han desatado una embestida política en su contra para frenar su reelección.

Es cierto que en Washington todo tiene un matiz político y que las elecciones de 2020 proyectan ya una poderosa sombra. Pero aunque a Trump le moleste o inquiete, la Cámara de Representantes no hace sino ejercer su función constitucional de fiscalización y, en su caso, los fallos de jueces que han ordenado a bancos y contadores entregar información sobre las finanzas del presidente cumplen también con su mandato legal.

El presidente Donald Trump se ha mostrado molesto por lo punzante de las investigaciones del Congreso en su entorno y sus finanzas. (AP Photo/Evan Vucci)
El presidente Donald Trump se ha mostrado molesto por lo punzante de las investigaciones del Congreso en su entorno y sus finanzas. (AP Photo/Evan Vucci)

Y aunque se puede alegar y debatir que todo ello tiene un componente partidario o ideológico, es claro que en el pasado otros presidentes han sido investigados, con resultados diversos, pero ello no evitó que el mandatario ejerciera su función negociadora.

La negativa de Trump a negociar, en cambio, estaría ya causando hondo malestar, incluso ante miembros de su partido, pues importantes republicanos en el Congreso consideran que la posición de Trump es problemática e insostenible.

Especial filo tuvo el “arrebato” que Trump, se cuenta, protagonizó ante los líderes demócratas Nancy Pelosi y Chuck Schumer cuando se suponía iban a discutir una ley bipartidista para un amplio desarrollo de infraestructura en el país. El presidente dijo que no negociará con quienes previamente lo acusaron de encubrimientos, de acuerdo a Bloomberg, presumiblemente en alusión a la negativa de Trump de permitir comparecencias de importantes personajes de su entorno o de revelar el reporte completo de Robert Mueller, sus declaraciones de impuestos y otros datos financieros, como se lo ha exigido formalmente el Congreso.

Pero esa negativa a negociar una ley clave, es decir, según sus críticos, a no gobernar, por causa de su malestar por ser foco de investigaciones lo ha mostrado caprichoso, autoritario y en una posición que pone primero su interés antes que el de la nación. Trump puede afirmar que ese es el caso también de los demócratas que lo investigan y podrían someterlo a proceso de destitución (impeachment) pero la balanza no necesariamente está de su lado.

Posturas republicanas

Por ejemplo, la senadora republicana Susan Collins consideró que el presidente acabará cambiando de opinión y se sentará a negociar con los demócratas (sobre todo porque se avecinan decisiones sustantivas como la negociación presupuestal y del tope de la deuda, que es vital) si es que realmente quiere lograr acuerdos.

El senador republicano Lindsay Graham, aliado de Trump, le aconsejó al presidente “tratar de encontrar soluciones a problemas como la infraestructura, el costo de las medicinas de receta y el roto sistema de inmigración” y dijo que se debe ver si “podemos hacer dos cosas a la vez: pelear entre nosotros y encontrar posiciones comunes”.

Pero Graham también dijo que la negativa de Trump a negociar es una vía errada: “Yo entiendo su frustración, pero no es una posición sostenible… El partido que está viendo que ellos no quieren gobernar del todo va a estar en verdadero problema”. La frase final de Graham es un tanto enigmática y podría aplicarse tanto a los demócratas como a los republicanos. Pero en todo caso muestra una realidad: el presidente, así se sienta asediado, no puede omitir su función central de trabajar con unos y otros para lograr acuerdos de beneficio nacional.

Hacerlo le hace ser percibido por muchos como una persona con un temperamento o un historial incompatibles con su investidura. E incluso preocupa a muchos que lo apoyan y desean que gane su reelección pues sus desplantes y escándalos se acumulan a los obstáculos que se tendrán que vencer en 2020, máxime considerando que Trump está detrás en las encuestas ante los principales aspirantes demócratas.

Y el continuo “no” de Trump refuerza el ímpetu entre muchos demócratas para dar inicio a un proceso de impeachment y hace suponer, como señala The Hill, que durante este año no habrá gran avance legislativo a causa del desencuentro entre el Congreso y la Casa Blanca, lo que, al margen de las diferencias partidistas, no es buena señal para el país y la población en general.

Aunque no le guste al presidente Donald Trump, para lograr nueva legislación y acuerdos presupuestales deberá negociar con los líderes demócratas en el Congreso, Nancy Pelosi (der.) y Chuck Schumer. (AP Photo/J. Scott Applewhite)
Aunque no le guste al presidente Donald Trump, para lograr nueva legislación y acuerdos presupuestales deberá negociar con los líderes demócratas en el Congreso, Nancy Pelosi (der.) y Chuck Schumer. (AP Photo/J. Scott Applewhite)

Históricamente, además, se ha dado el caso de presidentes y partidos que pueden pelear y llegar a acuerdos a la vez, incluso ante la amenaza o el ejercicio del impeachment.

Como se relata en NPR, cuando el presidente demócrata Bill Clinton encaraba el impeachment impulsado por los republicanos en 1998 y 1999 también logró acuerdos con los líderes legislativos en temas clave como el presupuesto y el primer superávit en décadas, solo por dar algunos ejemplos.

Antes, el republicano Richard Nixon, quien acabó renunciando a la presidencia antes de someterse al impeachment legislativo, logró en su último año en la Casa Blanca, y en medio del escándalo y la tensión política, acuerdos con el Congreso en asuntos críticos como el final de la guerra de Vietnam o la agudización de la crisis de Medio Oriente.

El caso de Trump y los demócratas en 2019 es distinto (tanto Nixon como Clinton no se jugaban ya la reelección en los momentos citados) y ciertamente el actual presidente tiene un perfil y una conducta singulares en un contexto de extrema polarización político-partidaria. Pero, en todo caso, la Constitución obliga a que se respeten las facultades y obligaciones de los distintos poderes y el sentarse en la Oficina Oval requiere, con todas sus aristas y consideraciones, una capacidad y una disposición a la negociación incluso en los momentos más rudos.

Que Trump no quiera hacerlo por sentirse bajo severa presión, que él cree injusta pero que la mayoría en la Cámara considera necesaria y justa, al final no abona a sus puntos. Pues es justamente ante las grandes y más ominosas tormentas cuando el capitán debe tomar con firmeza el timón del navío.

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