Trump se hunde en la Florida con cada tuit contra Puerto Rico

POR JOAQUIM UTSET-. Tras la primera andanada de tuits insensibles del presidente Donald Trump sobre la catástrofe que atraviesa Puerto Rico a consecuencia del huracán María, el ex asesor de Obama Dan Pfeiffer atribuyó la lentitud de la respuesta de la administración a que la isla no tiene ningún peso en las elecciones presidenciales.

“Si Puerto Rico tuviera votos electorales, la ayuda ya estaría en camino, pero no los tiene, así que ni Trump ni los republicanos tienen prisa”, observó en un tuit.

EFE / JIM LO SCALZO
EFE / JIM LO SCALZO

Cierto, Puerto Rico no es un estado y por tanto carece de votos en el colegio electoral que elige cada cuatro años al presidente. Como se sabe, los puertorriqueños que viven en la isla no pagan impuesto federales, pero tampoco tienen derecho a decidir quién ocupa la Casa Blanca.

Esa orfandad en Washington se extiende al Congreso, ya que el representante insular en Capitol Hill tiene voz, pero no voto.

Por tanto es fácil de imaginar cuál es el peso político de este territorio en los pasillos del poder y que explica la supervivencia de leyes como la ya famosa Jones Act, cuyas restricciones al tráfico marítimo entre puertos estadounidenses contribuye a encarecer artificialmente el costo de la vida en la isla.

Cuesta creer que por mucho lobby que hicieran las empresas navieras, esa legislación hubiera aguantado tanto si Puerto Rico contara con los siete votos electorales que le corresponderían por su población.

¿Será esa indefensión lo que explique el tono con que Trump ha tratado todo lo que tiene que ver con la ayuda a la isla?

Tal vez el presidente esté convencido de que la actitud que ha mostrado de padre estricto regañando al hijo manirroto –quieren que se lo hagan todo, dijo– se la puede permitir porque le saldrá gratis.

No solo eso, sino que esa dureza debe haber hecho las delicias de ciertos sectores de su base electoral, siempre sospechosa de cualquier “despilfarro” de dinero público en los más necesitados, y máxime cuando se trata de minorías.

Puede que tenga razón, pero también puede que se esté cavando su propia tumba.

El calamitoso estado en que se encuentra la isla ha generado un éxodo de puertorriqueños hacia el resto de EEUU que puede tener profundas repercusiones políticas en lugares como la Florida.

Trump le ganó a Hillary Clinton el decisivo Estado del Sol, con sus preciosos 29 votos electorales, por una diferencia de 112,911 votos.

¿Saben cuántos boricuas calculan las autoridades de la Florida que se mudarán al estado solo en los próximos meses huyendo de los estragos de María?

Al menos 100.000, una cifra muy cercana al estrecho margen de victoria del presidente.

De hecho, ese estimado podría quedarse corto. Solo por el aeropuerto de Miami y el puerto de Port Everglades, en el vecino Fort Lauderdale, se había registrado hasta el 12 de octubre el ingreso de 27.000 viajeros procedentes de la isla.

Ese recuento proporcionado por el gobernador Rick Scott no incluía los llegados a otros aeropuertos, como el de Orlando, que es la ciudad donde se concentra la mayoría del millón de puertorriqueños que residen en el estado.

Precisamente Scott se ha volcado en facilitar el envío de ayuda a la isla, que ha visitado, y ha extendido la alfombra roja a quienes la han abandonado con destino a la Florida.

Tal vez será porque se especula que el gobernador, quien ya no puede ir a otra reelección y conoce muy bien la creciente influencia de los boricuas, aspirará el año que viene al Senado.

Lo curioso del asunto es que el mismo Trump también supo cortejar el voto puertorriqueño en la campaña presidencial del año pasado, como señaló hace unos días en una columna en The Hill la consultora política republicana Liz Mair.

Resaltó que las declaraciones del entonces candidato a favor del derecho de la isla a decidir su estatus, incluida la estadidad, le dio un buen rédito. A su juicio, le permitió “neutralizar” el entusiasmo y evitar que ese electorado saliera a votar en masa a favor de Clinton.

Tras lo sucedido en estas últimas semanas, le será mucho más difícil repetir la hazaña.

Los recién llegados de la isla traen consigo en sus maletas, junto a la ropa, un sentimiento de indignación por la lenta respuesta del gobierno federal a la magnitud del desastre y la displicencia con que sienten han sido tratados por su presidente.

“¿Nos encontramos en medio de una crisis humanitaria y te pones a hablar de la deuda mientras la gente se muere?”, se quejó al The Washington Post Marina Vásquez, una abogada recién llegada a Orlando procedente de San Juan, haciéndose eco de la frustración de muchos de sus compatriotas.

Un sentimiento que los demócratas esperan transformar en combustible en una comunidad que, a pesar de su creciente peso político, todavía acude proporcionalmente menos a las urnas que otros segmentos electorales.

Aunque no hay cifras firmes, el politólogo de la Universidad de la Florida Daniel Smith calcula que el índice de participación de los puertorriqueños en las presidenciales del 2016 rondó el 62%, frente al 75% de los cubanoamericanos.

Pero si algo puede llevar a los boricuas en mayor número a las urnas son las mismas palabras de Trump. Sus tuits son un excelente material para los anuncios políticos de su futuro rival en los comicios presidenciales del 2020.

El congresista demócrata Darren Soto, el primer miembro del Congreso de ascendencia puertorriqueña elegido en la Florida, auguró al New York Times que el enfado que se palpa en la comunidad tendrá “enormes repercusiones”.

“No se ataca a quien está caído”, apuntó. “Son cosas que la gente no olvidará”.