Trump recurre al desastre venezolano para ganar votos
Por JOAQUIM UTSET-. Si hay paralelismos entre la situación política de Estados Unidos y la tragedia que vive Venezuela, no tienen nada que ver con los que traza el presidente Trump.
En un breve encuentro con la prensa a la salida de la Casa Blanca la semana pasada, el presidente Donald Trump alertó muy serio de un grave peligro que se cierne sobre el país. “La base de los demócratas ha girado tanto a la izquierda que acabaremos siendo Venezuela”, dijo el mandatario con el rostro contraído, lo que de inmediato evocó terribles imágenes de colas en las calles de Washington ante supermercados vacíos o columnas de refugiados tratando de alcanzar la frontera con Canadá empujados por el hambre. “Este país acabará como Venezuela”, repitió, por si la primera vez no había quedado claro.
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La referencia del presidente al país sudamericano no fue una casualidad. Venezuela ha ido adquiriendo una mayor importancia en los últimos meses en el discurso electoral republicano a medida que se acercan las elecciones de medio mandato de noviembre, cuando se espera que los demócratas traduzcan en votos el fervor anti-Trump que recorre anchas capas del país.
Caracas on the Hudson
Ante esa cada vez más probable posibilidad, los republicanos, con el presidente a la cabeza, han sacado del armario el espantapájaros venezolano para advertir a la ciudadanía furibunda que las huestes opositoras alimentadas ideológicamente por Bernie Sanders están a un paso de aplicar el socialismo del siglo XXI a la primera economía capitalista del mundo.
Así de claro lo explicó el presidente en un mitin en West Virginia el pasado 29 de septiembre -el mismo en el que confesó estar enamorado del dictador norcoreano Kim Jong Un- cuando alertó de que una victoria demócrata convertiría a Estados Unidos en una “versión en grande” de Venezuela. Esa misma alarma hizo sonar en una visita reciente a Florida al hablar del aspirante demócrata a gobernador, Andrew Gillum. “Florida se convertirá en otra Venezuela, y eso no es bueno”, aseguró en una entrevista con un canal de Orlando.
Más Copenhague que La Habana
El presidente está en lo cierto de que se ha producido un giro a la izquierda en la base del electorado demócrata, como demostró la victoria en las primarias de aspirantes como el mismo Gillum o la ya célebre “socialista demócrata” Alexandria Ocasio-Cortez. Pero lo cierto es que la mayoría de los candidatos de la formación azul que acudirán a las urnas este noviembre están más cerca del centrismo moderado que del socialismo, aún en la versión que abandera cierto veterano senador de Vermont.
Sí es verdad que los demócratas han perdido el miedo a proponer medidas, antes denostadas por “socialistas”, como el Medicare para todos. Pero también lo es que una creciente mayoría de los estadounidenses están de acuerdo en que el gobierno tiene la obligación de garantizar el acceso a la sanidad (60%, según Pew). Tal vez por eso se recurre al desastre venezolano para descalificar al adversario . Antes, la simple mención de la palabra socialismo hubiera sido suficiente.
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Las políticas que proponen estos “socialistas millenials” suenan más a la socialdemocracia europea de toda la vida que a las vanguardias revolucionarias latinoamericanas. Aumento del salario mínimo, ampliación de los servicios sociales, una reforma migratoria generosa y un aumento de impuestos a las rentas más altas, entre otras medidas. Suficientes para amargarle la vida a cualquier conservador de country club, pero lejos de la socialización marxista de los medios de producción. Más Copenhague que La Habana, para entendernos.
Huele a podrido en Dinamarca
Será por eso que también hay quien ha querido abrirnos los ojos al peligro que representa el socialismo europeo. La periodista del canal Fox Business Network Trish Regan se hizo popular este verano en Dinamarca por un absurdo reportaje en el que enumeró las supuestas deficiencias del modelo del estado del bienestar escandinavo. Si bien por un lado dijo que “todo el mundo en Dinamarca trabaja para el gobierno” por los altos impuestos que pagan, por otro aseguró que “nadie trabaja” gracias a los generosos subsidios del estado. También, como la universidad es gratuita y se paga a los estudiantes para que estudien, observó Reagan, nadie se gradúa para no perderse el dinero fácil. “No hay incentivo para hacer nada”, dijo. “Dinamarca, como Venezuela, le ha robado las oportunidades a su pueblo”.
Este segmento llamado #trishintel causó hilaridad en el otro lado del océano. Representantes del gobierno danés respondieron con una retahíla de estadísticas sobre la superior productividad del trabajador danés, el mayor nivel de educación de su población o el acceso universal a servicios esenciales, como la sanidad. Hay un gracioso video en YouTube de un exministro danés socialdemócrata que vale la pena.
Obvio que los países escandinavos no son esos lugares de fábula con los que a menudo la izquierda hace idílicas comparaciones, pero no es menos cierto que registran índices económicos y de bienestar –solo hay que revisar las cifras de la OCDE– superiores a Estados Unidos.
Caricaturas como la de la periodista de Fox o las equiparaciones hiperbólicas con el régimen bolivariano buscan evitar el debate de ideas y rebatir con la brocha gorda de la exageración.
El caudillo ante el espejo
Puesto a buscar similitudes con Venezuela, tal vez habría que trazar los paralelismos en otra dirección.
El camino al abismo lo empezó a andar el país petrolero con la elección de un líder carismático y providencial ajeno a la política que decía ser el único hombre capaz de devolverlo a la senda de la prosperidad, que despertaba pasiones y parecía estar por encima del bien o el mal. Odiaba a la prensa y prefería comunicarse directamente con su base con una retórica incendiaria, sin pasar por el filtro de los periodistas. Reprendía a sus ministros en público y anunciaba medidas en sus shows de televisión, a menudo sin ni siquiera consultar con su equipo.
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Anteponía la lealtad al conocimiento, por lo que prefería colocar a sus simpatizantes que a expertos en los puestos claves. No le importaba erosionar el estado de derecho, la separación de poderes o el equilibrio fiscal con tal de llevar a cabo su misión. Quien se ponía por delante, era un enemigo del pueblo. Tenía una extraña fijación con un dictador sin escrúpulos, con el que compartía el deseo de dinamitar el orden internacional creado por las potencias occidentales tras la II Guerra Mundial.
Pero bueno, ya se sabe que las comparaciones son odiosas.