Trump rechaza la ciencia y distorsiona la realidad para apuntalar sus opciones de reelección

De sus dichos y hechos parece evidente que Donald Trump ha puesto sus intereses personales –en especial sus posibilidades de reelección– por encima de todo. Y, al parecer, en su frenesí por apuntalar su candidatura ha redoblado su proclividad a la estigmatización de sus rivales, a la difusión de equívocos y, lo más grave, a la promoción de conductas y acciones que, en la presente pandemia de covid-19, implican poner en fuerte riesgo a millones de personas.

Un ejemplo de ello es el retuit que hizo de un mensaje, cargado de ideas falaces y conspirativas y proveniente de un conductor de concursos televisivos sin credenciales científicas, en el que se acusa sin plantear prueba alguna al Centro de Control de Prevención de Enfermedades (CDC) y a la mayoría de los médicos del país de mentir en torno a la gravedad de la pandemia.

Donald Trump afirmó que sus opositores demócratas buscan que las escuelas no reabran para mermar sus opciones de reelección. (AP)
Donald Trump afirmó que sus opositores demócratas buscan que las escuelas no reabran para mermar sus opciones de reelección. (AP)

Chuck Woolery, quien ha conducido programas de concursos en televisión como ‘Wheel of Fortune’ dijo en un tuit, redistribuido por Trump en su cuenta de Twitter, que “las más indignantes mentiras son las que son sobre el covid-19. Todos están mintiendo. El CDC, los medios, los médicos, no todos pero la mayoría, en lo que nos han dicho que confiemos. Yo pienso que todo tiene que ver con las elecciones y con evitar que la economía se recupere, lo que tiene que ver con las elecciones. Me enferma todo ello”.

Woolery no especifica qué es lo que considera mentiras, pero por su retórica y el contexto en que se emite parece que alude a todas aquellas afirmaciones, recomendaciones o diagnósticos en torno de la epidemia que no coinciden con lo que Trump y su entorno han dicho, quieren oír y desean impulsar.

Dichos que encajan con la paranoia de Trump, que supone que todo lo que no se le pliega está motivado en la hostilidad a su presidencia.

Wollery, y Trump con su retuit, plantean que el CDC, la máxima institución científica del país en el ámbito de control y prevención de enfermedades y la mayoría de los médicos estadounidenses mienten al afirmar que la situación del covid-19 en el país es grave, que la pandemia se acelera y que la reanudación de las actividades económicas y educativas ha de definirse con base en los datos científicos disponibles. E implica que el supuesto engaño está motivado, como el propio Trump ha dicho también, por un intento de frenar la recuperación económica para mermar las posibilidades de reelección del presidente.

Pero es completamente falso que el CDC, los médicos del país o los medios alerten sobre la crudeza de la presente pandemia y las medidas para mitigarla o para decidir sobre reaperturas con el fin de evitar la recuperación económica.

Lo hacen, primero, para señalar la realidad objetiva y, segundo, para plantear la necesidad de reducir los factores que han catalizado el nuevo auge del coronavirus en Estados Unidos.

Ello para salvar vidas, evitar el sufrimiento de pacientes y sus familiares y reducir el riesgo de que la economía deba cerrarse nuevamente y propiciar una recuperación de la manera más segura posible.

Realidad vs retórica electoral

El descalificar de tajo al CDC y a la mayoría de los médicos es además un punzante signo de rechazo a la ciencia y una distorsión de la realidad para tratar de hacerla encajar en intereses individuales o sectarios. Y es una ofensa a los profesionales médicos que, contra lo que ese tuit y ese retuit sugieren, están dedicados a defender y propiciar la vida, la salud y el bienestar de los pacientes y de la sociedad.

Así, Woolery y Trump confunden la causa con el efecto, pues en realidad han sido la reapertura prematura y el desdén hacia medidas básicas de prevención de contagios, como el uso de mascarillas, el distanciamiento social y evitar las concentraciones de persona, lo que ha contribuido a la agudización presente de la pandemia, revertido avances previos en muchos estados y planteado la indeseable posibilidad, que ya ha comenzado a cristalizarse parcialmente en algunas regiones, de tener que dar marcha atrás a la reapertura.

En realidad lo que el CDC y los médicos plantean es justo lo que se necesita para lograr una recuperación lo más sólida posible y con el menor riesgo.

Pero dado que ello presumiblemente requerirá un avance paulatino, sin la rapidez que Trump desearía para sincronizarlo con sus necesidades electorales, el presidente y su entorno han optado por estigmatizarlas y convertirlas en un factor de polarización política.

Como todo en su órbita, Trump denosta lo que no se ajuste a sus intereses y, ante su presente declive de cara a las elecciones de noviembre, incluso la respuesta médica y científica al covid-19 es objeto de sus ataques y sus descalificaciones.

En ese contexto, Trump buscaría de aquí al 3 de noviembre potenciar la idea, o el espejismo, de que logrará una amplia recuperación económica y califica de mentira o maquinación opositora todo lo que no se amolde a sus intereses y objetivos. Una práctica electoralista a la que recurren políticos de todos los signos pero que, al darse durante una letal epidemia, resulta especialmente impropio y peligroso y puede provocar muchos más de enfermos y muertos de covid-19.

Tras meses negándose a portar una mascarilla en público, Donald Trump llevó una el 11 de julio en su visita al hospital militar Walter Reed. (AP Photo/Patrick Semansky)
Tras meses negándose a portar una mascarilla en público, Donald Trump llevó una el 11 de julio en su visita al hospital militar Walter Reed. (AP Photo/Patrick Semansky)

Detrás de la mascarilla

Algunos ejemplos de esa subordinación del interés general a las consideraciones electorales de Trump son evidentes en la propia conducta y discurso del presidente.

Por ejemplo, el uso universal de mascarillas es un paso necesario para propiciar una reapertura económica pues reduce los riesgos de infección. Por ello, si todos portan cobertura facial fuera de casa en sus actividades se mitigarían las posibilidades de contagio y se establecerían mejores condiciones para el reinicio o la continuidad de las actividades económicas.

Pero Trump dijo que no usaría mascarillas, no lo hizo por meses y si finalmente se puso una en público en días recientes fue exclusivamente durante su visita a un hospital. Al hacerlo dijo que “me puse una mascarilla. De algún modo me gustó como lucí con ella. OK, pensé que era OK…”, de acuerdo a CBS News, con lo que sugiere que su aval o rechazo al uso de cobertura facial se basaría en cómo afecta a su apariencia, no en su significado o utilidad en términos de salud individual y pública.

Eso también sugiere que, como se afirmó semanas atrás, Trump ha rechazado usar mascarilla porque ha creído que le hacía verse ridículo y enviaba el “mensaje incorrecto”, es decir que estaba preocupado por la cuestión sanitaria en lugar de estarlo en la reactivación económica, según NBC News.

Pero la salud pública y la reactivación económica en realidad van juntas, y la agudización de la pandemia, como la que se experimenta recientemente en muchas áreas del país, pone en riesgo la reapertura. Promover ampliamente el uso de mascarillas evita contagios y salva vidas y por ello desalentar su uso resulta ominoso y una amenaza para la salud pública y, también, para la reapertura económica.

Trump con todo llegó a señalar, como reportó Business Insider, que ciertas personas usan mascarilla para antagonizarlo y no como una cuestión sanitaria, una creencia cargada de narcisismo y que ha sido factor de confrontación social.

Y lo irónico es que si en meses previos Trump hubiese apoyado decididamente y con el ejemplo el uso de mascarillas y el distanciamiento social, posiblemente la situación del covid-19 sería hoy menos severa, la economía no estaría en varios estados en riesgo de revertir hacia el cierre mayor de actividades y él podría, con datos y no con teorías conspirativas o equívocos, señalar que merece ser reelecto gracias a una respuesta adecuada de la pandemia.

La merma de sus posibilidades de reelección ha sido directamente proporcional, a juzgar por prácticamente todos los estudios al respecto, a la percepción mayormente negativa que los estadounidenses tienen de su manejo de la crisis del covid-19.

Un buzón de recepción de boletas de voto por correo en New Jersey. (AP Photo/Matt Slocum)
Un buzón de recepción de boletas de voto por correo en New Jersey. (AP Photo/Matt Slocum)

El ataque al voto

Otro caso punzante es el de la estigmatización que Trump ha hecho del voto por correo. Ante la caída de su credibilidad ante los electores y la merma de sus opciones de reelección, analistas afirman que una de las posibles rutas de Trump para tratar de no ser desplazado del poder podría ser alegar que una eventual derrota el 3 de noviembre se habría debido al fraude.

Dado que la posibilidad de que el covid-19 limite la capacidad o el deseo de votar en persona, el voto por correo es una opción legal y adecuada. Pero Trump ha atacado esa modalidad para, por un lado, tratar de mermar su atractivo y sembrar en algunos la duda sobre la legitimidad de esa vía de votación. Eso ha dado pie a muchas especulaciones.

Trump ha señalado, sin pruebas y en contra de los datos disponibles, que el voto por correo está cargado de fraude. Así, si el 3 de noviembre la proporción del voto por correo es sustantiva, y los resultados no le favorecen, podría impugnar el resultado basado en el prejuicio que él mismo ha creado contra esa modalidad de votación.

En paralelo, si la pandemia de covid-19 es severa en noviembre, desalentar el voto por correo equivale por un lado a un intento de supresión del voto y, por el otro, a incrementar los riesgos para quienes decidan votar en persona.

Pero lo irónico, nuevamente, es que las aspiraciones de Trump pasan por potenciar el voto en estados clave, y el voto por correo le sería de enorme utilidad para retener y captar votantes en varios de ellos. En su afán de polarizar y estigmatizar, el propio presidente podría estarse privando de votos que necesita para ganar.

Revelaciones, reseñadas en el Washington Examiner, de que familiares del presidente han participado recientemente en campañas de promoción del voto por correo en apoyo a candidatos republicanos pone una luz singular sobre ello.

El riego de las escuelas

Y, finalmente, el empecinamiento de Trump y su entorno porque se reabran plenamente las escuelas el próximo curso escolar –que empieza entre agosto y septiembre– es otro ejemplo de la subordinación de las medidas de salud pública y recuperación económica al interés electoral del presidente.

Una maestra prepara materiales en Mississippi. (Bill Graham/The Meridian Star via AP)
Una maestra prepara materiales en Mississippi. (Bill Graham/The Meridian Star via AP)

Ciertamente, los índices de enfermedad grave y muertes a causa del covid-19 en menores de edad son reducidos, de acuerdo a los datos disponibles, pero eso no significa que niños y adolescentes estén libres de riesgo de infección o que no puedan ellos ser vectores de contagio a miembros de su entorno y su familia.

Señalamientos como los que han surgido del entorno cercano de Trump (su vocera y la secretaria de Educación) sobre que los menores no propagan el covid-19 o que asistir a las escuelas no es peligroso para ellos son equívocos.

En realidad, sí se han dado casos de hospitalización y fallecimiento de menores por covid-19, y se han reportado graves complicaciones que aún son poco entendidas. Hay mucho que no se sabe de los efectos del coronavirus en el organismo y por ello afirmar categóricamente que no hay peligro para los menores por asistir a las escuelas o que los niños no son vector de contagio es falaz.

Los lineamientos del CDC, que Trump y otros han atacado y que en su entorno con frecuencia se busca relativizar, tratan justamente de reducir y controlar los riesgos para propiciar la reapertura, pero no niegan que tales riesgos existen y, por ende, implican que la apertura ha de darse a un paso compatible con los datos científicos.

Pero Trump ha criticado los lineamientos del CDC para la reapertura de escuelas por considerarlos “muy costosos”, sin ofrecer un plan para ello e incluso ha amenazado con retirar recursos federales a los distritos escolares que no reabran las clases presenciales y opten por clases en línea. La noción de quitar fondos a las escuelas resulta un desplante autoritario y contrario al sentido común, pues lo que se requiere para que las escuelas puedan reabrir de modo seguro son más recursos, no menos.

El propio presidente ha alegado que sus opositores quieren que las escuelas no reabran porque les beneficiaría electoralmente, lo que sugiere nuevamente que su afán por impulsar una apertura completa de los planteles escolares está inscrito en sus necesidades y antagonismos electorales y no en la realidad de la pandemia. No es lo electoral, de uno u otro signo, lo que debe regir esa reapertura sino la seguridad y los datos científicos, justo lo que el propio Trump ha rechazado al grado de descalificar al CDC.

El tuit en el que Trump dice que en Alemania, Dinamarca, Noruega o Suecia las “escuelas están abiertas sin problemas” y que cortará el financiamiento escolar si en EEUU no se reabren es también una simplificación equívoca porque en esos países la pandemia ha menguado significativamente, lo que no ha sucedido en EEUU, donde las casos registrados, las hospitalizaciones e incluso, en varias zonas, los fallecimientos están al alza.

La enorme proporción de casos positivos en las pruebas de diagnóstico en varios estados y ciudades indica que la pandemia allí crece y que los datos al respecto no son meramente resultado de que se realizan más pruebas.

La ironía final es que en muchos de esos países la pandemia ha menguado al grado de permitir la reapertura de escuelas justo porque allí sus dirigentes habrían priorizado criterios médico-científicos en la toma de decisiones, el uso universal de mascarillas y la práctica del distanciamiento social con ejemplo directo de los líderes nacionales en modos que Trump se ha negado o resistido a hacer.

La reapertura de las escuelas es un deseo general y una necesidad para permitir la mejor educación y el bienestar de los menores, la reincorporación o económica plena de sus padres y en general la reanudación de actividades en la sociedad. Pero hacerlo de modo prematuro o acelerado, soslayando los riesgos y amenazando con sanciones no resulta propicio para lograr esos objetivos y puede conducir a lo contrario: más contagios, más sufrimiento y más cierre económico.

El saldo de todo ello es la noción de que Trump y su entorno pretenden sincronizar la marcha de la reapertura a sus necesidades y tiempos electorales, sin importar que ello implique soslayar o incrementar los riesgos de contagio y, por ende, los casos de enfermedad. Y, para lograrlo, recurren a estigmatizar a toda persona o actividad que implique un riesgo, no para la salud pública sino para sus opciones de reelección.

Al final, que Trump haga eco de quienes rechazan la ciencia y los criterios médicos, como queda claro en su reciente retuit, resulta en un espejo de sus convicciones y motivaciones.