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Ni empresario exitoso ni billonario, Trump nos vendió un magnate que no existe

El presidente estadounidense no era un empresario exitoso, ni conservador, ni religioso, ni patriota. Trump nos vendió una persona que no existe.

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Trump no pagó impuestos en 11 de los últimos 18 años, y en dos de ellos pagó 750 dólares. En los años en los que reportó pérdidas, pidió reembolso de los impuestos pagados en otros años.

No es lo que ahora confirmamos de sus taxes, sino lo que su declaración de impuesto termina de confirmar. El presidente de Estados Unidos sea quizás la mayor empresa de propaganda personal jamás antes conocida cuya promesa es hueca: lo que ahora sabemos del mandatario es que en realidad no es un empresario exitoso, mucho menos billonario, el patriotismo que insufla a sus seguidores no es tal cuando se trata de favorecer sus propios intereses, y, además, está endeudado hasta la coronilla.

Ya se sabía de otros fraudes. El de la falsa universidad que llevaba su nombre. Su inverosímil conservadurismo, visto que mantiene relaciones con streepers, tiene tres matrimonios y hasta hace nada era partidario del aborto. También se sabía que su preferencia por el partido republicano era a conveniencia: en el pasado se cansó de apoyar a candidatos demócratas.

Y era un secreto a voces que su relación con los impuestos era, por decir lo menos, engorrosa. Sólo un tonto podría no sospechar que convertirse en el primer presidente de Estados Unidos en no mostrar sus declaraciones impositivas no representaba la necesidad de esconder fraudes fiscales.

Mucho más que un fraude fiscal

Pero lo que ahora se sabe es mucho más de lo que cualquiera podría haberse imaginado, y deja al descubierto una farsa nunca antes tan palmaria. Trump no sólo no es rentable como empresario, sino que tiene un caudal de deudas -pasan los 400 millones de dólares- que es difícil imaginar que sus empresas puedan sortear. Además de una masiva auditoría fiscal que enfrentar.

No pagó impuestos en 11 de los últimos 18 años, y en dos de ellos pagó 750 dólares. Pero no contento con ello, en los años en los que reportó pérdidas, pidió reembolso de los impuestos pagados en otros años.

El trabajo del NYT da fe de algunos negocios lucrativos del Presidente, pero sobre todo de sus pérdidas crónicas, sus más de 500 entidades que le ayudan a falsear gastos e incluir asesorías para favorecerse, y de que le valió muy poco ser Presidente para seguir buscando negocios, aunque esto representara un conflicto de intereses.

Su fraude no es apenas impositivo, sino de su persona toda. Trump creó unas universidades que terminaron siendo fantasmas. Sostiene biblias de iglesias a las que no acude. Ofrece tratamientos y expectativas que la ciencia desaprueba. Se jacta de récords que no existen.

Trump dice que quiere ahogar el régimen comunista cubano, pero en 2010 comenzaba proyectos para construir campos de golf y hoteles en la isla. Es un vendedor grandilocuente de todo lo que quiere ser, pero pareciera no poder escapar a la etiqueta de perdedor que le puso su padre, quien prefería a su hermano, según narra su propia sobrina y psicóloga, Mary Trump, en el libro Siempre demasiado y nunca suficiente.

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Trump en el ojo del huracán: ahora sabemos del mandatario es que en realidad no es un empresario exitoso, mucho menos billonario, y, además, está endeudado hasta la coronilla.

Todo él es una marca sin sustento. Sólo sus fanáticos pueden seguir sin verlo. Pero ése no es un detalle menor. El fanatismo dominó el planeta por milenios, y aún produce terrorismo, guerras y gana elecciones.

Incomparable

Coterráneo de Trump, el temido Al Capone, que en 1925 se hizo cabecilla de la organización que dominaba el tráfico de alcohol y porstitución de Chicago, fue una de las leyendas del poder y la mafia en el mundo y de todos los tiempos. Pero todo ese poder se evaporó cuando fue arrestado en 1931 por deber 215 mil dólares al fisco. Su sentencia fue de 11 años en Alcatraz, la famosísima cárcel de San Francisco, ahora devenida en museo.

Los desmanes de Trump también recuerdan a un famoso jeque árabe que a principios de la década de los 80’ sedujo a las élites venezolanas ofreciendo grandes negocios, en varias fiestas en las que recogió capital de los empresarios caraqueños a cambio de abundantes cheques de viajero que nunca fueron confirmados. A los pocos días, Al Fadili, el falso jeque, desapareció del país con 100 millones de dólares que se esfumaron de los bolsillos de sus creyentes, embelesados con las artes de la estafa de aquel árabe que extrañamente bailaba salsa y bebía whisky.

Son pocos los ejemplos comparables. Quizás estemos frente al más grande engaño público conocido en la historia moderna.

En la ficción, podría asemejarse metafóricamente a Mr. Chance, aquel protagonista de la novela Desde el jardín, de Jerzy Kosinsky, un hombre que se hizo poderoso gracias a la casualidad y la necesidad de los otros de ver en él cualidades que en realidad eran proyectadas.

Es fácil imaginar que en el futuro sobrarán las cintas que cuenten los detalles de esta inverosímil historia que nos protagoniza los tiempos y aún es difícil de descreer.

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