Trump agita la división, la estigmatización y el miedo al abrir su campaña de reelección

Donald Trump lanzó formalmente su campaña de reelección en Orlando, Florida, con un mensaje que retoma los punzantes planteamientos que le hicieron ganar en 2016, entre ellos la estigmatización del oponente, la agitación del miedo al otro y el repudio al establishment político y a los esquenas que a su juicio han oprimido a los estadounidenses a expensas del extranjero, sean estos tratados de libre comercio que se llevaron empleos a otros países o las fronteras porosas que dejan pasar oleadas de indocumentados que él clama afectan a las comunidades del país.

Todo aderezado de triunfalismos equívocos, secuencias temporales y causas-efecto alteradas y una indudable maestría mediática que sabe manejar la alusión de un posible desastre y la noción de que sólo él, y por extensión sus simpatizantes y votantes, puede evitarlo para “mantener grande a Estados Unidos”.

Ante miles de seguidores leales y eufóricos, Donlad Trump arrancó en Orlando su campaña de reelección rumbo a los comicios presidenciales de noviembre de 2020. (Reuters)
Ante miles de seguidores leales y eufóricos, Donlad Trump arrancó en Orlando su campaña de reelección rumbo a los comicios presidenciales de noviembre de 2020. (Reuters)

Pero el tono, el filo, la posición y las capacidades con las que se presentó este 18 de junio son sustancialmente distintas a las que Trump tenía hace cuatro años, cuando se postuló como un candidato de apariencia marginal y sin reales posibilidades pero que acabó dando una sacudida histórica al sistema político y a los votantes.

Hoy, el tono de Trump es especialmente ominoso, pero por ello mismo potencialmente muy efectivo para acicatear a su entusiasta y leal base: le dio la vuelta contra sus opositores demócratas a muchas de los señalamientos que se han hecho contra él –ataques contra las libertades constitucionales, propensión al autoritarismo en contra de la voluntad ciudadana, colusiones espurias para vulnerar el sentido del voto, conductas cargadas de odio y prejuicio y otras acusaciones– y de ese modo pintó a sus rivales como una amenaza al futuro del país, o al menos al futuro que Trump y la derecha radical desean. Trump claramente pretende dividir al país de modo maniqueo, con él en el lado virtuoso, popular y exitoso y con los demócratas y, de pasada, los medios de comunicación, como el enemigo que, al atacarlo a él en realidad quiere “destruir” a la nación.

La exageración al máximo para apalancarse en los miedos y las animadversiones arraigadas de su base radical es su estrategia, potenciada pero similar a la de 2016. Y ha buscado reiterar e intensificar algunas de sus ideas fuerza más rudas pero efectivas para movilizar a sus seguidores: una cruda posición antiinmigrante (habló de deportar en breve a millones de personas aunque una acción así sea logísticamente inviable, humanamente cruel y propia de regímenes autoritarios), una reedición de punzantes animadversiones (como la figura de Hillary Clinton y la más reciente de la investigación de Robert Mueller) y la reiteración de que han de frenarse intereses de élites y del extranjero que han plagado a los estadounidenses aunque, por ejemplo, serán los propios consumidores y los trabajadores quienes pagarán el costo de las tarifas impuestas a las importaciones chinas, por más que Trump clame lo contrario.

Pero dado que Trump ocupa hoy la Casa Blanca, sus planteamientos tienen un alcance y unos efectos de enorme calado, lo que en 2015 y 2016 era meramente retórica. Y hoy, a diferencia también de hace cuatro años, cuenta con la candidatura republicana prácticamente en la bolsa, con un aparato de campaña enorme e ingentes recursos económicos.

El hecho de que su popularidad esté estancada en torno a los 40 puntos porcentuales y que esté detrás en las encuestas al emparejarse con varios de los aspirantes demócratas no lo descartan. En realidad, Trump es un candidato hoy más formidable que en el proceso pasado y con reales posibilidades de lograr la reelección, al contar con las ventajas de ser el presidente, de tener a prácticamente todo el Partido Republicano en la bolsa y con una masa de seguidores leales, activos y numerosos.

Con todo, el camino para Trump no le será fácil y, aunque tiene importantes activos políticos, también enfrenta severas dificultades. Su propio discurso revela, por su extremismo, sus capacidades y sus falencias.

En primer lugar, apela casi exclusivamente a su núcleo duro de votantes y, al reiterar motivos conocidos de 2016, a los que votaron por él en estados clave y que alteraron en su favor la balanza, como fueron Michigan, Pennsylvania y Wisconsin, que Trump ganó sorpresivamente por pocos miles de votos, muchos de ellos de demócratas desilusionados con el aparato de su partido y con Clinton, a quien asociaron con el establishment que, a su juicio, fue el causante de sus penurias.

Pero si bien su caústica retórica funciona, e incluso deleita, a sus base de derecha radical, es dudoso que tenga el mismo efecto en esos votantes indecisos en estados clave que le dieron el triunfo, pues el historial divisivo y ofensivo de su mandato, pese a la bonanza económica, lo ha minado entre muchos que antes lo apoyaron, como se muestra en encuestas recientes en Michigan, donde Trump va bastante detrás de los principales aspirantes demócratas. Incluso las cifras no le favorecen en el decisivo estado de Florida, lo que explica en buena medida la selección de Orlando para el arranque formal de su campaña.

Y su punzante discurso y las estigmatizaciones y amenazas que plantea podrían, en consecuencia, estimular también a la base demócrata y, posiblemente, a independientes y quizá a algunos republicanos moderados, creando con ello un bloque que podría frenar la reelección de Trump si el nominado del Partido Demócrata, que tiene sus propias divisiones y contradicciones, logra concitar y movilizar apoyo popular de modo sustantivo, sobre todo en los estados clave.

La apuesta de Trump, así, es que un discurso recalentado y el caudal de nuevos recursos a su disposición le darán los dividendos de 2016 y eso lo ha mostrado desde el arranque de su campaña. Su base le ha sido sorprendentemente fiel pero se trata de una minoría y el aparato republicano presumiblemente se volcará en su favor.

En cambio, los votantes a mayor escala han cambiado en los últimos cuatro años: millones de jóvenes votarán por primera vez con premisas e ideales opuestos a los de Trump, los votantes demócratas que apoyaron a Trump en 2016 podrían revertírsele y muchos independientes y moderados han visto en los desplantes autoritarios y las políticas antisociales del presidente motivo suficiente para buscar otra opción. Y será nuevamente, al parecer, en unos cuantos estados indecisos donde se decidirá la elección.

Pero en algo coinciden Trump y sus opositores y críticos: la elección de 2016 fue una severa sacudida y la de 2020 podría definir el futuro de Estados Unidos por muchos años. Es por ello que, de uno y otro bando, la urgencia es punzante y la campaña electoral de 2020 se vislumbra de una intensidad inusitada.